domingo, 31 de marzo de 2019

LÍDER DE LA DEMOCRACIA MÍSTICA

Raúl Alfonsín, el hombre de la Democracia
Por Samuel Cabanchik (*)

Una novedad social que se instaló a partir de 1984, si la memoria no me falla, puede leerse como síntoma del nuevo tiempo comunitario que vivía la Argentina con la recuperación de la democracia: al saludarnos, los hombres empezamos a besarnos en la mejilla. El gobierno encabezado por Raúl Ricardo Alfonsín fue a la vez emergente y constituyente de esta hora luminosa para nuestro ser en común.

A la altura del desafío de la historia, Alfonsín encarnó el liderazgo de la democracia, sosteniendo la imagen en la que pudimos reconocernos jóvenes y mayores, hombres y mujeres de las diversas clases sociales y aun de los partidos políticos más enfrentados. Desde luego, lo que podemos llamar “las dos Argentinas” no había desaparecido. Que Alfonsín era consciente de esta situación –hoy llamada “grieta”– quedó claro en su discurso fundacional de Parque Norte.

La manera en que intentó superar ese enfrentamiento identitario del “ser nacional”, fue conjugar su proyecto republicano con la fundación de un tercer movimiento histórico, según se lo denominó. La refundación de la república fue la estrategia.

Si fue menos democracia de la que pretende alcanzar un paradigma emancipador, lo fue mucho más que la que se expresó una y otra vez en una violencia política irredenta a lo largo de la historia política de nuestro país. Pero su gobierno fue lamentablemente confrontado y desgastado tanto por derecha como por izquierda.

El mantra alfonsinista había sido: “con la democracia se come, con la democracia se cura, con la democracia se educa”, que era una fórmula cuya fuerza retórica pretendía constituir el mágico ritual de realizar una comunión entre los argentinos, y ya se percibía en la repetición de “democracia” en la misma, procedimiento innecesario desde el punto de vista de la información, pero imprescindible en su función política, cuasi mística.

El gobierno de Alfonsín se hizo cargo de un trauma de origen y de una respuesta articulada ante ese trauma. El trauma de origen fue el terrorismo de Estado y la respuesta una estrategia democrático-republicana-liberal. Lo propio del trauma del terrorismo de Estado, fue que en él la ley no disfrazó su condición arbitraria o infundada, sino que mostró toda su brutalidad hasta instalar en el “inconsciente colectivo” de la sociedad, la creencia de que la ley está fuera de la ley, en la excepción de sí misma, por cierto un lugar, imposible.

Esta carga inconsciente encontró una elaboración adecuada en la respuesta alfonsinista, pues en ella la dictadura militar se asoció al caos, al abismo de esa bestialidad a la que no se quería regresar. El orden, que sin embargo no llegó a ser hegemónico, consistió en instaurar una figuración opuesta: la democracia consensual en el lugar de la ley.

El conmocionante final del gobierno de Alfonsín actualizó el trauma del que partió, a través de la hiperinflación. Pero como este trauma era imputable ahora al fracaso del orden democrático mismo, y persistía el terror ante la regresión dictatorial, la salida fue cínica o, más aún, perversa: la democracia se volvió una mascarada para ocultar la bestialidad de la violencia.

A diez años de la muerte de quien lideró aquella extraordinaria experiencia, no sólo es justo y reparador el homenaje, sino imprescindible la reflexión acerca de lo que se repite en nuestra historia, pues hoy como en el 83, nos encontramos frente a la necesidad de renovar el impulso democrático en su mayor vigor y autenticidad, lo que sigue siendo nuestro principal desafío. Su nombre y su acción política quedarán por siempre inscriptas en la historia argentina como la encarnación del punto más alto logrado por nuestra frágil y débil democracia.

(*) Exsenador y filósofo

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