sábado, 22 de junio de 2019

La llamada

Por Manuel Vicent
A estas alturas de la vida, al repasar la agenda de bolsillo, aparecen en sus páginas algunos nombres de amigos que han muerto, seguidos de un número de teléfono que ya nunca contestará a la llamada. Me niego a borrarlos porque es como si volvieran a morir. Solo cuando cambio de agenda suelo limpiar este cementerio y dejo que esos nombres se conviertan en humo de la memoria.

Cada una de esas vidas, que le han acompañado a uno durante tanto tiempo, al final se resume en una sola imagen inolvidable. Tal vez será aquella hierba que os fumabais juntos oyendo a Janis Joplin, a Ray Charles y a Otis Redding después de la manifestación bajo los gases lacrimógenos, o aquellos manteles bordados en un país del Tercer Mundo que las niñas rojas extendían a la sombra de los pinos.

Él había traído de Bulgaria unos pepinillos agridulces y solo por eso se creía un revolucionario. Puede que medio siglo de amistad se concentre en aquel primer viaje a Nueva York cuando en sus alcantarillas habitaban colonias de cocodrilos blancos y ciegos, o en el recuerdo de Sicilia en primavera o en el paseo por La Valeta de Malta después de contemplar la Degollación del Bautista de Caravaggio.

Uno de los nombres de la agenda te lleva a la tertulia del café y otro estará siempre unido a las risas de verano en la playa. Esos amigos eran de derechas o de izquierdas, pero la guadaña les ha segado la ideología bajo los pies y ahora todos militan en el partido único de la muerte.

Una noche de insomnio, a altas horas de la madrugada, hice la prueba. Antes de eliminar de la agenda el nombre de un amigo muerto me armé de valor y marqué su número de teléfono. Después de varias señales sentí que alguien levantaba el auricular al otro lado. El silencio largo y profundo que siguió a la llamada estaba lleno de lágrimas, fiestas, placeres, desgracias, éxitos, fracasos y carcajadas.

© El País (España)

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