miércoles, 28 de agosto de 2019

Si un peronista quiere sobrevivir a su líder, debe fagocitarlo

Por Giselle Rumeau
Cristina Kirchner solía definir a su matrimonio con Néstor Kirchner como mucho más que una pareja política. Ante los íntimos, decía que juntos eran un cuerpo con dos cabezas, para demostrar el grado de cohesión, complementación y ambición que tenía su proyecto. Una rareza en el peronismo, si se tienen en cuenta algunos antecedentes históricos. La vocación de poder es tan absoluta dentro del movimiento que no hay lugar para dos capitostes en el mismo barrio. Sea mediante traiciones, internas o elecciones, el partido termina siempre deglutiendo a sus líderes en vida sin ningún remordimiento.

Lucas Romero, politólogo y director de la consultora Synopsis, dice que para que un peronista logre destronar a otro debe ganarle primero en una elección. Las dos renovaciones que acontecieron en el partido desde 1983 a la actualidad -recuerda- fueron resultado de una derrota electoral. En efecto, en 1985, los renovadores encabezados por Antonio Cafiero se presentaron por afuera del sello del PJ y se impusieron en las elecciones legislativas sobre el aparato partidario, liderado por Herminio Iglesias, el mariscal de la derrota de 1983. Y la renovación del menemismo por el kirchnerismo se dio recién con el triunfo de Néstor Kirchner ante Carlos Menem, quien entonces no quería retirarse con fueros en el Senado.

El santacruceño no llegó hasta ese lugar en 2003 por su liderazgo interno. Fue Eduardo Duhalde quién lo designó a dedo cuando aún tenía peso en el peronismo, pero el costo político por los asesinatos de los militantes de izquierda Kosteki y Santillán en una marcha le impedían continuar al frente de la Presidencia a través de los votos y no por la designación del Congreso. En campaña, sus adversarios hablaban de Kirchner como "el Chirolita" de Duhalde, en alusión al famoso muñeco manejado por un ventrílocuo. Pero Néstor supo vengarse: con apenas 22% de los votos y una amplia billetera comenzó a construir gobernabilidad y un poder que pareció ilimitado. A los seis meses aparecieron las primeras diferencias con su padrino y en 2005 se lo sacó de encima en un santiamén, ganándole en una elección legislativa en las que sus respectivas mujeres, Chiche y Cristina -candidatas a senadoras- se trenzaron durante la campaña en "altas discusiones de peluquería", como definió en su momento Aníbal Fernández, con un desprecio monumental hacia el género.

Cristina repitió este año la misma situación extraordinaria: ella tenía los votos pero también las limitaciones por haber dejado al país en situación desastrosa y llevar encima 13 causas abiertas por corrupción. Con el 37% de los votos obtenidos como candidata a senadora en las legislativas de 2017 -en las que perdió frente a Esteban Bullrich pero fue electa por la minoría- no le alcanzaba para sacar de la Casa Rosada a Mauricio Macri pese a la recesión brutal.

Ahora, Alberto, sin votos originales ni territorio propio pero en alianza con los gobernadores, aportó la diferencia. Si se repitiera el escenario de las PASO el 27 de octubre, los dos Fernández serían los dueños del triunfo. Ni hablar si el porcentaje creciera.

Pues bien, ¿habrá lugar para dos cabezas en el poder? Es difícil saberlo. Tanto como no creer que sería inevitable un enfrentamiento a futuro entre ambos. Como vimos, según la historia reciente, si un peronista quiere sobrevivir a su líder, tiene que fagocitarlo.

¿Qué pasaría con la militancia kirchnerista o La Cámpora si Alberto designara a Guillermo Nielsen o a otro economista ortodoxo al frente del ministerio de Hacienda? ¿Qué harían el líder de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular Juan Grabois, Pino Solanas o Victoria Donda –hoy dentro de la alianza- si el candidato del kirchnerismo se 'menemizara' porque ya no hay plata para hacer populismo?

Es la incógnita que se hacen los mercados, los inversores extranjeros, el mundo y el 50% de los argentinos que no votó al peronismo y aliados. Pero a esta altura, nada debería sorprender en un país en el que lo peor de su historia se repite de manera cíclica hacia un destino inevitable.

© 3Días

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