viernes, 4 de agosto de 2017

Lady Godiva y otras santas lascivas

Por Óscar Lobato

Pura pose. Lady Godiva no fue tal diva. Tan sólo un montaje de pintores prerrafaelistas británicos, arrebatados de lujuria, así les mostrara tobillo una dama de alcurnia.

Godiva se llamó realmente Godgifú  (“Regalo divino”) y su leyenda surgió dos siglos después de su muerte. Roger de Wendover, monje en la abadía de San Albano, la transcribe por vez primera. Antes de eso, ni palabra sobre esta dueña, esposa de Leofrico, duque de Mercier.

La señora real (908?-1057) dejó huella como benefactora de instituciones religiosas. Empero y gracias a la criminal implicación en el asunto del simpar Alfred Tennyson, a Godiva se la recuerda como nudista contestataria, tan épica como hípica.

La historia, admitámoslo, pintaba bien. Humildes labriegos acuciados por un tributo leonino. La noble que, conmovida, impetra a su marido la exoneración de tal carga. Y ese duque  que se niega, retando a su esposa: si cabalgas desnuda por toda la localidad, los vecinos se libran de palmar esa pasta. Tras eso, el desiderátum. Poetas cantando loas y pintores generando óleos. Arte y lírica a raudales, con omisión de ciertos detallitos.

Para empezar, el lugar de autos. Coventry,  una aldea que por entonces no juntaba ni setenta almas, era feudo de Godiva y no de su esposo. En la antigua ley anglosajona, las nobles retenían señoríos heredados en detrimento de sus consortes. O sea que la fiscalidad de aquel villorrio competía a Godgifú, en cuanto a imponer o quitar averías. Al margen, quedaba un impuesto (heregeld), destinado a pagar las tropas del monarca e instituido por el rey Canuto, para hacérselas pasar ídem a sus súbditos.

Si bien la duquesa acepta el desafío, no se constituye en el villorrio a caballo, gritando cual descosida y con un lema pintado sobre el tetamen. Vicente Díaz Canseco recoge en su Diccionario Biográfico Universal de Mujeres Célebres, cómo Godiva dictó una orden previa. El mandato prohibía, bajo pena de muerte, que los rústicos asomaran la jeta al paso de su cuerpo serrano, cubierto por su luenga cabellera y su “sola honestidad”. El único infractor, un panadero llamado Tomás (sastre en versiones postreras de la fábula), pagó cara su osadía. Fue ejecutado por orden de la piadosa duquesa ecuestre.

Dados los rarísimos casos de poderosos que eximan de tributar a sus vasallos, los indicios sugieren que Godiva representó un ludus scenicus. O sea, un ceremonial de las Floralias, ritos paganos de la antigua Roma que pervivieron largamente en Britania y países escandinavos. En refuerzo de esta hipótesis, los moradores de Coventry seguían celebrando ese culto primaveral con recreaciones florales de Godgifú, siglos después.

A los pintores británicos eso les importó un bledo. Lo suyo era vender. Así que representaron a una Godiva cabalgante, cubiertas sus prendas con melena de mudable color (Leighton y Claxton se decantan por el rubio, mientras Collier la retrata pelirroja).

De aquí a la eternidad. En la pantalla, gracias a Maureen O’Sullivan, Gina Lollobrigida o Phoebe Thomas. En el cabaret, merced al estriptis de ecdisiastas (el palabro es de Henry Louis Mecken), como Mata Hari y Sally Rand. Pero esta inmerecida fama de Godiva sólo oculta un complot anglicano contra dos prístinas figuras, que sí habrían arrasado en el cine y las variedades sicalípticas: las impagables santas María Egipciaca y Teodora.

María de Egipto (c.344-c.421), natural de Alejandría, ejerció en dicha villa como vero pendón de la ciudad. En español, la versión más antigua sobre su vida figura en el volumen Poetas castellanos anteriores al siglo XV, suscitando dudas de si obró por dinero o por calmar un insaciable furor uterino.

Las biografías sobre la Egipciaca coinciden en que ella relata su vida a Zósimas, monje anacoreta, quien se la topó convertida en ermitaña de un aislado desierto. María confiesa que se hizo puta a los doce años y anduvo en esas labores propias de su sexo, otros diecisiete. Una vida disoluta durante la cual se pasó por las armas a cuantos quiso, sin distinguir al clérigo del seglar, siglos antes de que Zorrilla pusiera a su Tenorio a contar batallitas.

La Egipciaca comenzó merendándose a los varones de su propia parentela, antes de abrir nuevos mercados carnales por Alejandría toda; donde llegó a volverse asunto de orden público pues muchos reñían a muerte por lograr sus favores púbicos. Dones no le faltaban. Tal reflejan los delicados versos sobre su apariencia que acotan incluso: “De sus tetiellas es sana/tales son como mançana”. Omitiendo relato pormenorizado de todas sus proezas, resulta insoslayable el pasaje de su tránsito a Jerusalén.

Mari E. viajó a tan magna ciudad en una nave de romeros, que convierte en vesánico crucero de salacidad propia y ajena. De entrada, ofrece su cuerpo como pago del pasaje. Ya a bordo y revistados todos los tripulantes; prosigue con los devotos, jóvenes o viejos, quienes caen rendidos ante tamaña peregrina (en la acepción académica de la voz; “adornada de hermosura, perfección o excelencia”).

La Egipciaca [“En Hierosalem entrava;/Mas non dexó hi de pecar/”] solo muda de conducta al descubrir que, por su oficio y vicio, le vetan el acceso al Templo. Entonces sufre una catarsis que la conduce al desierto, donde viviría 47 años. La diñó en pleno abril y por eso la Católica, Apostólica y Romana la festeja dicho mes.

Moralizante resulta también la vida de la emperatriz Teodora, a quien la Iglesia Ortodoxa reza con unción. Teodora (501-548) nació en el lado malo de la manta y de paupérrimo linaje. Su padre fue domador de osos, trabajo mal pagado salvo que se ejerza a destajo, y su madre era ligera de cascos. Al morir su progenitor (no consta si en accidente laboral), ella y su hermana mayor, Comito, se ven abocadas a los más bajos menesteres: la prostitución y el teatro. Aunque su tata iba de estrella y ella de mera ayudante, Teo empieza a vestir descocada y, con sólo diez años, ya refiere enjundiosas procacidades y relatos obscenos que le granjean el favor del respetable.

Cuando se desarrolla, arrolla. El público la aplaude, enfervorecido, sobre todo después que Teodora diseñe y ejecute una performance singular. La chica comparece sobre las tablas, descalza hasta el cuello, y se tumba en el proscenio. Unos esclavos le esparcen luego granos de cereal sobre su seno y su cotangente. Después, liberan en escena a seis ocas que la picotean el acá y el acullá, mientras ella emite gemidos y gorgoritos de placer.

A sus dieciséis años, se alza como la hetaira más solicitada de todo Bizancio por su amplia capacidad de acogida y múltiples prestaciones; pues es fama que llegó a ventilarse treinta maromos en un día. Seguidamente, montó un afamado burdel a pachas con una amiga, negocio que encomienda a su socia, mientras ella se va de amante del recién nombrado gobernador de una provincia africana. Cuando Teodora regresa a Constantinopla, ya sabe cómo influir en política. Aprovechando la visita a su burdel de Justiniano, por entonces emperador en ciernes, nuestra heroína le come el coco (y acaso algo más), al punto de convertirse primero en su favorita y luego en su esposa.

Desde el solio imperial, Teo auspició leyes de protección a la mujer que ya quisieran hoy muchas. Consiguió además que su marido, un tipo culto pero bastante rajado, no huyese ante una sublevación civil y lograra sofocarla. Eso sí, durante sus veinte años de gobierno en común, Justiniano cargó un buen saco de cuernos, pese a que su esposa ya iba de formalita.

Ninguna de estas dos santas ha visto, sin embargo, reflejadas sus loables existencias. Ni en el cine, ni en el cabaré. En teatro sí, gracias a la Théodora de Victoriano Sardou, magistralmente encarnada por la impetuosa Sarah Bernhardt. ¿La razón de tal agravio?… Culpa de pintores y artistas plásticos.

Un vistazo al mosaico de Teodora en San Vital de Ravena, hace que la emperatriz aparente como una versión gore de la tabla periódica de Mendelejeff. María Egipciaca, por su lado, padeció ser inmortalizada por tenebristas como El Españoleto y Vicente Berdusán. Unos mamones que la sacaron como al cochero de Drácula ¡Maldito Instagram!

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