martes, 13 de noviembre de 2018

Que les duela en el bolsillo

Por Carmen Posadas
Es un viejo debate. Libertad de expresión versus delitos como el de enaltecimiento del terrorismo, de ofensas a la Corona o a los sentimientos religiosos. Hace unas semanas, el Congreso acordó por 180 votos a favor y 160 en contra la reforma del Código Penal en esta materia. «La libertad de expresión ha de amparar no solo las ideas ofensivas, sino también aquellas que chocan e incomoden no solo al Estado y a parte de la población, sino también al mismo sistema democrático», argumentó en el Congreso de los Diputados don Gregorio Cámara, del Grupo Socialista y catedrático de Derecho Constitucional.

Los partidarios de esta postura sostienen que la llamada ‘ley mordaza’, ahora en vigor, ha propiciado que los jueces impongan penas de cárcel a artistas que solo pretendían hacer humor o sátira y ponen como ejemplo los casos de Willy Toledo, imputado por denigrar a la Virgen del Pilar, o Javier Krahe, acusado de cocinar un Cristo crucificado en un corto de Canal Plus.

También el del rapero Valtònyc, que en una de sus creaciones afirmaba: «El Rey tiene una cita en la plaza del pueblo y una soga al cuello, puta policía, puta monarquía». Expresiones artísticas graciosísimas y llenas de talento, como ustedes mismos pueden comprobar, que han contribuido a aumentar la popularidad y también el caché de estos simpares creadores. Y más aún que contribuirán, porque como señaló en el congreso Mikel Legarda, del PNV, «las manifestaciones artísticas, políticas o ideológicas, aunque sean oprobiosas, injustas u ofensivas, no deben tener reproche penal».

Paralelamente a este debate se habla cada vez más de delitos de odio, recogidos hasta ahora en el artículo 510 del Código Penal. Según este artículo, cometen delitos de esta naturaleza quienes fomenten el odio por razones de ideología, creencia, etnia, raza, nación, sexo, orientación sexual o por razones de género, enfermedad o discapacidad. Pero, yo me pregunto, si este precepto va a adaptarse ahora a las nuevas sensibilidades de la sociedad, ¿cómo se hará? ¿Se expurgará de modo que sí cometen delito de odio quienes vilipendien determinada raza u orientación sexual, por ejemplo, pero no, en cambio, quienes ofendan los sentimientos religiosos porque estos son una antigualla poco acorde con el sentir de los tiempos?

Si el criterio es aggiornar, hay que decir que el artículo 510 tiene varias lagunas. No contempla nuevos comportamientos que florecen en Internet, como el ciberacoso, la incitación al suicidio o la mofa por la muerte de alguien (no hace mucho de un niño al que le gustaban los toros y falleció de cáncer).

Personalmente no entiendo la dificultad en tipificar estas actitudes si se racionalizan las penas y se adecuan al más elemental sentido común. No es lógico (ni tampoco sensato) que al rapero Valtònyc se le condene a tres años de cárcel por cantar «puta policía, puta monarquía». Al fin y al cabo, lo único que se consigue con castigo tan desproporcionado es convertirle en una víctima, reforzar su popularidad y, de paso, también sus ingresos. Recuérdese, además, que el tal Valtònyc, al conocer la sentencia, huyó a Bélgica, donde los jueces negaron su extradición porque los hechos que se le imputaban no están tipificados en ese país. ¿No hubiera sido mucho más sensato, en vez de convertirle en un protomártir de la libertad de expresión, ponerle una multa de las de abrigo? 

«El precio de la libertad de expresión es tener que soportar un montón de basura», argumenta el magistrado progresista Joaquim Bosch, mientras que otro colega suyo afirma que esa misma libertad de expresión ampara a los bocazas. Yo añadiría que no solo los ampara, sino que los fomenta. Incluso hace que proliferen como setas porque, como, en efecto, es cierto que la ley es anacrónicamente severa con este tipo de delitos, cualquier artista falto de talento que quiera tener su minuto de gloria ya sabe lo que tiene que hacer.

De ahí que ahora que se ha decidido revisar la ley, sería bueno adecuarla a los tiempos. No solo porque no es muy coherente que se cataloguen como delitos de odio ciertas actitudes sí y otras no dependiendo de quién sea el ofendido, sino porque, en el caso de artistas talentosísimos como los antes mencionados, más eficaz sería hacer que se rasquen el bolsillo. Eso sí que duele.

© XLSemanal

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