sábado, 7 de septiembre de 2019

Entre rumores y gira

Por Roberto García
Tiemblan los dos frentes, uno porque parece que se va y el otro porque parece que entra. Macri, con el desconcierto amargo de la partida; Alberto Fernández, levitando en las oportunas mieles de un poder venidero. Coinciden en que uno no quiere irse antes de las fechas previstas y el otro no desea pensar en un anticipo de los plazos constitucionales. Como si fueran capaces de dominar un huracán económico que nadie sabe si alcanzó el grado cinco.

Debe ser una de las pocas certezas comunes que los unifica, más allá de los odios mutuos y del creciente intercambio de mensajes telefónicos, un instrumento que los salva de una cumbre secreta entre ambos como alguna noche habría juntado a Cristina presidenta con Macri jefe de Gobierno.

Ciclotímico. El mandatario se refugia en un deseo: mantener congelado como un óvulo el tipo de cambio; le endilga a la trepada del dólar la razón de su deterioro político y personal, hasta estima que “las elecciones que no han sucedido” pueden aproximarlo a una doble vuelta si la divisa externa permanece inamovible. Ni Scalabrini Ortiz lo hubiera elegido como cándida metáfora del hombre que está solo y espera. La estabilidad cambiaria de los últimos tres días, al menos, limitó las versiones sobre una salida imprevista del gobierno.

Entre los rumores circulantes se deslizó:

  1. Complicada imaginería para cortar boleta y trasladarle los votos del binomio oficialista a Lavagna, con quien Macri casi no tiene diálogo, deducción inducida al electorado propio que pondría en peligro no solo la lista de aspirantes legislativos, sino al mismo y único territorio que administran: la Capital Federal. Una forma de acercar a Rodríguez Larreta al crematorio, justo la única figura del PRO –ya que la coalición con Carrió y radicales está por extinguirse– con posibilidades de mantener reducto y bandera. No prosperó.
  2. Otra variante en acecho era el retiro de Macri de la candidatura por el abultado rechazo a su apellido, el ascenso de Miguel Pichetto como reemplazo y la alternativa jurídica de que el espacio político nominara en asamblea a un número dos en la fórmula. Ni un nombre de aceptación razonable se consideró para ese agujero posible. Inviable.

En esta pendiente de conjeturas, en la cúpula de la Casa Rosada abundan los reproches, un ácido clima reina entre ministros que no esconden sus peleas, la molestia insoportable que provoca la actitud “parrillista” de Dietrich con Macri y la inocultable marginación de Marcos Peña, otrora maxima figura luego del Presidente. De la aprobación siempre inmediata a las propuestas de su jefe de Gabinete, el jefe de Estado pasó a decir “vamos a estudiarlas”.

Si hasta el lunes pasado deambuló la especie de que se le ofreció a Pichetto el lugar de Peña, iniciativa que el propio candidato a vice no aceptó a menos que le concedieran ciertas condicionalidades. No trascendieron esas exigencias, si es que las hubo. De lo que nadie duda es de la importancia de Pichetto para Macri: lo reconoce como el hombre más entero para defenderlo en todos los frentes. Aun en ese turbión de entuertos, a la carnicería entre ministros –que hasta cambian de ubicación en la mesa para increparse– continuó la contumacia presidencial de sus hábitos: si bien le imputa a parte de su equipo negligencia por haberlo depositado en el cadalso, por haberle mentido con las encuestas, la tecnología electoral y una parafernalia de gastos con el big data, los focus group y costosos expertos, no cambia a nadie: insistirá con las mismas consultoras y especialistas hasta el 27 de octubre.

Invitado especial. Si Menem jugaba en la Selección, bien puede Alberto hoy tocar la guitarra con un Oscar de Hollywood, el músico Drexler, gentileza del embajador uruguayo Bustillo en Madrid, quien de haber podido recuperar el tiempo, lo habría convocado tambien a Viglietti, a Carbajal, a Los Olimareños o al flaco Zitarrosa. Le da lo mismo desde su colección de Porsche, un hombre del nacionalismo oriental que representa a la izquierda de Tabaré Vázquez por favores inolvidables, y que en la Argentina cosechó como diplomático amistades del círculo rojo, empresarios en su mayoría, lista que también incluye al candidato presidencial Fernández. Gran anfitrión, dicen, capaz de nuclear al socialismo español in tótum –con ayuda de Telefónica, claro– incluyendo al chileno conocido como Meo, Marco Enrique Ominami, ex diputado, cinéfilo y faro del mismo rubro político que Alberto cultivó en otras épocas. Viaje de mandatario electo, protagonizando cenas con bancos que oblaron las encuestas del penúltimo día que favorecían a Macri, quizás con la esperanza de una asistencia reparadora que pueda mejorar las reservas cuando asuma, si esto ocurre el 10 de diciembre. Tanto trasiego entre amigos evitará que diga, como Duhalde, al regresar: “No sabía que el mundo estaba tan globalizado”. Y eso que no pudo encontrarse con el más globalizado de todos, Felipe González. Perfume antinorteamericano en la gira, europeísta el tono, hasta con amagos hacia China, perfil que ciertos vínculos le atribuyen hoy a Fernández. No trascendió lo que opinaba sobre su aliado Grabois y sus reformas agraria y urbana, menos sobre el futuro gobierno de Kiciloff en Buenos Aires. Casi ni se mencionó a Cristina, quien lo designó candidato y habrá de acompañarlo en las formas, a la que habrá de deberle la presidencia. Un interrogante que flota entre todos, aun entre los que dicen que “está cambiada”, que “es otra”, “más para la historia que para la gestión”, retirada, madre dolida y abuela.

Raro fenómeno político que aglutina en una misma persona atributos de Yrigoyen y Perón, la mudez de uno y la verborragia del otro, aplicadas en tiempos distintos: alguien que crece sin hablar y que creció hablando. Enigma sobre el futuro, misterio de quien estará detrás de un hombre sin territorio ni votos, ni historia mínima como dirigente, con un conocimiento menor de la población, y que puede alcanzar un récord histórico para llegar a la Casa Rosada.

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