domingo, 29 de septiembre de 2019

El giro albertista del establishment

Por Gustavo González
Los empresarios argentinos hoy se dividen en dos tipos: los que están enojados y los que están desilusionados. También hay empresarios del tercer tipo, que están enojados y desilusionados a la vez. El problema en todos los casos tiene nombre y apellido: Mauricio Macri.

La desilusión y el enojo son producto de lo que en algún momento fue un enamoramiento de ese sector con un político en el que habían confiado como en ningún otro.

En mayor o menor medida, esos sentimientos subsisten incluso en los que lo volverán a elegir el próximo 27 de octubre.

Macri significa para este establishment lo que soñó ser y no fue. El fracaso de la racionalidad de los números para gobernar. El temor de que quienes son buenos CEO privados queden estigmatizados como incapaces de manejar las finanzas públicas. La traición de uno de sus hijos dilectos, que cuando llegó al poder ni siquiera benefició a los suyos, a quienes se autoperciben como el núcleo básico del capitalismo.

El enojo y la desilusión venían acumulándose, pero después de las PASO todo empeoró. Lo responsabilizan por las consecuencias económicas de estos años, por no cuidarlos en el Cuadernogate y por la destrucción de sus activos. Algunos lo califican con palabras poco elegantes y otros empiezan a aceptar como razonable la mirada del excéntrico economista Javier Milei, cuando lo llama “socialista” o “izquierdista”.

Un malestar similar al de la alta burguesía estadounidense con el presidente Teddy Roosevelt, un representante de su clase que los “traicionó” con políticas antimonopólicas y control empresario. Con la diferencia de que Macri no hizo eso y Roosevelt dejó una economía en marcha.

Marx y Smith. El malestar encierra el miedo y el miedo es al presente y al futuro. Al presente porque no saben ni cómo ni cuándo van a volver a ocupar la capacidad ociosa de sus empresas, ni siquiera saben si sus empresas van a seguir funcionando. Y miedo al futuro porque no saben qué hará Alberto Fernández con los que sobrevivan a esta crisis.

No se entiende si es por convicción, por autopreservación psicológica o por simple necesidad, pero lo cierto es que a la par del malestar con el actual presidente empieza a surgir una corriente de módico optimismo sobre la economía de Alberto. Además de múltiples pedidos de audiencias de empresarios que rebasan la agenda del candidato e inauguró Marcos Galperín, de Mercado Libre, al día siguiente de las PASO.

Marx escribió que “cuando la burguesía excomulga como ‘socialista’ lo que antes ensalzaba como ‘liberal’” es porque se prepara para aceptar que puede ser mejor otro gobierno que uno que se suponía propio: “Para salvar la bolsa hay que renunciar a la corona”, ironizaba Marx para referirse al giro del establishment francés de mediados del siglo XIX, cuando dejó de apoyar a un parlamento republicano aliado para volver a un gobierno monárquico, esa vez encabezado por Luis Bonaparte.

El incipiente giro albertista del empresariado no se basa en otra cosa que en aquel “salvar la bolsa”.

Adam Smith fue el primero en explicar ese gen de supervivencia de los hombres de negocios: no es por su generosidad que se promueve el desarrollo económico sino justamente por sus ansias, sus miedos y sus egoísmos. Smith aprobaría este giro pragmático diciendo que están tanteando al peronismo en su afán por recuperar rentabilidad para volver a invertir, dar más trabajo, multiplicar ingresos y regenerar el circuito productivo.

Seducción. En eso están. Comportándose como hace tantos años los clásicos pronosticaban que se comportarían. Volviendo con la cabeza gacha y los bolsillos expectantes al hogar del bonapartismo. Este peronismo que históricamente los presionó, pero que también supo contenerlos y ayudarlos.

No son gobiernos que a priori el establishment considere propios (como terminó siendo el de Menem), pero con Macri empezaron a creer que, de verdad, puede no haber “peor astilla que la del mismo palo”.

Este jueves, el candidato peronista almorzó pollo relleno de lomo ahumado con los empresarios y economistas de la Fundación Mediterránea, uno de los mayores think tank del liberalismo argentino. Los 400 invitados que le habían dado un tibio recibimiento, lo despidieron con un aplauso esperanzador.

Alberto les garantizó que si gana negociará la deuda con los acreedores y que no habrá quita, que crecer y exportar serán sus metas para conseguir dólares genuinos y que bajará las tasas. Sentó la máxima peronista de que sin impulso de la demanda no habrá progreso y recordó que cuando era jefe de Gabinete “pasamos a la historia porque le pagamos todo al Fondo, la deuda contraída treinta años atrás, incluida la de la dictadura”. Casi que no mencionó a Cristina Kirchner.

No es que fuera el discurso ideal que un monetarista quisiera escuchar, pero los empresarios suelen ser menos liberales y ortodoxos que los economistas a los que les pagan.

 Algunas de las grandes críticas que los sectores industrialistas, agrícolas y exportadores le hacen a Macri se refieren a su mirada extremadamente financiera que, en pos del saludable déficit cero, no supo cuidar el mercado interno y atrasó el dólar hasta que explotó de golpe.

Desenojándose. En el reportaje de Jorge Fontevecchia a Hugo Sigman de esta edición, se cuenta que él es uno de los 256 empresarios que participan del chat Nuestra Voz. Sigman dice que entre los empresarios vinculados con las industrias más tradicionales (no así entre emprendedores y las tecno), percibe que están tomando distancia progresivamente de Macri y, a su vez, se van “desenojando” con Cristina: “Pero hay más enojo con Macri que coincidencias con Cristina”, aclara.

En cualquier caso, el enojo es mutuo. El Presidente también se siente defraudado por ellos.

En el Gobierno consideran que hay una suerte de panquequismo de los industriales que no es de ahora sino que comenzó con el Cuadernogate: “Ahí quedó en evidencia el sistema prebendario con el que esos empresarios se enriquecieron. Lo que le achacan a Mauricio es que justamente alguien que viene de ese sector no los haya defendido. Nunca entendieron la decisión de no intervenir en la Justicia porque con otros gobiernos esa era la norma”.

En palabras de Macri: “Cada uno se tiene que hacer cargo de lo que hizo”. Incluso reconociendo lo que pudo haber hecho su propio padre, agrega.

Este verano, Marcos Peña se lo dijo en la cara a los directivos de la UIA: debían reemplazar “el asistencialismo de Estado y producir más”.

En cualquier caso, era muy difícil imaginar hace cuatro años que la administración que comenzó aplaudida por los empresarios podía terminar con una parte de ellos coqueteando con el demonizado kirchnerismo.

Pero lo que sigue puede sorprender aún más.

© Perfil.com

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