domingo, 13 de octubre de 2019

Alberto y la corrupción K

Por Gustavo González
Alvaro Obregón fue un militar que llegó a presidente de México. Su historia es la de la revolución mexicana, cruzada de relatos épicos, crímenes, robos y traiciones.

Se lo recuerda por ser parte de eso y porque en una batalla perdió una mano. También por su fama de corrupto.

Un día le respondió a un periodista: "A usted seguramente le habrán dicho que soy algo ladrón". Y con cierto humor negro le contó cómo recuperaron su mano después de que le estallara una granada: “No la encontraban. Hasta que uno de mis ayudantes que me conoce bien dijo que lo haría: ‘Ella vendrá sola’, señaló y sacó una moneda de oro que levantó sobre su cabeza. Inmediatamente salió del suelo una especie de pájaro de cinco alas. Era mi mano que, al sentir la vecindad del oro, abandonó su escondite con un impulso arrollador”.

Lo real es que la mano de Obregón fue recuperada y durante décadas fue objeto de adoración. El militar reflexionó antes de morir: “Aquí todos somos un poco ladrones. Pero yo no tengo más que una mano, mientras mis adversarios tienen dos”.   

Pregunas incómodas. ¿Será correcta la tesis de Obregón? ¿El repudio de los últimos años a la corrupción era de verdad una impugnación moral frente a quienes incumplían las leyes o se trató de un espectáculo mediático que tranquiliza conciencias?

En definitiva: ¿cómo se explicaría el probable triunfo electoral de la fórmula de la multiprocesada Cristina Kirchner? ¿Es que entonces las condenas a sus ex funcionarios, los bolsos de López, los videos en los que se contaban millones de dólares en negro, las pruebas de sobreprecios en la obra pública, las coimas del Cuadernogate y las amplias sospechas de enriquecimientos ilícitos no resultan invalidantes a la hora de votar? ¿Por qué tantos votarían por Alí Babá y los 40 ladrones?, se preguntó Rattazzi.

Ahora bien. Imagínese si a usted mañana lo llamara Alberto Fernández y le ofreciera un cargo en su probable gobierno, pero antes debiera soportar un escrutinio moral de todos sus actos pasados: ¿está seguro de que no aparecerá una cámara en la que se lo ve coimeando a un policía?, ¿una escritura en la que declaró una propiedad por menor valor?, ¿una empleada, pareja, vecino que declare en su contra?, ¿dinero en negro?

Y si usted atravesó o atraviesa penurias económicas, ¿también sería capaz de pasar la prueba de que nunca se quedó con nada que no le perteneciera, aun con la justificación de saciar sus necesidades o las de su familia?

Y si finalmente es capaz de atravesar el duro escaneo de confrontar lo que somos con lo que decimos que somos, ¿cuántos más hay como usted? ¿La mitad del país?, ¿un tercio?

Encuesta. Una de las encuestas más respetadas en esta materia es la de Latinobarómetro, que abarca a 20 mil entrevistados de 18 países.

En el capítulo argentino, los últimos resultados mostraron los altos niveles de tolerancia que tenemos con la corrupción (no muy distintos a los del resto de la región):

• Cuando se preguntó cuál es el nivel de corrupción que se está dispuesto a permitir en pos de que un gobierno solucione los problemas, el 34% estuvo de acuerdo o muy de acuerdo en aceptar cierto grado de corrupción.

• Dos de cada diez dijeron que conocieron en forma directa o indirecta un caso concreto de corrupción.

• El 60% sostuvo que no cree que se pueda erradicar este flagelo.

• Un 29% aseguró que no la denunciaría o no está seguro de hacerlo, ni siquiera si fuera testigo. Este porcentaje asciende al 40% cuando se le aclara al encuestado que tendría que pasar un día en Tribunales.

• El 28% respondió que “todos” o “casi todos” los empleados públicos están involucrado en ilícitos. El 38% dijo eso de los empresarios, el 39%, de los jueces y el 46%, de la policía.

Cuando se interrogó sobre el reconocimiento del propio entrevistado de haber participado en algún acto ilícito, el 25% admitió haber tenido relación con sobornos a un policía en el último año.

Entre quienes dijeron haber tenido contacto con la Justicia, la mitad también reconoció que actuó de ese modo. Porcentajes similares de participación en corruptelas cotidianas se repiten cuando se pregunta sobre asuntos educativos o de salud.

La sociedad tiene derecho a suponer una meta ética aspiracional que no refleje lo que es sino lo que pretende ser. Eso está bien. Lo difícil es aceptar la realidad, sin hipocresía, para entender que la degradación de un país suele cruzar a toda la sociedad y que los funcionarios de cualquier gobierno son productos de esa sociedad a la que representan y reflejan.

Alberto & Cía. “Co-rromper” es romper algo entre dos o más personas. La corrupción requiere de al menos dos partes.

El hecho de que un amplio porcentaje social acepte haber participado de cierto nivel de corrupción muestra que para ellos las normas no escritas toleran el delito. Los ex funcionarios enjuiciados por corrupción pueden haber roto las normas escritas, pero no las normas reales con las que un porcentaje de la población se maneja a diario. Esos funcionarios son solo una de las partes de la corrupción.

Entender esto quizá no cambie las cosas, porque el objetivo moral debería seguir siendo cumplir la ley.

Pero al menos es útil para saber de dónde venimos y conocer mejor quiénes somos y por qué elegimos como elegimos a quienes nos representan.

Alberto es el candidato de un conglomerado que agrupa a ex funcionarios investigados por corrupción y es compañero de fórmula de una ex presidenta acusada, entre otros delitos, de comandar una asociación ilícita y que enfrenta una pena de hasta 18 años de cárcel.

El se jacta de que no tiene una acusación en su contra y afirma que ella es inocente, aunque no pone las manos en el fuego por todos sus ex compañeros de ruta.

Sabe que, con o sin hipocresía social, su eventual gobierno será puesto bajo la lupa de la corrupción desde el minuto uno.

Su desafío no solo será cómo salir de esta profunda crisis. Antes y después, enfrentará dos desafíos que son igual de importantes: sellar la grieta “macristinista”, que hace inviable cualquier futuro plan económico, y dar señales claras desde el principio de que se castigará a los corruptos. Aunque esto refleje más un aspiracional de la sociedad que la realidad.

Ser y parecer. De ganar, Alberto no solo debería actuar en consecuencia sino sobreactuar: rodearse de personas que se presuman intachables y transformar la actual Oficina Anticorrupción en secretaría de Estado, desginando al frente a alguien que de verdad actúe con independencia del Ejecutivo. Por ejemplo, Margarita Stolbizer, la ex aliada de su actual aliado Sergio Massa.

Acordar precios y salarios para cortar la inercia inflacionaria y renegociar con el Fondo por el pago de la deuda serán medidas tan necesarias como difíciles y costosas.

Pero las políticas antrigrieta y anticorrupción no le costarían nada.

Las podría aplicar desde el primer día y traerán beneficios sociales y económicos.

Y él se convertiría en un representante no de lo que la sociedad argentina es, sino de lo que quisiera llegar a ser.

© Perfil.com

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