domingo, 3 de septiembre de 2017

La literatura de un deporte olvidado

Por Guillermo Piro
Hace poco un ciclista en una carrera provocó una pequeña conmoción. En una pendiente, en vez de mantenerse sentado y dejarse llevar por la inercia, como suelen hacer todos, adoptó una posición inusual, el pecho sobre el asiento, totalmente horizontal, y de ese modo avanzó a tal velocidad que en un breve trecho consiguió superar a todos los otros corredores, que al verlo pasar se preguntaban qué payasada era ésa. 

Son cosas que suelen ocurrir con los deportes “nuevos”: creo que la primera competencia ciclística se realizó en Florencia en 1870. Algo muy diferente ocurre con otros deportes mucho más antiguos, el remo, por ejemplo. Sus orígenes se remontan al Antiguo Egipto, pero se considera que como deporte surgió en Gran Bretaña durante el siglo XVII como una actividad reservada a la nobleza. Lo cierto es que innovaciones técnicas como ésa ocurrida hace poco en una carrera de bicicletas en el remo es impensable. Todo está codificado, analizado, estandarizado desde hace mucho tiempo. Pueden cambiar los materiales con que se construyen los botes, pero es muy raro imaginar a alguien innovando, aunque más no sea mínimamente, en el modo en que rema.

Es raro, pero a pesar de su antigüedad y su alcurnia, el remo no es un deporte que aparezca mucho en la literatura. Haciendo memoria puedo recordar la carrera de larga distancia (Alan Sillitoe), el squash (John Irving), el tenis (David Foster-Wallace), el surf (William Finnegan), el fútbol (Nick Hornby), el running (Haruki Murakami), pero no consigo recordar ni siquiera una en donde un personaje (ni siquiera el personaje principal, uno cualquiera) reme. Recuerdo en cambio un film, Backwards, de Ben Hickernell, y un videoclip de la boy band británica Take That. No hay mucho más.

Pero sí conozco un poema. Es de Henri Michaux, y siempre me resultó similar a otro, de Oliverio Girondo. El de Girondo es anterior, de 1932. No tiene título, pero cuando alguien tiene que referirse a él habla de las Maldiciones. El poema es, en efecto, una sucesión de maldiciones de variada especie: “Que los ruidos te perforen los dientes,/ como una lima de dentista,/ y la memoria se te llene de herrumbre,/ de olores descompuestos y de palabras rotas./ Que te crezca, en cada uno de los poros,/ una pata de araña;/ que sólo puedas alimentarte de barajas usadas/ y que el sueño te reduzca, como una aplanadora,/ al espesor de tu retrato.” El poema sigue así, en un in crescendo demencial, hasta la apoteosis: “Que tu único entretenimiento consista en instalarte/ en la sala de espera de los dentistas,/ disfrazado de cocodrilo,/ y que te enamores, tan locamente,/ de una caja de hierro,/ que no puedas dejar, ni por un solo instante,/ de lamerle la cerradura.”

La efectividad del poema tal vez radique en el hecho de que es muy difícil que en algún momento del día o de la semana, quien lo conoce de memoria no le dedique algunos breves instantes a rememorar algunos versos para dirigírselos a alguien que se los tiene merecidos.

Más trágico es Yo remo, de Michaux, escrito en 1949. Aquí también hay algo, un odio ancestral que crece: “Tu boca te muerde/ Tus uñas te arañan/ Ya no es tuya tu mujer/ Ya no es tuyo tu hermano/ Una serpiente furiosa le ha mordido la planta del pie/ Han mancillado tu progenitura/ Han mancillado la risa de tu niñita/ Han mancillado al pasar el rostro de tu morada”. Hasta llegar al momento aludido, en el que el remero entra en acción (aunque no es un remero propiamente dicho, sino un remero alegórico, que avanza contracorriente): “Yo remo/ Remo/ Remo contra tu vida/ Yo remo/ me multiplico en remeros innumerables/ Para remar más fuertemente contra ti”.

Siempre, en algún momento del día, rememoro algunos versos para dirigírselos a alguien que se los tiene merecidos.

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