domingo, 12 de marzo de 2017

Bolero

Por Manuel Vicent

“Arráncame la vida”, decía la letra del bolero que aquella pareja de novios bailaba bien amarraditos los dos en la fiesta del pueblo y mientras se intercambiaban su amoroso sudor, el vocalista con voz melosa seguía diciendo: “Quiero el rojo de tus venas para pintar en mis labios el fuego de mi condena”.

Después del crimen se publicaron algunas fotos en que se veía a los novios felices empuñando a la vez el mismo cuchillo para partir la tarta nupcial y en la crónica negra aparecían imágenes de bautizos, comuniones y cumpleaños, de meriendas con amigos en una mesa llena de botellas vacías, de aquel viaje a las islas griegas.

Sonreían a la cámara, aunque ella ya tenía una sombra en la mirada, debido al tormento que soportaba de su pareja. En medio de una violencia, que alternaba el silencio, las promesas, las lágrimas y el perdón, les había nacido un hijo.

Algún sábado lo dejaban con la canguro para ir a bailar boleros cuyas letras no daban lugar a dudas: “Quiéreme hasta la locura y así sabrás la amargura que estoy sufriendo por ti”. Boleros, tangos y corridos transportaban sueños de amor perdidos, celos, abandonos, traiciones y venganzas. Cantaba desgarrado Sabina: “Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.

Aquel cuchillo de cocina que había servido para cortar por la mitad tantas hogazas de pan candeal, había incorporado todo el amor, el odio, el ansia de libertad, el terror y la rebelión, que la pareja había bailado. Con ese cuchillo apasionado murió asesinada por el marido esta joven de 30 años, solo porque quería ser libre.

La violencia de género va más allá del terrorismo machista. Es la larga lucha de resistencia de la mujer en la Gran Guerra de la Independencia Femenina, que arranca desde el neolítico.

© El País (España)

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