lunes, 1 de junio de 2020

Teletrabajo y renta mínima

Por Juan Manuel De Prada
Un amigo cuya identidad no puedo revelar vendió hace algunos años a una multinacional una empresa que él mismo había creado y hecho prosperar. Por razones muy diversas –porque empezaba a hacerse viejo, porque no encontraba entre sus hijos vocación empresarial y, sobre todo, porque le apetecía dedicarse a pesquisas de orden intelectual–, mi amigo no se encontró con ánimos para seguir al frente de su empresa; y finalmente decidió escuchar la jugosa (y mareante) oferta con que desde hacía años lo cortejaba el gran dominador del sector.

Mi amigo, en fin, vendió su empresa por una millonada; y, mientras los abogados discutían las condiciones de la transacción, fue huésped de su comprador, que lo trató a cuerpo de rey (o al menos de presidente de la república) en su mansión, dispensándole todo tipo de atenciones y haciéndole algunas sabrosas confidencias referidas al futuro de la economía mundial.

El magnate le hizo ver a mi amigo que había vendido en el momento preciso, porque en unos pocos años su negocio, tal como él lo había concebido y hecho prosperar, sería inviable. El trabajo que en el negocio de mi amigo hacían decenas de personas repartidas por toda España sólo exigiría en el futuro inminente avizorado por el magnate a una única persona conectada telemáticamente. Y esa única persona, además, podría trabajar desde su casa, ahorrando a su empresa el alquiler de su oficina, la luz, el teléfono y hasta el ordenador; porque, en ese futuro avizorado por el magnate, al extremarse la competencia por conseguir ese único puesto de trabajo, habría muchos candidatos dispuestos a cargar con ciertos gastos. Y para que ese futuro fuese posible –continuó el magnate–eran precisas dos cosas: la aceptación del teletrabajo (que difumina el horario laboral y destruye la vida familiar, o los añicos que de ella subsisten) y el establecimiento de una renta mínima para todo quisque que amortiguase en un primer momento la rabia social derivada de la salvaje destrucción de empleo; y que, en un segundo momento, cuando esa renta mínima quebrase a los Estados y esquilmase a la menguante población todavía activa (ordeñada con impuestos crecientes), la rabia ya no golpease a la plutocracia que había promovido la devastación económica.

Que, para que fuese aceptada gozosamente por las masas, tendría que ser ejecutada por las fuerzas políticas de izquierdas. Y el magnate puso entonces a mi amigo el ejemplo de lo que hizo Felipe González, con el camelo de la ‘reconversión’ industrial y las ‘cuotas’ agrícolas y ganaderas impuestas desde Bruselas: destruir el tejido productivo español (tapando a la vez bocas quejosas con subvenciones, jubilaciones anticipadas y otros sobornos similares), disparar el desempleo e institucionalizar los empleos precarios y mal remunerados, arrasando, además, los vínculos comunitarios que mantenían cohesionados a los trabajadores. Todo ello para beneficiar a las multinacionales y facilitar la ‘deslocalización’ y adquisición a precio de saldo de industrias y empresas locales. Y aquella operación que tanto perjudicó a los españoles y tanto benefició a la plutocracia fue un éxito porque la ejecutó la izquierda, haciendo creer además a los ilusos que la ejecutaba en su beneficio (algo que nadie se hubiese creído si el caniche elegido hubiese sido de derechas). Pues, como señalaba Pasolini, «la revolución neocapitalista se presenta taimadamente como opositora, en compañía de las fuerzas del mundo que van hacia la izquierda». Ahora también va a ser la izquierda la encargada de llevar a cabo en España los planes diseñados por la plutocracia que aquel magnate detalló hace años a mi perplejo amigo. Pero el teletrabajo y la renta mínima que la plutocracia se dispone a instaurar ocasionarán un destrozo todavía mayor sobre la economía nacional, porque llueve sobre mojado; o más bien sobre un barrizal a punto de convertirse en riada que todo lo arrase.

Pero la gente ilusa también creerá ahora que esta operación monstruosa se hace en su beneficio; pues, mientras sus artífices llevan a cabo la fechoría, se repartirán nuevos sobornos, desde derechos de bragueta y botellón penevulvar a granel hasta aprobado general para el nene y la nena, con becas de añadidura para que los mediocres puedan cursar unos estudios que ya no servirán para nada. ¿Para nada? Bueno, no exageremos: siempre habrá algunos que podrán teletrabajar; y, si se dan prisa en concluir sus estudios, hasta podrán cobrar una renta mínima. Cuando todo se vaya al garete, quienes manejan el cotarro ya habrán hecho lo mismo que reza el título de aquella vieja película de Woody Allen: Take the Money and Run.

© XLSemanal

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