miércoles, 29 de abril de 2020

Ciencia, política y pandemia

Por Pablo Mendelevich
Nadie sabe qué clase de celebración se organizará para el próximo 17 de octubre, cuando las Veinte Verdades Peronistas cumplan 70 años. Es de desear que para entonces ya no haya aislamiento social obligatorio (si bien circulan encuestas sobre el impacto local de la cuarentena en las que uno de cada tres cree que el problema se extenderá más allá de octubre).

Bueno, tampoco es que en el siglo XXI a.C. (antes del Coronavirus) hubiera habido mucho alboroto en torno de la preparación de los actos conmemorativos de aquel 17 de 1950 en el que Perón sentenciaba: "No existe para el peronismo más que una sola clase de personas, los que trabajan". La Verdad número 4, un ejemplo de que no todas las verdades envejecen bien.

Por estos días, en los que tanto se habló de la niñez, tampoco hubo quien se acordara de la Verdad número 12, "los únicos privilegiados son los niños", repiqueteada hasta el infinito por la propaganda cincuentista, también por la voz de Evita. Haber olvidado ese apotegma bajo un gobierno peronista justo cuando se discute qué hacer con los niños de todo el país, si mantenerlos encerrados como en las últimas siete semanas y media o permitirles que, ellos sí, corran siquiera un rato al aire libre, quizás sea un dato elocuente de la originalidad de estos tiempos. Otros criterios, no un melifluo dogma partidario, prevalecen en la toma de decisiones, a las que ya ni siquiera ornamentan.

Como se sabe, el tema del esparcimiento dosificado, esencial en la vida y la salud psicológica de cientos de miles de familias, dividió en dos a las autoridades, pero no por pertenencia partidaria. El presidente Alberto Fernández se manifestó a favor -si bien de modo confuso- de autorizar a los niños (y a los adolescentes) a salir de sus casas a las inmediaciones hasta una hora por día. Y un grupo formado ad-hoc por los cuatro gobernadores más importantes del país, que son del oficialismo y de la oposición, mediante un inédito comunicado conjunto lo contrarió y fijó la postura del encierro sostenido. El episodio sería más notable si se verificara que ambos posicionamientos estuvieron inspirados en consideraciones de raíz científica, ya que a partir de la pandemia las autoridades están recibiendo asesoramiento de científicos como nunca antes ningún presidente ni gobernador. Pero, claro, uno se pregunta enseguida si delante de la misma cuestión la ciencia puede producir dos recomendaciones diferentes.

Evidentemente sí: en el contexto del Covid-19, rico en penumbras, ya se hizo natural. Está sucediendo con la utilidad de los barbijos, las formas de contagio, los órganos que el virus elige atacar en el organismo, los motivos por los que hace estragos en una ciudad y no en otra, la inmunización de los enfermos recuperados o la cuestión teórica -esta semana restaurada- del genoma y el origen natural o artificial del coronavirus. La ciencia es lo opuesto al dogma. Renuncia a la garantía de verdad absoluta. Por eso aporta respuestas provisorias que más tarde podrán ser corregidas, siempre con apego al método científico.

Como los epidemiólogos también van evaluando sobre la marcha la eficacia de la cuarentena multinacional y formulan proyecciones, la medición del riesgo hipotético de flexibilizar el aislamiento de la población infantil, que lleva 46 días sin ir a la escuela y sin salir, bien puede arrojar resultados diversos. Lo explicó el Presidente al hablar de cuarentena administrada. El riesgo está sujeto a factores geográficos como la densidad poblacional, los niveles socioeconómicos y culturales y, desde luego, las estadísticas de la pandemia en cada lugar. De allí viene la idea de delegar en gobernadores e intendentes la implementación de las particularidades. Otra cosa es que las decisiones gubernamentales de distintos estamentos tratadas como si fueran reglamentaciones o meros detalles se hayan adoptado ahora en la forma, el orden y el ámbito adecuados. Ocurrió lo contrario.

Millones de niños entendieron el pasado fin de semana, por sí mismos o a través de sus padres, que el Presidente había resuelto permitirles salir a la calle. Horas después se le dijo a una buena parte (los porteños, bonaerenses, santafecinos y cordobeses) que por decisión de otra autoridad, el gobernador, no les tocaría a ellos el beneficio sino a otros niños.

Se ve que el exitoso experimento noruego acá mucho no pegó. Erna Solberg, la primera ministra de Noruega, entendió que en la asimilación psicológica del encierro, aspecto importante en la lucha contra el coronavirus, los niños eran una pieza central. Entonces organizó para ellos al comienzo una conferencia por televisión en la que respondió todas las preguntas que le hicieron llegar por Internet (muchas de las cuales se refirieron a la angustia que les producía sentir miedo, tema respondido por Solberg con premeditada solvencia). En la Argentina no hay noticias de que se hubiera estudiado la forma de darles a los chicos alguna clase de certeza sobre el horizonte, pese a que el Presidente habló en estos días de cuán importante es la salud psicológica.

Hubo entonces en los hechos un tormentoso cortocircuito entre jurisdicciones -hay quienes creen que fue un malentendido o un traspié comunicacional-, después de que se dijo con sordina que permitir la ventilación diaria de los niños al final dependía de las autoridades locales. Desde el punto de vista político, eso sí, el cortocircuito fue bastante novedoso porque involucró al federalismo y a los mecanismos de representación de una manera inusualmente drástica. Más costoso que no dejar salir a los chicos, debe haber razonado cada gobernador bajo cuya responsabilidad están los mayores centros urbanos del país, será que el coronavirus, si el pico llega a ser alto en mi distrito, me lleve puesto.

A diferencia del enfrentamiento del presidente Jair Bolsonaro con los gobernadores en Brasil, mucho más severo por desafiar la estrategia oficial frente a la pandemia, los cuatro gobernadores que salieron al cruce de los anuncios de Fernández marcaron una diferenciación parcial, prevista, por otra parte, en los papeles. De todos modos, cualquiera haya sido el origen del enredo y aunque las razones de los gobernadores para persistir con la cuarentena estricta sean válidas, ellos aparecieron desafiando la autoridad del Presidente. Lo más curioso tal vez no sea la paleta ideológica (que va de los peronismos moderados y singulares de Juan Schiaretti y Omar Perotti al kirchnerismo puro de Axel Kiciloff y el macrismo dialoguista de Horacio Rodríguez Larreta) sino que se plantaran para asegurar una decisión que ellos mismos creen antipática. El miedo al coronavirus no es privativo de los niños noruegos. Hay hasta una versión político-institucional de un miedo -al crecimiento incierto, al desmadre de la curva, al reproche por los muertos- que sienten, se ve, los gobernantes en vísperas del pico.

Es que la pandemia es demasiado seria como para que las respuestas a la sociedad de quienes gobiernan no estén bien pensadas, mejor informadas y, sobre todo, perfectamente coordinadas. Ya bastante hay con las respuestas dobles, dudosas, contradictorias, incompletas, demoradas, que hay que tolerarle a la esmerada ciencia.

© La Nación

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