jueves, 7 de septiembre de 2017

Los desastres que Macri le hace a Mauricio

Por Ernesto Tenembaum

Todo político que se transforma en el líder de un país tiene, al menos, dos caras. Una es la que oculta y otra es la que muestra. La primera se acerca más a su verdadera esencia. La segunda, quizás, es producto de las transformaciones que debió realizar para llegar a más gente.

En la historia de Macri, hay varios elementos simbólicos que acreditan esa duplicidad. En algún momento, Macri se afeitó el bigote, respaldó la unión civil entre homosexuales, empezó a pensar obras que mejoraran la vida de los sectores populares, prometió mantener la Asignación por hijo y no privatizar Aerolíneas, mantener detenidos a los militares de la dictadura.

Macri, entonces, empezó a ser Mauricio. Y así, solo así, convenciendo a gran parte de la sociedad de que ya no era Macri, llegó a la Presidencia.

El kirchernismo una y otra vez se ocupó de alertar que todo era un engaño. Mauricio es Macri, gritaba Néstor Kirchner. No se dejen embaucar. Es el principal heredero de un grupo empresario que apeló a todas las artimañas posibles para robarle plata al pueblo, fue menemista, nunca repudió a la dictadura y quiere la presidencia para aplicar las políticas neoliberales de los años noventa. Macri, basura, vos sos la dictadura.

En ese juego de imágenes, Macri ganó porque dejó de ser Macri, o sea, porque se transformó en Mauricio o, al menos, convenció a muchos de que eso había ocurrido. Por eso es presidente. Muchos sectores de la sociedad –de pertenencia social y de tradición ideológica distinta– se fueron convenciendo de que su transformación en Mauricio era sincera y permanente, y que la caricatura que pintaba el kirchnerismo sobre él era, en realidad, una gran mentira: apenas la reacción de un grupo de resentidos.

O sea, para ser Presidente, Macri debió dejar de ser Macri. Pero, ocurre que originalmente, era Macri el que quería ser presidente. Por eso, tal vez, es lógico que exista el temor de que Macri esté esperando el momento de dar el zarpazo, correr de su lugar al impostor –a esa versión blanda, moderada, abierta de sí mismo– y hacerse de lo que es legítimamente suyo.

Por eso, cada tanto, aparece el de bigotes, el megamillonario que estaba contentísimo con el indulto o creía que la homosexualidad era una enfermedad, el admirador de Carlos Menem.

Cuando se produce esa regresión, aquellos que creyeron en la metamorfosis empiezan a patalear. Primero titubean, luego se hacen sentir con dudas y, finalmente, gritan.

No está claro aún si Mauricio es un líder querido, como lo fueron antes Raúl Alfonsín o Cristina Kirchner. Pero puede ser que gran parte del país esté dispuesto a respaldarlo. Es dudoso, en cambio, que haga lo mismo con Macri.

Por eso, gran parte del equipo del Presidente se enfrenta a un problema complejo: ¿cómo evitar las recaídas? ¿cómo evitar que la naturaleza se imponga sobre la cultura y que, ante un respaldo electoral, o simplemente ante un mal día, aparezca el personaje que Macri fue durante gran parte de su vida y que debe reprimir si quiere mantener los altos niveles de consenso de los que goza, luego de dos años muy difíciles para la sociedad? ¿Cómo evitar que de repente Macri, el verdadero, el original, no surja de las entrañas del presidente, como Hulk de adentro del doctor Banner y diga se terminó, soy el más votado, soy el Presidente, me gané el derecho de no fingir más y hacer exactamente lo que me plazca?

Las crisis que debió enfrentar el Gobierno desde finales del año pasado obedecen, en parte, a esta lógica, a ese tironeo.

Ejemplos:

–En octubre del año pasado, el Gobierno decidió recortar el presupuesto científico, en abierto contraste con promesas explícitas que se realizaron durante la campaña electoral. No hay país que se haya desarrollado expulsando a lo más preparado de su capital humano. La reacción social que se produjo obligó a recalcular la idea original, aunque igual fueron muchos menos los investigadores que ingresaron al Conicet que los años anteriores.

Mauricio tal vez podría entender que para un país es más importante la calidad de su población que la ganancia anual producto de la explotación minera. Macri no. Benefició a empresas multinacionales y perjudicó a los investigadores. ¿Quien planeó esa medida tan contraria a cualquier enfoque criterioso sobre los verdaderos intereses del país? ¿Mauricio, el presidente, o Macri, el empresario preocupado por la ganancia anual?

–En febrero, Macri le tendió otra trampa a su alter ego al convalidar un acuerdo del Estado con la empresa de su familia, que beneficiaba a esta en, al menos, decenas de millones de dólares. Mauricio tardó varios días en reaccionar ante el escándalo: seguramente, había sido tomado de rehén por Macri. Cuando finalmente lo hizo, era tarde. Su imagen bajó como nunca en los casi dos años de Gobierno.

–En abril, cuando gracias al kirchnerismo se había repuesto un poco, Macri atacó de nuevo. La Corte Suprema había aprobado la condonación de penas a los militares condenados por graves delitos contra la humanidad. El primer reflejo del oficialismo fue respaldar ese fallo. El secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, lo dijo con todas las letras: no nos gusta el dos por uno en ningún caso, pero respetamos el fallo. A las pocas horas, llegó la corrección.

–Pero Macri no se rinde y, unas semanas después, intentó recortar las pensiones para discapacitados, sin consultar siquiera a la vicepresidenta, Gabriela Michetti, que conoce bien del tema. Una vez más, la reacción fue tan grande, que unos días después, Mauricio se despertó y corrigió. Mauricio es el que entiende que el único plan económico posible es el que sea acompañado por la población. Macri, en cambio, aplica el tijeretazo sin calcular el tendal que deja.

Toda la estrategia en el caso Maldonado estuvo guiada por Macri, aquel empresario que simpatizaba con la dictadura militar. El Gobierno respaldó en tiempo récord a la fuerza sospechada, desmintió una y otra vez a la familia del desaparecido, sembró versiones falsas sobre qué podría haber pasado, intentó crear un enemigo interno de dimensiones absurdas, involucró a la víctima con ese fantasma y trató de que el debate sobre la desaparición de Santiago Maldonado quedase tapado por la grieta que lo separa del kirchnerismo. En ese contexto, la ministra de Seguridad, al opinar sobre la década del setenta, consideró que "los demonios no eran tan demonios".

Mauricio se habría dado cuenta de que esa estrategia era, ciertamente, muy torpe. Un desaparecido, en la Argentina, es una tragedia porque remite a experiencias muy trágicas. No se puede descartar a priori la visión de su familia. No se puede especular electoralmente con él. No se puede hacer como que no existe ni fantasear con que se puede controlar la reacción social. Lo que corresponde es investigar a fondo, asumir la conducción del país, suspender preventivamente a los sospechosos y no subestimar, nunca, la sensibilidad de esta sociedad que entiende el valor de cada vida, mucho mejor que sus líderes. Pero, otra vez, parece que Mauricio estaba dominado por Macri. Y Macri, dejado a andar, finalmente es quien es. Mauricio, al final, escucha. Macri mira con desprecio. ¿Por qué me molestan con este tema?

Un kirchnerista clásico diría que toda esta disquisición es absurda: que Mauricio, como decía Kirchner, es siempre y únicamente Macri. Si fuera así, Macri, o sea, Mauricio, no sería presidente. Lo es, porque tiene flexibilidad, porque se mueve, porque no es siempre la misma cosa.

Sin embargo, es cierto que los orígenes atraen como el abismo a quien se le asoma. La parábola tradicional que recorren los boxeadores exitosos arranca en un villa miseria, sube hasta una vida de lujos, popularidad y mujeres sensuales y termina donde empezó: como si no pudiera escapar a su sino. ¿Dónde terminará la de Macri?

La verdad es que en el Estado hay muchos funcionarios que se parecen más a Macri que a Mauricio. Y unos pocos, muy cercanos a él, que prefieren a Mauricio. Están ahí, porque ser Mauricio les dio rédito. Pero es como si Macri no quisiera a Mauricio: está encerrado en un cuerpo que no le es cómodo. Lo necesita, porque la base del poder en democracia es la popularidad, pero si fuera por él, tal vez tiraría el disfraz a la basura. Está ahí, agazapado, como Mr. Hyde dentro del dr. Jeckyll.

De esa batalla tan psicológica depende, en gran parte, el futuro de su Gobierno. Néstor Kirchner también la sufrió: apenas asumió el poder creó una Corte Suprema independiente, por ejemplo. Luego, cuando hizo pie, volvió a ser el que había sido en Santa Cruz: y ni que hablar cuando le cedió el poder a su mujer. Así terminó todo.

Mauricio vs. Macri.

Macri vs. Mauricio.

Esta historia continuará.

© Infobae

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