miércoles, 29 de julio de 2020

Ishii y el problema de la verdad

Por Pablo Mendelevich
Todos los días en la Argentina se cuestiona la verdad periodística, se discute la verdad oficial, se aborrece la supuesta verdad histórica, se descree de la verdad policial, se desconfía de que exista una verdad científica. Hasta se llegó a ultrajar la verdad estadística. Pero en este país de verdades vituperadas, verdades verticales, verdades pausterizadas, incluso falsas verdades, gran cantidad de hablantes se sienten compelidos a aclarar al comienzo de cada oración que lo que dicen es la verdad. Rara pulsión.

Ni siquiera hace falta expresar algo trascendente o diferenciar un hecho incontrastable, una opinión, basta un gusto personal.

- ¿El café lo querés cortado?
- La verdad que sí.

Resulta sintomática la hipótesis de que justo a este latiguillo se lo consagró como el predilecto del habla local. "La verdad" es invocada aquí cientos de millones de veces por día, tanto que ya casi nadie lo nota, tratada como una deidad insustancial quizás por las mismas razones de escasez que en culturas guerreras y sufrientes se inaugura todo encuentro entre dos personas con un solemne deseo mutuo de paz.

Es notorio que quienes dicen la verdad con mayor frecuencia (claro que no la verdad como coincidencia entre una afirmación y los hechos a los que ella se refiere sino apenas la palabra verdad acondicionada como hincapié oratorio), son algunos grupos profesionales, como el de los futbolistas. Y, desde luego, el de los políticos, por oficio más permeables a lugares comunes. Encontrar a un político que no comience varias de sus oraciones diciendo "la verdad que." es más difícil que morderse un codo.

Precisamente en la política la verdad fáctica pelea con la verdad emotiva, aquella que es tan flexible como las circunstancias lo exijan. La controversia contemporánea entre verdades y postverdades fue anticipada por el peronismo en sus albores cuando se propuso una reinterpretación de lo público y se potenció el relato de la Argentina feliz. Si la postverdad es una suplantación de hechos verificados por hechos deseados, nadie más experto. El propio sustantivo fue troncal en la liturgia peronista, que sobre matriz religiosa construyó el dogma iniciático: las Veinte Verdades Peronistas.

Todo esto viene a cuento de las insólitas reacciones que produjo en el peronismo el episodio del intendente Mario Ishii y su reconocimiento del encubrimiento de venta de droga en José C. Paz que se reparte en ambulancias, según se ve y se escucha con nitidez en el video que tomó estado público el fin de semana. El video es verdad. Que Ishii les dice a los ambulancieros que cuando "se mandan una cagada, venden falopa, yo los tengo que cubrir, no los rajé todavía, cuando me están vendiendo falopa con las ambulancias", también es verdad. Sin embargo, el peronismo dice que el reconocimiento, el encubrimiento, la droga, el video, todo es falso.

Sin temor a que se confundan sus líneas con una sátira, Carlos Bianco, jefe de Gabinete bonaerense, explicó que las expresiones de Ishii "fueron sacadas de contexto". El contexto mejor no menearlo: barón del conurbano desde poco antes de que terminara el siglo XX, Ishii tuvo en 2014 la mala suerte de que uno de los mayores narcotraficantes del país, al caer preso, exhibiera una credencial oficial que él le había extendido. En ese entonces dijo en su descargo que había otorgado 6100 credenciales.

Bianco solo fue superado por el ubicuo Sergio Berni, quien luego de decir que Ishii "no se supo expresar" pidió respetar la voluntad de las personas de José C. Paz que lo votaron no una sino cuatro veces. De modo que según el ministro de Seguridad bonaerense, un funcionario público puede eventualmente cometer delitos y seguir su camino siempre que haya sido muy votado. Nada muy distinto de lo que sostiene su líder, Cristina Kirchner, cuando dice con respecto a las causas de corrupción, como si viniera de atacar el Cuartel Moncada, que a ella la historia ya la absolvió.

Sin contar las virtudes que su abogado defensor halló en Ishii para desmentir que proteja al narcotráfico (ni fuma ni bebe, tranquilizó), la aceitada cadena solidaria incluyó al colega Juan Zabaleta, intendente de Hurlingham, quien explicó que con la palabra "falopa" Ishii se había referido a "medicamentos". Es bueno conocer la sinonimia para probar cómo cae cuando uno va a la farmacia.

Por su tono sistémico, las reacciones solidarias que produjo el encubrimiento confeso del intendente de José C. Paz son todavía más inquietantes que el hecho en sí. Ishii, a la sazón protector del kirchnerismo bonaerense durante el gobierno de Macri en la universidad que él levantó antes de que la mayoría de los habitantes de José C. Paz tuviera cloacas y agua corriente, quedó expuesto al decirse encubridor y de inmediato. lo encubrieron. El mecanismo que se activó, la reformulación de la verdad, no es nuevo, solo que unas veces sirve para la defensa y otras para el ataque: la realidad nunca es eso que todos ven sino lo que debió haber sido. A fuerza de repetición, con perseverancia militante, devendrá verdad. El modelo Maldonado.

Pese a la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado y a que la autopsia determinó que el joven tatuador se ahogó tras permanecer siempre bajo el agua y no en otro medio, muchos militantes kirchneristas todavía enarbolan en las redes la consigna originaria que procuró consagrarlo como un desaparecido del gobierno de Macri. O de Macri mismo.

Con cierto candor antes se pensaba que la evidencia, cuanto más rotunda, mayores posibilidades tendría de disolver los argumentos de quienes se empeñaran en negar lo innegable o en sostener lo insostenible. Evidencia irrefutable de la corrupción iban a ser los videos que estremecieron a la sociedad, el de López arrojando bolsos, el de la Rosadita donde se contaban millones de euros, los dólares de Florencia Kirchner, más tarde la contundente causa de los cuadernos plagada de testimonios concurrentes. En la Justicia esas pruebas, además de conmocionar multitudes, hicieron avanzar las causas. Hasta que la política dio vuelta el tablero. Hoy desde el gobierno recuperado se trabaja para licuarlas, mandarlas a vías muertas, con la ayuda de la reforma judicial en ciernes beneficiar a los procesados, hasta reivindicarlos como "perseguidos políticos".

La experiencia sugiere, contra lo que cabría esperar, que el sistema no se sanea merced a la aparición de videos rotundos en los que los pecadores, por distintos motivos, son sorprendidos confesando o exhibiendo sin pudor sus pecados. Verdades antagónicas pugnan en un ecosistema de instituciones débiles, jueces acomodaticios, partidos sin bordes, políticos venales, barreras morales laxas y, probablemente lo más determinante, amplios sectores ciudadanos propensos a alternar sus focos de atención según los vaivenes del declive económico y la ilusión de revertirlo.

Ishii, pese a que parece conocer mejor que nadie las reglas penumbrosas del entretejido político, tal vez termine pagando algún costo por lo que largó en el calor de un conflicto gremial sin saber que lo estaban filmando. Mucho más improbable es que la cadena de compañeros solidarios que lo bancó a partir de una decisión orgánica se pregunte si no había otro camino que disfrazar la verdad con explicaciones ridículas.

© La Nación

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