miércoles, 7 de octubre de 2020

La inquietud

Por Isabel Coixet

Hay días de septiembre que inducen a la confusión; hace calor, pero es un calor cargado de otra cosa: de un manto subterráneo de humedad que anuncia el otoño que se acerca. Se caen las hojas de los árboles, pero se puede ir a la playa. Y en las terrazas la gente come helados, aunque ya empiece a anochecer más pronto. Este septiembre es aún más confuso que otros, estamos en un perenne estado de anhelo contenido, convivimos ya con una pandemia que nos amordaza y nos confunde y hace que nos cueste ver más allá de nuestras narices.

Esto no es como creímos, no es definible y concreto y delimitado. Es intangible y está sin estar. Y nosotros avanzamos a ciegas y con los dedos cruzados para que no nos pille. Todo es extraño siendo extrañamente familiar. Todo es muy raro. Hasta los anuncios de los hallazgos de la «inminente vacuna» parecen cada vez más quiméricos y lejanos. Los aplausos en los balcones: siento como si se hubieran producido en otra vida cuando sus ecos todavía no se han apagado. ¿Qué se hizo de los buenos deseos? ¿Qué se hizo de esos días trágicos donde a veces sentimos que la muerte nos estaba respirando en el cogote? ¿Dónde hemos abandonado a nuestros héroes? ¿Dónde hemos aparcado todas esas buenas intenciones?

Cada vez más la vida se asemeja a la fascinante novela de Yoko Ogawa La policía de la memoria, que describe un mundo cada vez más precario, con normas cada vez más absurdas: cada día, la policía se encarga de requisar los recuerdos de personas y palabras desaparecidas, personas y palabras que un Gobierno dictatorial va prohibiendo arbitrariamente, hasta que no va quedando casi nada. De todos los libros que he leído en los últimos meses, ese es el único que me ha dejado huella. Un libro cuya trama se articula en torno al poder de las palabras y los recuerdos. Quizás porque yo también, como la voluntariosa protagonista de la novela, me aferro a ellos con denuedo. Igual que me aferro a los proyectos, a los planes, a las quimeras, todo eso que me da la vida. Puedo renunciar a muchas cosas durante un tiempo. Pero necesito saber cuánto tiempo, lo necesito. Lo necesitamos todos, desde la chica que empieza su doctorado hasta el taxista que reduce sus turnos y se pregunta cuánto tiempo resistirá así.

En mi caso, me pregunto si esta huida perenne hacia delante es factible, pero aun así la emprendo. Quizás no hay mucho más donde agarrarse. La vida y las cosas a medio gas nunca han sido lo mío, y ahora siento que todo es así: arbitrario, confuso, gaseoso, inasible. Alguien dijo que la realidad sólo se puede mirar con el rabillo del ojo. Tenía razón: hoy mirar las cosas de frente es imposible, hay un muro de inquietud entre ella y nosotros que es imposible esquivar. Y es una inquietud de la que nos costará mucho librarnos, mucho.

© XLSemanal

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