domingo, 15 de octubre de 2017

DEMAGOGIA / Ensueño catalán

Por Carlos Gabetta (*)
Hace un cuarto de siglo, el que suscribe tuvo el privilegio de vivir unos años en Barcelona. En una noche de amigos de ese tiempo, escuchó el indignado relato de una fonoaudióloga, especialista en sordos profundos, escandalizada porque la Generalitat –el gobierno catalán-catalanista; entonces encabezado por Jordi Pujol, fundador de “Convergència I Unió”– le había retirado la ayuda económica a una niña andaluza, ya que le estaba enseñando a hablar español en lugar de catalán.

O sea, que a una discapacitada grave que en el mejor de los casos sólo puede aprender una lengua, se pretendía imponerle una que, incluso en Cataluña, buena parte de la población no habla, mientras que todos hablan castellano; sin contar su difusión en el resto del mundo.

Con el tiempo y la crisis político-económica española, europea y mundial, el catalanismo ha devenido un nacional-populismo de los varios que, con las variantes del caso, proliferan en todas partes. Como los demás, aprovecha el descontento popular y el desconcierto de conservadores, liberales y socialdemócratas ante la crisis económica global, para proponer un repliegue que nadie indica adónde conduce.

En el plano simbólico, se ha llegado al extremo de exigir la supresión de los nombres Góngora, Quevedo, Machado, etc., de las calles catalanas. De la idiotez catalanísticamente correcta… En cuanto a los argumentos “de fondo”, si uno es la probada ineficacia y corrupción de los gobiernos españoles, tanto de derechas como socialistas, pues habría que comenzar por lo mismo en la Generalitat catalana, con la familia Pujol a la cabeza, vinculada a casos de corrupción y a la titularidad de cuentas en varios paraísos fiscales. No obstante, es cierto que el gobierno español viene manejando tan mal este asunto, que en pocos años ha logrado dar alas al independentismo catalán más alocado.

La economía catalana representa alrededor del 20% de la española; es la primera por PIB nominal de las comunidades autónomas de España y su PBI per cápita está por sobre la media de la Unión Europea (UE). La industria representa alrededor del 45% del PBI catalán y el 25% del español, entre otros datos que dan cuenta de su vitalidad.  Pero ¿qué sería hoy de una Cataluña independiente? No sólo quedaría fuera de España, sino también de la UE y sin casi posibilidades de reingresar, porque España se opondría. El 75% de sus exportaciones van a la UE. Fuera del euro, quién sabe cuál sería el valor de su nueva moneda, o cómo se financiarían los servicios sociales.

La respuesta a estos y otros interrogantes vienen dándola numerosas empresas. Más de veinte, entre ellas: CaixaBank, Gas Natural Fenosa, Aguas de Barcelona y Banco Sabadell, anunciaron el traslado preventivo de sus sedes sociales fuera de Cataluña. La incertidumbre jurídica debida al proceso independentista ha generado un “sálvese quien pueda”. Otras, como el Grupo Planeta, se mantenían a la expectativa. Los bancos, por su parte, han facilitado a sus clientes las llamadas “cuentas espejo”, es decir con domicilio en Cataluña pero funcionamiento concreto en ciudades como Zaragoza. Los jubilados y ahorristas, incluyendo a los independentistas, temen encontrarse de un día para otro cobrando o en posesión de “catalans” en lugar de euros…

Al escribirse este artículo, el miércoles 11-10, el líder Carles Puigdemont se ratificaba en sus propósitos, pero en los hechos retrocedía, para escándalo del independentismo intransigente, al convocar al gobierno español “a negociar para resolver el conflicto”. En fin, que cualquier cosa podía ocurrir, pero para lo que aquí interesa, no se trata de negar la preservación de una cultura y una lengua ricas y de larga historia (seis de las 17 autonomías de España tienen otra lengua cooficial), sino de denunciar propuestas demagógicas y oportunistas sin porvenir y que van contra el sentido integrador de la civilización.    

(*) Periodista y escritor (Desde Barcelona)

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