domingo, 29 de mayo de 2016

El antes del después…

Por Gabriela Pousa

Borges encontraría una sola forma de describir la Argentina en el comienzo de la era macrista: desde el enigma. De esa forma, habría que asumir que “Somos Edipo y de un eterno modo la larga y triple bestia somos, todo lo que seremos y lo que hemos sido. Nos aniquilaría ver la ingente forma de nuestro ser; piadosamente Dios nos depara sucesión y olvido”. Y en esa sucesión y olvido volver a ser lo que antes fuimos. 

El asunto entonces es averiguar en cuál “antes” queremos vivir los argentinos, y qué “antes” nos ha sucedido para entender por qué esto no es la panacea que nos auto creamos como mecanismo de defensa, al votar “Cambiamos” en la elección de octubre pasado. 

Porque, como sostuvo sin titubeos y desde su anárquica pero efectiva forma de comunicar Marcos Peña, este no es el mejor momento ni estamos para tirar manteca al techo. Ahí quizás está el problema: veníamos de fiesta en fiesta, derrochando si no manteca, energía, gas, agua y creyendo que las cuotas las pagaría Magoya. Pues bien, Magoya no existe y se estima que es apenas una contracción singular que viene de unir “mago” y “ya” utilizada cuando se quieren eludir una responsabilidad. 

Tal vez, desde ahora, pueda definirse a Magoya como cualquier habitante de este suelo, enfrentado a un presente que lo asombra cuando, en rigor, es consecuencia del asombro que no supo tener frente al relato durante doce años. La afirmación del jefe de Gabinete le es suficiente a la errática oposición que busca denodadamente un espacio para decir “aquí estoy”, pero es demasiado vaga y llana para establecer el hoy como “el antes que fuimos” apenas unos meses atrás. 

Las diferencias saltan a la vista, a tal punto que ni las tarifas de los servicios ni los precios son los mismos. ¿Y nosotros?  Por momentos pareciera que sí. Pareciera que sí cuando la indignación recae en situaciones que no comenzaron con este gobierno, cuando se pretende que la Justicia sea Justicia después de haber sido un apéndice de la Presidencia y no sólo eso, sino que se exige que sea el actual mandatario quien haga algo. Si lo hiciera no sería “Cambiemos”, seguiríamos siendo kirchnerismo implícito. 

Durante años se escuchó en mesas de café comentar que el tipo de cambio estaba atrasado. Se nos iba la vida en criticar el cepo mientras gozábamos sin leer la letra chica, las cuotas “sin interés” indefinidas. Hoy ya nadie parece recordar el levantamiento del cepo que parafraseando a la dama “no fue magia”. Y no hubo revolución ni corrida cambiaria como vaticinaban los oráculos del relato.

Pasamos veranos enteros denostando el modelo, a oscuras, indignados con las fechas patrias usadas para circos y parafernalia partidaria, sabiendo que el recital “gratuito” de Víctor Heredia o Fito Páez nos costaba más caro que pagar para escucharlos en un teatro. Los tuiteros con identidad o desde el anonimato, a quienes que no les gustaba algo, pasaban a engrosar las listas de una Side que averiguaba con quién salía algún artista, pero no quienes entraban y salían de las fronteras argentinas. 

Soportamos cadenas nacionales donde se nos decía cómo sufrían los pobres alemanes mientras acá las clases bajas podían viajar por Aerolineas. Se nos inauguraron escuelas y hospitales sin pupitres ni maestros, sin gasas ni médicos. Todo lo soportamos con un estoicismo admirable amparados bajo el mote de “democráticos” porque, ciertamente, a Cristina se la había votado y no una sino dos veces… Magoya claro. 

Supimos incluso de los bolsos, de las balanzas para pesar plata, de los viajes no declarados y también de los sobre facturados de los funcionarios. Se nos contó quién era Lázaro, Cristóbal y los otros secuaces de la banda que también sabíamos tenía base de acción en Casa Rosada, pero gracias si entre nosotros emitíamos algún sonido onomatopéyico como demostración de espanto y desapruebo.

Es más, convivimos doce años con todo eso desde el falso confort de las redes sociales y el control remoto del televisor. Y de pronto, a meses apenas de poder frenar el tren que nos llevaba derecho a ser Venezuela, encontramos la quinta pata al gato, la viga en el ojo ajeno y la mosca en el plato. Entonces “Cambiemos” es un “bluff” y el PRO y la UCR son un fiasco. ¿Y por casa cómo andamos? ¿Cambiamos?

La tentación de la inocencia, la debilidad por Poncio Pilatos y el enamoramiento del ombligo propio nos siguen subyugando. Todo pasa por el bolsillo, ¿o vamos a creer que realmente nos importa el veto o la ley anti despidos a quienes de verdad sabemos lo que sucede en el Congreso? El obrero que puede quedar sin trabajo no se enteró siquiera qué votó Diputados, ni si hubo o no cambios en el Senado. Vieron, en todo caso, más enfadado a Hugo Moyano por la posibilidad de intervenir la AFA que por la situación de los empleados. No nos engañemos. 

Si hay críticas al actual gobierno es porque se nos exige mayor responsabilidad a la hora de despilfarrar, y porque se pretende que nos hagamos cargo. Y eso es algo que a los argentinos nos causa un poco de fastidio. No, no estábamos acostumbrados. 

De esto se trata la República y el cambio: de estar y participar, de leer las entrelíneas y los por qué de algunas medidas, de dejar hacer sin dejar de mirar y ver, de rescatar algo más que la cantidad de electrodomésticos o cuotas con las que se puede comprar, de perder el miedo, y decir sin titubeos que lo blanco es blanco y lo negro es negro. De apagar la TV si acaso un delincuente que fue juez pretende pasar a ser un payaso mediático, de premiar y castigar con la norma y la ley, de exigir administración de justicia al magistrado y no al jefe de Estado.

Sin duda hay muchas cosas que aún no funcionan bien, pero estos son comienzos, y sobre todo comienzos de llegar a ser lo que antes se fue. Claro en ese “antes” está la generación del 80′ y está La Cámpora y Quebracho también…


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