lunes, 29 de enero de 2018

Milagro Sala, o la sordera de los poderosos

Por Tomás Abraham (*)

Dos libros que se publicaron hace poco tienen a Milagro Sala como centro de atención.La libertad no es un Milagrode Horacio Verbitsky, y Milagro, de Alicia Dujovne Ortiz.

El periodista hace uso y abusa de su habitual racismo de clase. 

Modifica los apellidos, marca genealogías para mostrar manchas heredadas de oligarcas como los Solanas Pacheco de los que desciende el cineasta de “La hora de los hornos”, o los Peña Braun que enmarcan con su parentesco al jefe de Gabinete, recordar que la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, también tiene un apellido repudiable ya que su padre era un banquero de una multinacional, o meterle la zeta al presidente en lugar de la ce, no sabemos por qué pero no es por adolecer de un zezeo gráfico.

Su libro comienza por denigrar al gobernador de Gerardo Morales, y lo hace acusándolo de racista, de odiar negros e indios. Dice que cuando era estudiante, en lugar de movilizarse por causas nobles, lo hacía para que se permitiera abrir una playa de estacionamiento de autos; agrega que jamás se le vió “saltar” en una marcha de protesta (cambia el estribillo del Mundial 78: el que no salta es moralés…).

Señala que Morales es pulcro, que, en su época estudiantil, mientras sus compañeros dormían en bolsas de dormir, él lo hacía en un hotel.

Recuerda que fue viceministro en el Ministerio de Desarrollo Social durante De la Rúa, sin vincularlo con Fernández Meijide, que era la ministra, sino con Patricia Bullrich – emblema de odio por parte de su antigua feligresía montonera.

Morales fue tesorero del partido radical, lo que el que ex periodista de Pagina 12 denomina “toda una concepción del poder”.

Agrega que apoyó la derogación de la 125, durante lo que Verbitsky define como “la sublevación de la Sociedad Rural”…con sus cientos de miles oligarcas en las rutas y calles.

En letra chica nos cuenta que este patroncito jujeño, copetudo de provincia, en realidad es hijo de inmigrantes de Bolivia, en donde criaban cerdos y ovejas, con un padre que tuvo un kiosko en una estación de tren y una abuela aborigen que se vestía como una chola.

Abandono. Verbitsky completa en este libro sus cuarenta y nueve notas sobre Milagro Sala en Página/12entre enero de 2016 y febrero de 2017, y nos recuerda su vida. Su abandono recién nacida, el modo en que la enfermera del hospital en el que la dejaron en una caja la adoptó sin decirle que no era propia, a pesar de la diferencia en el color de piel y de rasgos con sus hermanos; el descubrimiento de que era adoptaba cuando tenía catorce años, su violenta reacción ante lo que consideraba un imperdonable engaño y los años en que deambula por la marginalidad, a pesar de que no deja de estudiar y se incorpora a la CTA y a ATE, en donde se forma como militante sindical.

Una vida de luchas contra el bipartidismo dominante en la provincia, contra un sistema en que el Ingenio Ledesma es el símbolo de un poder feudalizado que manipula al poder político, y cuyo patrón, Blaquier, es acusado de complicidad con el régimen militar del Proceso al abrirle al ejército las puerta del ingenio y señalar a obreros para que fueron llevados y asesinados.

Una lucha que comenzó una etapa constructiva irrefrenable hasta convertir los emprendimientos que ella lideraba en el tercer empleador de la provincia, sólo superado por el Estado y el Ingenio.

Una obra que consta de miles de viviendas que los miembros de las cooperativas construyeron con sus propias manos a un costo muy inferior al que presentaban las empresas habituales proveedoras de los gobiernos de la provincia.

Verbitsky cita al arquitecto Jaime Sorín, ex decano de la Facultad de Arquitectura de la UBA que dice: “La Túpac se aparta de la ideología dominante (viviendismo), construye ciudad a través de un colectivo social devenido en comunidad”.

Una serie de conflictos no sólo con el gobernador Fellner, sino con el propio gremio de la construcción, que vio disminuir el número de afiliados de cuatro mil a ochocientos.

El funcionamiento de plantas textiles en Alto Comedero en las que cosían guardapolvos encargados por el gobierno nacional hasta convertirse en líderes del ramo. El Ministerio de Desarrollo Social le enviaba de veinte mil a treinta mil metros de tela para la confección de los delantales, les entregaban la mitad y el resto lo comercializaban.

La expansión de esta rama textil de las cooperativas en la provincia de Corrientes, hasta tener cuatro filiales productivas en la provincia de Buenos Aires, Mendoza y el Chaco.

Todo con el sello de Túpac Amaru, con los acentos cambiados de acuerdo a la entonación quechua.

Clínicas odontológicas, escuelas primarias y secundarias, institutos terciarios, escuelas para discapacitados, una matrícula de cinco mil alumnos, campañas contra la homofobia y el machismo, una batalla sin cuartel contra el alcoholismo, lo que podemos llamar la creación de una nueva forma de vida que apunta al futuro, que diseña proyectos, que se hace de un porvenir, que recupera valores ancestrales y lleva a cabo ceremonias y rituales que recuperan una identidad subyugada.

Verbitsky sostiene que la obra de la Túpac trató de construir de una manera lenta y persistente un nuevo sujeto económico, por el que el excedente se distribuía entre los miembros de la comunidad en valores materiales y simbólicos como la educación gratuita, cultura, deporte, servicios de sepelio gratuitos, etc.

No se trata sólo de identidad sino del modo en que una minoría constitutiva de la nacionalidad lucha por su supervivencia y por tener un lugar en la sociedad moderna.

Porque se trata de modernidad, la obra de Milagro se apropia de la tecnología y de los avances civilizatorios para enriquecer a su comunidad. Por eso abrió cibercafés, telecabinas, minimercados, polideportivos.

No lo podría haber hecho sin la financiación del gobierno de los Kirchner, con el que mantenía relaciones cambiantes y con frecuencia conflictivas. La política vernácula comenzó a deglutir la obra de Milagro Sala. Los Kirchner le exigían incorporarse al Frente para la Victoria. Someterse al electoralismo que beneficiaba a Fellner, y bregar por la reforma constitucional para eternizar a Cristina.

Milagro se quejaba de que la ex presidenta los trataba de pobres, que no reconocía la singularidad de sus tareas, que no tomaba en cuenta la diferencia que marcaba la procedencia de su raza.

Verbitsky, que detalla todas estas cosas, sostiene que los dirigentes sociales cuando intentan proyectarse políticamente corren el riesgo de perder los espacios de poder y la obra realizada. Cita los casos de Augusto Vandor, Luis D`Elía, Víctor de Gennaro y de Carlos “el Perro” Santillán.

Habla de las falencias y las inevitables trampas a las que lleva lo que el periodista denomina como “la desmesura tupaquera”.

La organización celebraba el día de Reyes con regalos para setenta mil familias, Milagro iba a La Salada, “universo fantástico con treinta mil puestos de venta”, en el que Milagro se abastecía de blusas, zapatillas, y cien mil remeras para cuando decidió constituirse en partido político.

El periodista no deja de señalar los casos de corrupción y nepotismo del que son actores hijos y parientes de Milagro y de su marido, Raúl Noro. No niega del todo que se obligaba a la gente a ir a las marchas si no querían perder lo que tenían. Los miembros de la Túpac estaban uniformados con ropas de trabajo que al mismo tiempo les daban un aspecto guerrero reforzado por los gritos al unísono y los vivas y mueras correspondientes.

Tampoco descarta de plano las muertes perpetradas por miembros de la Túpac, aunque atribuye las denuncias a una serie cada vez mayor de supuestas traiciones de sus miembros, al terror que instaló el gobernador Morales y a las compras de voluntades de parte del mismo poder.

Por otra parte, los conflictos entre decenas de comunidades y asociaciones que el periodista enumera con sus correspondientes acrónimos como ODIJ. UTD, ATS, MOJU, MOCJU, ALUD, MTL, UTB, OSEN, SEOM, CCC, PCR….nos dibujan un campo político que lejos está de ser llano; por el contrario, distaba de tener un vector hegemónico, si no hubiera sido por el apoyo estatal que le posibilitó a la Túpac llegar a tener noventa y cinco mil afiliados.

Sin igual. Sin embargo, no hubo un líder de la estatura de Milagro. Hace unos años, cuando quien aquí escribe colaboraba con el Frente Progresista liderado por Hermes Binner, un grupo de diputados socialistas viajaba a Jujuy para presenciar un fenómeno inédito en la provincia. Me hablaban de una mujer que era venerada por miles de peregrinos como una santa o algo así, que daba la idea de que se referían a otro de los cultos del NOA de índole mágico-religiosa. No imaginaba que se trataba de un movimiento social.

El periodista cita una declaración de Sabrina Roth, responsable del área de prensa de la Túpac, que recuerda que el 22 de agosto del 2012, cien mil integrantes de la organización y su red de comunidades conmemoraron el Éxodo Jujeño. La situación se volvía caótica e incontrolable hasta que, dice Roth, “habló la Flaca y la gente se abrió como las aguas bíblicas del Mar Muerto” (era el Rojo).

Milagro quería crear un estado provincial plurinacional, pluricultural, y plurilingüe, del modo en que lo hizo Evo en Bolivia, su referente político junto al Che y Evita. Se amparaba en la ley cósmica legadas por antepasados ancestrales que se traducen por unos pocos mandamientos como los de “no seas flojo, no seas mentiroso, no seas ladrón”.

Postula que la “buena vida” sólo se garantiza desde un estado provincial socialmente justo, en el que la propiedad privada se garantiza si cumple con una función social.

Asegura también la libertad de expresión, el pluralismo y la diversidad. Lamentablemente, el ejercicio del poder de Milagro y los suyos no cumplieron con estos requisitos suaves y democráticos sino, por letra del propio apologista, se enriquecieron, exhibieron agresivamente sus camionetas de lujo cuatro por cuatro durante el acampe frente a la casa de gobierno para mostrarles a los comerciantes de la zona que no eran menos que ellos, los hijos de Milagro fueron nombrados secretarios de la juventud de su nuevo Partido de la Soberanía Popular, “sin ser las personas más capacitadas para la función”, según Verbitsky; un hijo de Noro, esposo de Milagro, llamado el “malancancho” por lo inútil, fue designado candidato electoral junto a Amalía, compañera de uno de los hijos del corazón de Milagro.

Se suceden las páginas de este libro con el objetivo de reforzar la idea de la asociación criminal entre el poder político y el poder económico provincial, entre Morales y Blaquier, mostrar que las acusaciones de los colaboradoras más cercanas de Milagro como Natalis Sarapura – nombrada por el gobernador Morales Secretaria de Gobierno para los asuntos indígenas – no fueron más que la expresión de la deslealtad respecto de su líder, puntuando sin comentarios agregados que Milagro funda la rama provincial de “Unidos y Organizados” para sostener la candidatura de Cristina, acompañada por el Cuervo Larroque, Emilio Pérsico y el Barba Gutiérrez, y reconociendo que las miles de afiliaciones impuestas por la fuerza no se tradujeron en votos en la medida en que las elecciones exigen el voto individual y secreto.

Verbitsky sostiene que Milagro desafío las bases de una democracia representativa que se expresa por un sistema obsoleto de partidos políticos, cuya institucionalidad fue cimentada por políticos como Raúl Alfonsín, para proponer y practicar una democracia participativa de tipo asambleístico prolongado en llamados plebiscitarios y consultas populares.

La obra de Milagro no sólo es demolida de acuerdo al periodista, ella perseguida y acusada sin fundamento de todo tipo de delitos, sino, además difamada por propagandistas y voceros oficiosos ligados al poder como Luis Majul, y miembros “vergonzantes de la prensa canalla”, como Ernesto Tenembaum.

En la página 423 nos dice que Aníbal Ibarra –el héroe de Cromañón– cuenta que ascendió al Aconcagua y desplegó una bandera pidiendo la libertad de Milagro, y que intentará repetir la hazaña en el Kilimanjaro, para así dar testimonio en las más altas cumbres de América y África.

Nada dice del Himalaya.

…………………………


El texto de Verbitsky es un ensayo panfletario, un género que el autor reivindica porque concibe al periodismo de investigación como un arma de guerra, que de por sí no ahorra artimañas cuando se trata de vencer a un enemigo. En este caso, el gobierno provincial de Gerardo Morales y el gobierno nacional encarnado por Mauricio Macri.

Para lograr su objetivo, pone en funcionamiento una serie de procedimientos que pueden ir por etapas o combinarse entre sí. Sesgar estadísticas y ofrecer los números convenientes al tiempo que se ocultan los que resultan molestos, extraer escenas y descontextualizarlas para que no tengan matices, simplificar al máximo los conflictos para que nadie suponga que puede haber negociaciones o medios términos que diluyan un enfrentamiento que lleve a la victoria siempre, ignorar los dilemas políticos e históricos que exponen los límites de la acción política y no la signan con un imborrable sello de culpabilidad o inocencia, evitar claroscuros, pactos y complicidades entre adversarios políticos para mantener así la grieta entre dominados y poderosos o entre libertadores y cipayos, canoñear con una avalancha de legajos, pliegos y prontuarios, mezclados con una interminable lista de nombres de juristas, abogados, funcionarios, parientes, acusados, cómplices, que empequeñecen el barullo de apellidos que debe memorizar un lector de las novelas de Dostoievski; en síntesis, sofocar y abrumar con datos precipitados que oficiarían de prueba.

El libro de Alicia Dujovne Ortiz, Milagro, es de otro tenor. El texto de la escritora argentina radicada en Francia está destinado a ser publicado en una editorial feminista francesa con un público lector que seguramente disfrutará esta presentación de una líder mujer indígena de un país remoto a la que la autora llama “la Evita Negra”, y que prolonga la serie de biografías que Dujovne Ortiz dedicó a Eva Perón y a Santa Teresa de Ávila.

Debe ser por su interés en mujeres heroicas y mártires que asocia la lucha de la santa contra la Inquisición con la de Milagro contra el poder provincial.

Dice que Milagro es una nueva Túpac Amaru esta vez descuartizada encarnizadamente por un poder mediático y el odio visceral de Morales, que hunden sus raíces en el proceso de colonización. Además explica el odio del gobernador por los celos ante su carisma.

A la pregunta sobre el ejercicio de la violencia por parte de la organización, responde que es la violencia normal, y si es cierto que mataron, y bueno sí, mataron…

¿Si se robó? Y sí, pero hay que ver lo que hicieron con lo que robaron.

La autora también recuerda aspectos de la vida de Milagro. Fue una de las primeras mujeres malambistas, su formación política se la debe a Fernando Acosta, “Nando”, que se define como anarco-peronista, recuerda que su esposo es discípulo de Silo, que el Perro Santillán la denunció por la muerte de su yerno, pero que no fue adrede sino por una paliza (pag 54), que fue a Cuba pagada por ATE, para que transitara “por los caminos del Che” y que allí pudo apreciar la importancia que tenía “la copa de leche” y “el horno de barro”, que luego implementaría en El Alto Comedero.

Cree que al Estado argentino en tiempos de Kirchner le era útil que se encargara de contener a casi setenta mil desocupados, y que a pesar de ese apoyo positivo, no pudo evitar perder autonomía política desde 2010.

En la página 121, en una entrevista por la autora, el reporteado Beto, no se anda con sutilezas y compara a Milagro con Mandela y a Gerardo Morales con Hitler.

La escritora rescata las ceremonias ancestrales que la comunidad lleva a cabo, y el anuncio de que al Pachacuti (Inca fundador de Machu Pichu) de la Oscuridad lo seguirá el Pachacuti de la luz. A pesar de esta invocación y de la recuperación de una cultura sojuzgada, reconoce que los collas casi no hablan quechua (pag 138), mientras los guaraníes son celosos de la suya. Estos últimos aparentemente están más cerca de Milagro que los collas a quienes parece bastarles con un poco de tierra y unas cabras.

La autora le pregunta al marido de Milagro: “¿Y la incitación a desear, a querer más? ¿No hay algo de Evita en la tendencia de Milagro a dar `lo mejor´ para los pobres, no cosas simples ni prácticas, sino lujosas? ¿Ella sabe hasta qué punto se parece a Evita?”

Verbitsky en su libro también señala que la única lectura de Milagro en la cárcel es La razón de mi vida.

Dujovne Ortiz, no satisfecha con `evitizarla´, le encuentra una nueva identidad al calificarla de anarquista, y para darle un suplemento definitivo, agrega que es “mujer”, como si el género fuera un logro.

Nos interpela cuando dice: ¿a qué le teme el hombre en la mujer? A la ausencia de límites (pag 212). Advierte que a Milagro se la quiere muerta, y brega por la lucha de MUMALA (Mujeres de la Matria Latinoamericana).

En síntesis, en esta serie de pantallazos dispersos en el que la autora de Milagro le hace pensar en Kurosawa y su película Rashomón, o en Santa Teresa de Ávila, o en Evita, en Ni Una Menos y Me Too, en el anarquismo, en Hitler y Mandela, más allá de estos raptos poéticos inspirados en un deseado feminismo puneño, hay pequeñas frases de sus entrevistados que contrastan con esta lírica, que señalan que había narcos en la Túpac, que a Milagro la cuidaban ocho grandotes, que los doce coches no eran de ella sino de sus hijos, de una frase de Elizabeth Gómez Alcorta, abogada del CELS que colaboró con Verbitsky en su libro sobre Milagro, con la que reconoce la violencia ejercida por la Túpac, que redundaba “en una política del miedo muy efectiva”.

Pero creo que hay unas pocas palabras que rescata la autora de Milagro que llega al núcleo de su lucha: “el rico no tiene oídos para escuchar”.

Que el poder no vea lo que no le conviene, es normal. Que piense que su dominación es lógica y natural, se sabe. Que se convenza de que todo mejora con el tiempo y que el progreso beneficiará a todos, es moneda corriente. Que los conflictos se resuelven en una mesa de negociaciones, que la república se sostiene por un contrato unánime entre los representantes del pueblo que se define como ley fundamental, se considera un principio constitutivo. Que es imprescindible lograr el consenso entre los grupos de interés demuestra que existe la buena voluntad. Que hay un orden de méritos imposible de desconocer se encomia como fuente de nobleza.

Pero que el poder sea sordo, pone en tela de juicio cada uno de los incisos que conforman una sociedad que se proclama diversa, plural, democrática y abierta.

Para ilustrar esta tesis, me remito a una discusión entre filósofos.

La filósofa húngara Agnes Heller, que fue militante comunista y discípula del filósofo marxista Giorgy Luckács, discute las tesis de Jürgen Habermas, el teórico de la ética comunicacional.

El filósofo alemán sienta las bases de una sociedad democrática en procedimientos que garantizan que la palabra sea un puente entre sujetos sociales que debe estar libre de censuras y asimetrías, y que se corporiza en una figura señera de las relaciones sociales, derivadas tanto del empirismo inglés como del contractualismo clásico: el diálogo y la conversación.

Para que funcionen las interacciones dialógicas, los participantes deben aceptar las reglas de juego comunicativas en las que cuando uno habla el otro escucha y no sobrepone su palabra que hace del sonido ruido, que exista alternancia en el uso de la palabra, que todos tengan la predisposición y la sana intención de aceptar las razones del prójimo además de reconocer los propios errores, y que el valor más importante del conjunto sea la búsqueda de la verdad.

Heller dice que para que quienes dominan se sienten a hablar y dialoguen, deben darse cuenta que el otro existe, que hay un problema cuando no se perciben señales de su existencia por indiferencia, ignorancia o conveniencia. De un momento a otro, sin que nadie lo haya previsto, se produce una interferencia que perturba la conversación, hay un ruido molesto.

Sucede que de improviso un inexistente interrumpe la imaginada conversación, que a veces no es más que un soliloquio con varios personajes manipulados por un único titiritero (genial invención de la filosofía y del teatro griego), y los límites que impone la ley se muestran frágiles ante la embestida de quienes sin invitación se presentan al estrado. Hay un piquete que impide la libre circulación en la autopista legal.

Por supuesto que la filósofa húngara parte de una premisa que es la de que la sociedad capitalista no es igualitaria, que más allá de procedimientos formales que distribuyen equitativamente derechos, los mismos no pueden ser usados y disfrutados por igual, y que existe una estructura de dominación.

Quienes reivindican derechos denuncian mecanismos de opresión, luchan por mejorar su situación, con frecuencia son meros fantasmas sin cuerpo que deben atraer la atención de quienes dominan. Obligarlos a mirarlos primero, y escucharlos después.

El poder y quienes lo ejercen están totalmente ocupados en mantenerlo y reforzarlo, se hamacan dulcemente en un ensueño de inercia positiva, y nada quieren saber de que en una sociedad democrática irrumpan acontecimientos de incomodidad, de inoportunidad, que obligan a los que administran lugares y funciones, a desplazar sus focos de atención y mirar adonde no miran y escuchar lo que no oyen.

Por eso, no hay contradicción entre diálogo y violencia o entre revolución y gradualismo, pero sí una tensión que no se resuelve de una vez por todas, con una dinámica de acuerdos y choques entre grupos de interés y voceros ideológicos que bregan por imponer sus puntos de vista.

No sólo es necesario que haya un respeto unánime por las reglas de procedimiento que permiten la resolución de los conflictos, sino la aceptación de que hay desproporción y asimetrías en nuestra sociedad, y que la posición de sus miembros es desigual y que el poder de decisión no está distribuido equitativamente.

Estrategia de dominación. Lo que sucedió en Jujuy, en el NOA - sostiene Milagro Sala – es que el poder fue sordo, y, agregamos ciego, pero no de una doble discapacidad natural, sino de una estrategia se dominación que no dio lugar a otras voces y cuerpos.

Para hacerse ver y escuchar, los grupos aborígenes y mestizos crearon un espacio de poder nuevo, inédito. Recibieron recursos y fondos financieros del gobierno nacional, pero en lugar de usarlos, consumirlos, y disfrutarlos, los hicieron productivos, demostraron que podían organizarse por sí mismos, crecer como entidad, y recuperar historias, mitos, creencias, identidades, silenciadas durante siglos.

Los excesos, la censura, la represión, el autoritarismo, la corrupción, no fueron mayores en la Túpac que en la sociedad dominante del orden civilizatorio en el que vivían, por el contrario, aportaron modos de hacer y de vida colectivos, ignorados y reprimidos por el poder consuetudinario.

No crearon un paraíso artificial ni una maqueta estática que no se modificaría jamás, sino iniciaron un proceso que podía abrirse para democratizar aún más su proyecto. ¿Por qué no? ¿Quién puede sostener que la labor de Milagro Sala mantendría su propio orden político tal cual para siempre? ¿Quizás, una confederación de comunidades podría algún día no muy lejano tener un gobierno colegiado?

¿Por qué ignorar que en el orden de la representación hay culturas en las que la personificación del poder pertenece a una simbología tan real como otras formas de delegación de la autoridad?

En una sociedad como la nuestra, que abunda en idolatrías, adoraciones fugaces y continuas, que fabrica tótems al por mayor, fetiches públicos y privados, fanáticos de todo tipo, exigir a las comunidades precolombinas que se constituyan en una socialdemocracia a la escandinava, con sus rubios y su vodka, es utópico, ucrónico, e hipócrita.

(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar

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