lunes, 13 de noviembre de 2017

La hipocresía de los indignados por la “crisis de los medios”

Por José Crettaz

En los últimos años, fuimos pocos los periodistas que contamos la distorsión kirchnerista mientras ocurría; ahora, muchos de quienes disfrutaron de aire y salario artificiales en aquellos tiempos expresan una solidaridad vacía con quienes sufren con la pérdida de su trabajo una debacle largamente anticipada.

Durante 2009 y 2015 escribí la historia en directo de las causas de lo que hoy llaman “crisis de los medios”, que empezó mucho antes -en 2003- con la discriminación de la Editorial Perfil en el reparto de la publicidad del gobierno. Por capítulos, escribí en La Nación un libro que aún no termino de cerrar para publicarlo de una vez en su versión definitiva.

Anticipé las consecuencias de la ley de medios que sedujo tempranamente a la mayoría de mis colegas -incluido el insospechado Jorge Lanata-; fui -después de María O’Donnell y su ahora poco citado Propaganda K, de 2007- uno de los primeros en hacer las cuentas sobre el gasto en publicidad oficial kirchnerista (una contabilidad que empieza a ser muy común durante el macrismo, cosa que me alegra); conté la persecución oficial (empezando por el despido en 2006 del periodista Pepe Eliaschev de Radio Nacional) y la cooptación de periodistas (la de Víctor Hugo Morales es un ícono que Pablo Sirvén inmortalizó en su libro Converso); describí la construcción de grupos de medios afines con fondos públicos, las dificultades para el acceso a la información gubernamental y la producción de contenidos de ficción oficialista con recursos públicos (que me mereció el repudio de los sindicatos de actores y autores, y alguna que otra amenaza).

Ahora son muchos -incluso varios que fueron muy conscientes del lugar privilegiado que ocuparon estos años- los que salen a contar esta historia. Pero algunos de nosotros avisamos mucho antes: era obvio que la burbuja inflada por el kirchnerismo iba a explotar y dejaría miles de víctimas. El 17 de enero de 2016 escribí sobre la implosión del grupo Szpolski-Garfunkel. Y el 8 de marzo de 2016 advertí: el fin de la pauta está cambiando drásticamente el mapa de medios. Entonces ya hablábamos de miles de despidos. ¿Más antecedentes? Aquí, la carta de este burro al entonces jefe de gabinete Aníbal Fernández sobre pauta oficial y ocultamiento de la información pública, de 2011. ¿Sobre la ley de medios? Acá, en 2009, durante el punto más alto de sintonía periodística con la nueva legislación “desmonopolizadora”. ¿Szpolski privilegiado? Acá, en 2011. Y así podríamos seguir. ¿La llegada de Cristóbal López cuando ya no pagaba el impuesto a la transferencia de combustibles y tenía a Marcelo Tinelli como figura de los avisos de la empresa Oil? Acá, en 2012. Y acá, la inesperada sociedad de López, Tinelli y Clarín en 2013. Entre 2014 y 2015 hubo mucho, mucho, mucho más.

Ahora, los indignados tardíos se rasgan las vestiduras por lo que llaman “la crisis de los medios” y dan a entender que la picadora de carne empezó hace dos años. Se solidarizan con sus colegas, total es gratis. Solidarizarse no cuesta nada, son sólo palabras que permiten quedar bien. Solidarizarse es lo políticamente correcto. Lo políticamente incorrecto era señalar en su momento y seguir señalando ahora las causas de ese dolor. Quienes advertimos en tiempo real lo que estaba ocurriendo éramos muchas veces repudiados o ridiculizados por decir lo que cualquiera con dos datos y un poco de inteligencia podía advertir: que el kirchnerismo creó en Argentina una burbuja de medios de comunicación y empleo público periodístico que era insostenible por su dimensión y por su falta de audiencia genuina. Eso es todavía más grave porque se dio en un contexto global de transformación de la producción y distribución de información y entretenimiento que ya venía generando fuertes temblores en los principales mercados de la comunicación, como Estados Unidos y Europa.

Muchos de los indignados creen que se involucran cuando firman solicitadas en defensa de la libertad de prensa pero cuando el gobierno anterior organizaba torneos infantiles de escupitajos a fotos de periodistas (cuando no a periodistas de carne y hueso) disfrutaban del aire -y del salario- garantizado por la pauta y los subsidios estatales. Es cierto también que los reclamos actuales suman la legitimidad de algunos que sufrieron en persona lo que pasó en los medios estos años, como Jorge Fontevecchia (titular de la licencia de AM 1190, frecuencia que fue de la apagada Radio América) o Nelson Castro (despedido de Radio Del Plata en 2009 cuando esta emisora fue adquirida a Tinelli por Electroingeniería -Gerardo Ferreyra y Osvaldo Acosta- con fondos de la publicidad oficial). Tal vez por la evidente contradicción, estos últimos sienten la necesidad de explicar una y otra vez por qué ahora también forman parte de los indignados, aunque en su caso no sean tardíos.

Como subrayó Alfredo Leuco (que simpatizó algún tiempo con el kirchnerismo a partir de 2003 y ya desde antes sintió debilidad por el perfil de la entonces senadora Cristina Kirchner) este sábado en la entrega de los premios Martín Fierro a la radio, la mayor parte de los que hoy se muestran indignados fueron cómplices. Algunos por cinismo e inescrupulosidad, pero la mayor parte lo fue por ingenuidad. Han sido parte de lo que la diputada Elisa Carrió llamó esta semana en el Congreso “progresismo estúpido” y que tanto ruido indignación causó (como los indignados por la foto de Amado Boudou detenido que no se indignaron cuando Hugo Alconada Mon contó la historia de Ciccone, Boudou y la máquina de hacer billetes, en 2013).

Es probable que la mayoría de los militantes del “progresismo estúpido” denunciado por Carrió sean periodistas, la gran mayoría de ellos muy inteligentes, cultos y preparados. ¿Por qué ocurre esto? No lo se. Quizá haya que volver a leer Radical Chic, aquel libro-concepto de 1970 de Tom Wolfe que dio lugar a tantas traducciones y versiones nacionales: izquierda caviar, gauche caviar, toscana-zosi, champagne socialists…

El dolor, diría un doctor en Comunicación amigo mío, sirve para advertir de un mal presente para hacerlo visible, buscar su causa y curarlo. Creo que eso vale tanto para una dolencia física como para una institucional. El actual gobierno, que se considera a sí mismo encabezado por “la primera fuerza política del siglo XXI”, al decir de Marcos Peña, no tiene que resolver “la crisis de los medios”, pero sí tendría que tomar nota de todo lo que no debe hacer.

Un humilde consejo, la reducción del déficit fiscal puede empezar con un muy potente acto simbólico: la drástica reducción de los fondos destinados a la publicidad oficial. 

Eso, para empezar a cambiar en serio mientras intentamos no intoxicarnos con tanta hipocresía.

© josecrettaz.com

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