viernes, 29 de mayo de 2020

Rubí, oro, perla y diamante

Por Isabel Coixet
Son las nueve de la mañana y cruzo el barrio de sur a norte, camino (por fin) del trabajo, despacio. Corre una deliciosa brisa de mayo y la luz, tan pura, hace que me fije en las cosas como si las viera por primera vez. Las pintadas en las paredes no han mejorado en su formulación ni en sus pretensiones: se insulta a Angela Merkel, al Estado, a los ricos. Según las pintadas de mi barrio, la pandemia la tiene que pagar Angela Merkel, a la que se acusa de todos los males del planeta.

Hay muchos perros y niños de todas las edades, muchos muy pequeños, bebés que van atados al pecho de sus padres. Veo también a muchas mujeres embarazadas. No sé si este es un buen momento para dar a luz, para empujar a otra vida ahí fuera, pero ¿cuándo es un buen momento? Se empieza a ver mascarillas de tela en muchas bocas: lunares, rayas, estampados japoneses, dibujos divertidos. Los que llevamos gafas ya hemos probado todos los trucos para que no se nos empañen estas: ponerlas por encima del alambre, frotar los cristales con jabón. A ver qué va a pasar cuando llegue el verano y el vaho y el sudor se condensen ahí fuera, a ver.

Tres adolescentes sin mascarilla en la Plaza de la Revolución hablan en voz muy alta criticando la norma que aconseja llevarla. «A mí eso no me va a tocar». «Estos gilipollas del Gobierno no saben nada». «La gente es imbécil, creen que están protegidos con la mascarilla». Me miran, los miro, se callan, se ríen cuando paso de largo. Igual tienen razón, quién sabe. ¿Qué sabe nadie? Tiendas cerradas. Tiendas semiabiertas donde hay que pedir cita. Rótulos de ‘Se traspasa’. Panaderías que dan café para llevar. Veo a los propietarios de un local de restauración, todavía en obras, a punto de abrir, mirar la fachada entre el desaliento y la ilusión. Sé lo que se están preguntando. Lo sé. Querría decirles que conserven la ilusión, que su local va a llenarse, que volverán las barras llenas y las colas esperando mesa. Porque puede que vuelvan, o no. Me llama un amigo, lo han despedido. De la noche a la mañana. Sin indemnización. Sin ERTE. Sin nada. ¿Qué vas a hacer? «No lo sé, todavía no lo sé, no me he hecho a la idea». Hacerse a la idea. Navegar en la incertidumbre, ese espeso mar de gelatina bamboleante en el que estamos. Hablo con él, al lado de una farola de la que pende un anuncio: «Se hacen mamparas de metacrilato anticovid, todas las medidas, preguntar por Rubén». Me imagino a Rubén con un mono blanco y la cabeza de Mister Proper instalando pantallas de metacrilato en las casas, en las calles, en los teatros, en el mundo. El aire está limpio y el cielo de un azul cegador, pero la atmósfera está cargada de dudas y moho.

Un antiguo concejal del Ayuntamiento de Barcelona que poseía un negocio de joyería fue el que llamó a una serie de calles del barrio de Gràcia con nombres de piedras preciosas: oro, topacio, rubí, la perla. Cuando llego a la Plaça del Diamant, veo que está abierta la Casa Portuguesa, donde hacen el mejor pastel de limón del mundo. Pido un cortado y un trozo de tarta. Me tomo el cortado en la plaza y me guardo el pastel de limón para merendar. Me va a hacer falta.

© XLSemanal

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