miércoles, 12 de julio de 2017

Mancha De Vido


Por Javier Calvo

Ahora que parece que la justicia no va a pedir el desafuero y que el Congreso tendrá que atemperar su show desaforado (cuac), convendría detenerse en la aparente intocabilidad de Julio De Vido. Aunque cada vez más expuesta, su densidad puede explicar la decisión del controvertido juez federal Luis Rodríguez de protegerlo, pero es sólo un botón de muestra.

Ladero de Néstor Kirchner desde la intendencia de Río Gallegos, fue un eficiente ejecutor de la máxima pingüina de que no se podía hacer política sin plata. Qué mejor que la obra pública. Municipio. Provincia. Nación. Más de un cuarto de siglo manejando fondos públicos tan crecientes como empastados con intereses privados. Nunca con transparencia.

Tiene razón Carrió cuando sentencia que De Vido es el Lava Jato argentino, y hay que darle el mérito de que fue su primera denunciante, como también lo fueron PERFIL y la revista Noticias en los albores K, cuando otros medios y colegas los veían altos, flacos, rubios. Y hacían negocios con ellos, claro.

Pero Lilita sabe que esto no es Brasil. La cleptocracia que supimos conseguir es similar a la de nuestros vecinos. Sólo que no existen los mismos instrumentos legales para castigarla ni una justicia dispuesta a romper el pacto de silencio.

No es sencillo tampoco. Demos un baño de realidad aunque sea de agua fría. Muy fría. Si De Vido hablara o, mejor dicho, confesara, otra que el Lava Jato. Empresas argentinas y extranjeras de construcción, energía, servicios públicos, transporte, comunicación y hasta productoras de cine y TV, son apenas ejemplos mínimos del poder devastador que podría tener la delación del ex ministro de Planificación durante los doce años K en la Casa Rosada y actual diputado.

En semejante tejido participaron además sectores judiciales, del espionaje, de la política, del sindicalismo, del periodismo (cómo olvidar insólitas coberturas y suplementos en el enorme arco que iba del diario Tiempo Argentino a la revista Gente) y hasta de la Iglesia, con los bolsos de José López como parábola pavorosa. De Vido mancha todo.

El tamaño y complejidad de ese entramado, además de cierto cuidado en dónde quedaba estampada su firma, esclarece por qué De Vido se ha mantenido hasta ahora intocable. Hasta ahora. Las balas cada vez pican más cerca. Y los silencios y las protecciones cómplices en algún momento se pueden agrietar. Nada es para siempre.

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