lunes, 13 de junio de 2016

PERFILES / JORGE LUIS BORGES

Este 14 de junio se cumplen 30 años de la muerte de uno de los escritores más importantes del siglo XX

Jorge Luis Borges: "Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a
la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual".
Por  Juan Carlos Talavera

Antes de convertirse en autor sagrado, Jorge Luis Borges (1899-1986) fue traductor, periodista, prologuista infatigable y asistente de bibliotecario, cargo que le retiró el gobierno de Juan Domingo Perón, en 1946, para nombrarlo inspector municipal de aves y gallineros, el cual rechazó el argentino que será recordado el próximo 14 de junio, a 30 años de su muerte, como el segundo escritor más importante del siglo XX, sólo después de Franz Kafka.

Autor de ficciones que parecen espejos y laberintos, Borges se convirtió en un alquimista de la memoria y el conocimiento acumulado, en el padre de la literatura fantástica, un narrador y poeta estoico que, a la manera de Bernard Shaw, explotó su vena humorística y llevó la síntesis hasta sus últimas consecuencias, al punto en que jamás desbordó su ficción más de 10 cuartillas.

Lector voraz en distintas lenguas y creador de ficciones únicas como “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El Aleph”, “Funes el memorioso”, “Los dos reyes y los dos laberintos” y “El jardín de los senderos que se bifurcan”, Borges no obtuvo el respaldo de la Academia Sueca para que se le otorgara el Premio Nobel de Literatura.

El propio Ricardo Piglia ha señalado cómo los premios más importantes que Borges recibió tuvo que compartirlos con otros autores: El Formentor, con Samuel Beckett; y el Cervantes, con Gerardo Diego, “porque pensaban que no se merecía un premio. ¿Cómo le iban a dar el Nobel si tampoco se lo dieron a Kafka?”

La obra de Borges tuvo mala recepción durante mucho tiempo, incluso en Argentina. Baste recordar que en 1942, Borges concursó por el Premio Nacional de Argentina con su primer libro de cuentos. Entonces ya tenía 43 años, pero el jurado demeritó su valor literario.

Se trata, dijeron, de “literatura deshumanizada, de alambique; más aun, de oscuro y arbitrario juego cerebral, que ni siquiera puede compararse con las combinaciones del ajedrez, porque éstas responden a un vigoroso encadenamiento y no al capricho que a veces se confunde con la ‘fumisterie’ del autor… una obra exótica y de decadencia que oscila respondiendo a ciertas desviadas tendencias de la literatura inglesa contemporánea entre el cuento fantástico, la jactanciosa erudición recóndita y la narración policial”.

Lectores y eternidad

Las biografías indican que la carrera literaria de Jorge Luis Borges Acevedo inició a los 10 años, el 25 de junio de 1910, en el diario El País de Buenos Aires, donde publicó su primera traducción al español de “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde, atribuida por algunos lectores a su padre Jorge Borges.

“Esa precoz hazaña fue posible porque su abuela paterna, Frances Haslam, nacida en Inglaterra, le enseñó inglés desde pequeño”, apunta Rafael Olea Franco en El legado de Borges. En 1914, la familia Borges emprendió un viaje a Ginebra, Suiza, en busca de una cura para la ceguera progresiva que aquejaba a Jorge Borges y que paulatinamente alcanzó a su hijo.

Hacia 1933 su nombre ya era una referencia entre los lectores argentinos, al punto de que la revista Megáfono lanzó una encuesta sobre su obra, mientras él colaboraba para el diario Crítica, “donde, a partir de 1933, reelaboró, con base en distintas fuentes bibliográficas, relatos sobre personajes infames como el pistolero Billy The Kid”, más tarde compilados en su “Historia universal de la infamia”.

A continuación publicaría sus obras más importantes: Ficciones, El Aleph, El libro de arena, Historia de la eternidad, Otras inquisiciones, El hacedor  y Discusión. Hacia 1953 quedó ciego y a partir de ese momento su capacidad creativa quedó destruida, ha reconocido Piglia, porque ya no podía leer ni corregir sus propios manuscritos y debía dictar de memoria.

Un video del 3 de agosto de 1977 da cuenta de ese Borges disminuido por la ceguera. Aparece en el Teatro Colón de Buenos Aires, guiado por María Kodama –su esposa y heredera–, para hablar sobre su “modesta ceguera”, con un discurso cargado de ironía.

“Es modesta, en primer término, porque es ceguera total de un ojo y ceguera parcial del otro. Todavía puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde… el azul. Y, sobre todo, un color que no me ha sido nunca infiel… el amarillo. Recuerdo que de chico… me demoraba ante una de las jaulas del jardín zoológico, en Palermo, y era precisamente la jaula del tigre”, relata con ese tono cansino que le permitió volcarse sobre el género de la conferencia. El prólogo fue otro de sus ejercicios más celebrados, donde confirma su aguda mirada como lector, donde por cierto refiere a dos mexicanos que hoy son clásicos: Juan Rulfo y Juan José Arreola.

Sobre el primero escribió la frase que hoy se repite hasta el cansancio, que Pedro Páramo “es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura”.

Sobre el segundo destacó su imaginación ilimitada para luego referir dos de sus relatos: “El prodigioso miligramo”, que  hubiera merecido la aprobación de Swift, y “El guardagujas”, sobre el que se proyecta la sombra de Kafka.

También escribió sobre Ibsen, Chesterton, Graves, Quevedo, William Blake, Wilde, Stevenson y muchos más que se suman a las páginas de sus ficciones donde escribió sobre el espejo y el laberinto, la memoria a los tigres, la relación entre el tiempo y el espacio, la eternidad y el infinito.

Por ejemplo, sobre la inmortalidad escribió lo siguiente: “Creo en la inmortalidad; no en la inmortalidad personal, pero sí en la cósmica. Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria”.

Sobre su apuesta por los lectores: “A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores… Leer, por lo pronto, es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual”.

Sin embargo, estas líneas apenas son una tenue fotografía de la huella que Borges dejó en la literatura, un atisbo de su inteligencia y una idea sobre la vitalidad de su obra.

© Excelsior (México)

0 comments :

Publicar un comentario