sábado, 12 de agosto de 2017

DEMOCRACIA / Hay agite

Por Carlos Ares
Domingo de invierno. En cueros, bermuda floreada, ojotas, anteojos de sol y una beatífica sonrisa expuesta voy, a paso lento, camino de las urnas. Llueven flechas incendiarias. Catapultan rocas macizas. Se encabritan los caballos revestidos de acero. Avanza a lanzazos la infantería protegida por sus escudos ideológicos. Atravieso la escena de una batalla medieval. El territorio está minado de odios. Donde se pisa, explota un insulto.

No obstante hay quien, pudiendo decir paso, no pasa, y va y vota. Tan joven como se imagina, vota, disfruta de tanto agite.

Hay agite. Así se llamaba un barcito uruguayo, de cervezas y maníes, sin otra cosa que ofrecer para aliviar el calor del día. Un modesto tablado de madera montado sobre pilotes desde el que se podía oír el rumor oscuro del mar. El cartel del boliche llevaba escrito el “Hay agite” con pintura negra sobre la chapa gris que servía de voladizo a la barra, y el nombre comenzaba a entenderse después de las dos de la mañana. A esa hora, y hasta el amanecer, jóvenes calientes y cervezas frías se arremolinaban en la arena, alrededor de los fogones, y le daban agite a la noche.

Ese agite se relaciona naturalmente en mi memoria con el goce y cierta euforia que me provoca, en la previa, el simple hecho de votar. Nada nuevo para los que nacieron ya con ese derecho consagrado, pero valorado todavía como un logro vital por quienes padecimos la dictadura. Años, cantidad de años, de exilios, de sueños reprimidos, deseos aplastados, cuerpos mutilados, gritos ahogados bajo la cruz y la espada que pendía sobre el incierto destino de cada uno. La derrota en la Guerra de Malvinas agrietó la represa del frente militar y la presión de la voluntad popular provocó el derrumbe.

El aluvión inicial, teñido de sangre, arrastraba a los asesinos y a sus cómplices –sindicalistas, obispos, empresarios, políticos– criminales que debían ser sometidos a juicio y castigo. El tiempo se consumía con pasión. Todo parecía posible. Eramos unos ansiosos infanto-democráticos sin más experiencias anteriores que las fracasadas. Pasada la mitad de los años 80, la tromba amainó. Nos desencantamos un poco entonces, pero al fin entendimos el juego de avances y retrocesos. Se aprende. Se sabe, nadie se baña dos veces en el mismo río.

Aun cuando se mantiene turbia todavía, a medida que va desechando ladrones y canallas, la democracia parece estar cada vez más limpia de prontuarios. Podemos echarnos los reproches a la cara, salpicarnos con verdades propias y ajenas, acusarnos, reclamarnos y beber de ella sin temor a contaminarnos nuevamente con delirantes armados. La corriente que nos trae y lleva se fue aclarando al paso de las piedras, al rebotar contra todo lo que intentaba retenerla o se le oponía.

En cada elección, la democracia se revuelve, se espuma en declaraciones, se arrebata, se enfurece, pero pasa y sigue, más lúcida, más nítida. Si sos joven, dirás: “Con eso no alcanza, hay millones esperando que le calmen la insaciable sed de justicia”. Los que tratamos de no olvidar, entendemos: qué duda cabe, hay que encauzar su fuerza, duplicar su energía, corregirla, revisar constantemente sus leyes, hacerla aún más transparente, derramarla sobre los más necesitados.

Pero, mirá, no dejes de ver: por fin hay presos, hay juicios, condenas, castigo legal y social. Hay redes, foros, convocatorias, opiniones, información, datos, hechos. Ya no se puede callar, ocultar, negar, disimular. Saltan las cuentas, los depósitos, los nombres. ¿Cómo explicarte lo que es esto para quienes pasaron por aquello?. ¡Hay agite! Podés elegir. Anda y votá. Cada vez que puedas, donde puedas, andá y votá. La democracia se fortalece y depura con votos.

De camino, me hago la lista de los que ya no serán candidatos nunca más. Menem, Saadi, María Julia Alsogaray, Aníbal Ibarra, Cavallo, Felisa Miceli, Boudou, De Vido, Jaime, José López, Niembro, Aníbal Fernández, tal vez Scioli en poco tiempo más, Insfrán, los Rodríguez Saá, y allá voy, a paso calmo, saludando a los vecinos con una plácida sonrisa.

(*) Periodista

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