sábado, 27 de agosto de 2016

Código de honor

Detrás del desplazamiento de Gómez Centurión existe 
una extraña trama de inconsistencias.

Por Roberto García
Hay misterios en los gobiernos que nadie descifra, tal vez por falta de curiosidad. O debido a que ciertos episodios relevantes se desvanecen por la aparición de otros más traumáticos. Por ejemplo, tras la sucesión de piquetes, cortes, ocupaciones y amenazas, pasó al olvido la expulsión de Juan José Gómez Centurión como titular de la Aduana. Después de 48 horas de ruido, ese despido se hundió en un limbo mediático, hasta que Elisa Carrió ahora lo devuelve a  la superficie con una foto de apoyo al ex funcionario. 

Más de uno dirá que cierto mal humor la domina: Mauricio Macri y especialmente María Eugenia Vidal no consideran saludable para Cambiemos que ella se presente el año próximo en las elecciones de la provincia de Buenos Aires, aspiración que más de una vez la diputada confesó y la cual quizás deba revisar por imperio de las encuestas. Más bien, en todo caso, su gobernadora preferida quiere establecer sociedad con otra dama, no menos explosiva que Carrió pero poseedora de un piso más sustentable en el ámbito bonaerense: Margarita Stolbizer. En línea, también el Gobierno pregunta por otros candidatos, de Jorge Macri a Graciela Ocaña, sin olvidar a Esteban Bullrich, que por alguna razón mudó de paradero.

Injusto sería concederle mezquindad política a Carrió en su defensa a Gómez Centurión. Hay otros oficialistas que salieron como escudo, casi todos con la excusa de proteger a una persona honesta a la que Mauricio Macri cesanteó sin una defensa mínima, como si lo hubiera sorprendido in fraganti en un acto desdoroso, venal, justificando el castigo en la endeblez de un anónimo y en raras grabaciones, sin pruebas siquiera de la existencia de un delito. No objetó  Gómez Centurión la decisión presidencial,  finalmente es un soldado. Y tampoco lo hizo Carrió. 

Condescendientes,  sostienen que Macri procedió de acuerdo a normas no escritas y tal vez inéditas, desconocidas hasta por el PRO. Cuando, además, en el misterio de la sanción importa la velocidad, su sorpresa, y la vigencia de un código de honor que no había observado él mismo, ya que fue elegido presidente estando procesado. Tampoco lo aplicó antes en su cercanía, ni aceptando imputaciones de la propia Carrió con certezas superiores sobre otros funcionarios. En este caso, inicialmente se vendió como una precaución y un salto cualitativo que diferencia al actual gobierno del de Cristina, aquella obstinada en esconder a quienes violaban elementales hábitos de decencia ante sus narices. Tal vez fuera por defensa propia.

Tamaña etapa ética del macrismo tampoco se sustenta: si van a expulsar ministros por la libre circulación de anónimos, en 15 días queda vacío el gabinete. Si fue confusa la expulsión de Gómez Centurión al principio, luego se complicó más. A la sospecha sobre su conducta derivada a la Justicia por la ministra Patricia Bullrich  –el cohecho en la tramitación de containers–  se agregó como ingrato recuerdo su pasado de carapintada, como si esa información hubiera estado oculta. Parecía el nuevo desocupado un pavo asado, listo para servir. Para colmo, tampoco él contribuyó al esclarecimiento del caso: les echó la culpa de su despido a los traficantes de efedrina, como si ese ejercicio de contrabando existiera igual que en los tiempos de la contribución a la campaña de Cristina. Nadie, en suma, explicaba con rigor el misterio del apartamiento.

Cambiemos. Pero el cuadro viró de repente, típico caso de prueba y error: Macri (afectado por la determinación que había tomado, como si lo hubiera dominado la prisa o el mandato de condenar cualquier atisbo de ilícito, como venía pregonando) le prestó su propio abogado al ex militar, prometió que si no se comprobaba dolo en la investigación, habría de reponerlo en la Aduana, hasta se empezó a señalar  que la gestión previa de Gómez Centurión –habilitaciones en el radio porteño–  siempre había sido inmaculada y que, en lugar de observar su pasado golpista, había que recordar su condecoración como uno de los grandes héroes de Malvinas por haber matado al oficial británico de más alta graduación durante la guerra. Paradojas de la herencia recibida de los 70, penosa representación de la Argentina: un prócer de Malvinas pesquisado por delitos económicos igual que una luchadora madre de Plaza de Mayo por los derechos humanos. Sin palabras.

En la marea por la forzada deserción, brotaron las versiones en busca de responsables por el traspié de Gómez Centurión. Como si Macri hubiera sido ajeno o, lo que es peor, que hubiese sido vilmente engañado por algún colaborador. Como siempre ocurre, por la ubicuidad manifiesta del personaje y su voluntad para figurar en los entuertos, apareció el nombre de Daniel Angelici en la nómina fantasmal de culpables. Junto a una lista de gente que abreva en los servicios. Una alegría para la avidez de Carrió.

Es que Boca Juniors, en principio, es la madre de muchas pistas, su comisión directiva en particular.  

Ayuda el Presidente para ese aserto: seguramente debe haberse envenenado cuando se enteró de que Gómez Centurión utilizaba como“buchón”, infidente o agente encubierto a un empresario del negocio de seguridad que piloteó la compañía LoJack. Y que las grabaciones presuntamente comprometedoras involucraban a ambos. Esas andanzas le despertaron una memoria que conserva en estado de catalepsia y entendió –se supone– que a través de ciertas personas no se transparenta ningún organismo y que determinados vínculos no se pueden compatibilizar con la insistente probidad que enorgullecía al funcionario. Por un lado, entonces, revivió una campaña en su contra en el club de sus amores, cuando ex jugadores de fama, como Caniggia y Diego Maradona, se solazaban contra el cartonero Báez (apodo que Maradona, entre otras lindezas, despachó contra Macri). Aquellas burlas siempre estaban tocadas por la colorida gorrita de LoJack, fueron acechanzas que para Macri complicaron su manejo del club, un cerco inolvidable que no lo dejó dormir.

Entonces, no debe haber sido grato, ahora, verlo a Gómez Centurión con la misma gorrita de uno de los famosos retirados del fútbol que, además de reconocer hijos, confiesa un odio irrenunciable al ingeniero. Sobre todo porque él no ignoraba el ascenso de aquel empresario que consiguió la licencia norteamericana vía un pariente que trabajaba en la unidad presidencial de Carlos Menem y, luego, dejó una ristra de recuerdos en el Banco Boston.

Poco explicable que Gómez Centurión no conociera esa trayectoria, debe pensar el Presidente. Mientras el misterio igual continua, sólo hay aproximaciones.

© Perfil

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