El Presidente busca
volver a un país normal entre el ajuste y
el gradualismo. La inflación y la
economía son sus desafíos.
Por James Neilson |
Al célebre sociólogo polaco Zygmunt Bauman le gusta citar un
chiste irlandés. Un coche se detiene y el conductor le pregunta a un campesino,
“¿Cuál es el camino hacia Dublín?” Y el otro responde, “Bueno, si yo quisiera
ir allí, no saldría de aquí”.
Mauricio Macri entenderá muy bien lo que tiene en
mente el neomarxista afincado en Inglaterra cuando alude así a la necesidad de
ubicar el punto de partida.
Quiere que la Argentina pronto sea lo que
virtualmente todos llaman un “país normal”, pero sucede que una sociedad que
durante años soportó sin quejarse demasiado un gobierno resuelto a saquearla,
yendo “por todo” tiene muy poco que podría calificarse de “normal”. Por lo
tanto, llevarlo al lugar que cree apropiado no le será tan sencillo como suele
suponerse.
Como, para disgusto de quienes hubieran preferido que se
limitara a sembrar alegría, señaló Macri al abrir las sesiones ordinarias del
Congreso, Cristina y su gente dejaron un Estado “destruido”, uno “plagado de
clientelismo al servicio de la militancia política”, con corrupción que mata,
inflación crónica y, desde luego, sin reservas, ya que los pibes y pibas de la
liberación se encargaron de liberar casi todo. Es tan mala la situación que
heredó que, antes de comenzar el viaje hacia la tan añorada, y tan esquiva,
“normalidad” a la que aspira llegar, tendrá que averiguar dónde está, pero no
hay estadísticas y, merced a los esfuerzos frenéticos de los kirchneristas por
cubrir sus rastros, “cuesta encontrar un papel”.
Macri espera que la Justicia determine “si esta herencia que
recibimos es fruto de la desidia, de la incompetencia o de la complicidad”, o,
lo que parece más probable, de una combinación nefasta de los tres vicios,
además de dosis fuertes de soberbia, voluntarismo e intoxicación ideológica
aportadas por personajes convencidos de que la historia o lo que fuera les
habían convocado para enseñarle al resto del mundo cómo solucionar los
problemas que afligen al género humano. El Presidente y sus simpatizantes
también tendrán que preguntarse si es posible hacer mucho con una sociedad que
periódicamente opta por dañarse a sí misma. ¿Será capaz de tolerar los ajustes
necesarios para que se restaure un mínimo de orden? O caerán nuevamente los
productos de la cultura política nacional en la tentación de aprovechar en
beneficio propio las muchas lacras sociales, oponiéndose “por principio” a
medidas inicialmente antipáticas que, a juzgar por la experiencia ajena,
andando el tiempo servirían para atenuarlas.
Para acercarse los macristas a las metas que se han fijado,
sería forzoso que muchos que se han acostumbrado a depender de subsidios de un
tipo u otro comiencen a hacer un aporte positivo al bien común; como decía Karl
Marx, lo ideal sería: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según
sus necesidades”. La larga decadencia argentina se debe a que generaciones de
políticos de todos los colores han pasado por alto la primera mitad del
aforismo para concentrarse en la segunda.
Horas antes de la apertura de las sesiones legislativas,
Alfonso Prat-Gay pudo informarnos que el Gobierno había alcanzado un acuerdo
con los “buitres” más temibles, los liderados por Paul Singer, para que por fin
el país dejara atrás el default que lo ha hecho un paria financiero
internacional. ¿Lo convalidarán los diputados y senadores? Aunque los
kirchneristas intentarán prolongar la batalla contra los últimos holdouts, ya
que les importan muchísimo más las vicisitudes del conflicto con los fondos
“buitre” y el juez neoyorquino Thomas Griesa que el bienestar de sus
compatriotas, se supone que el Congreso colaborará derogando la ley cerrojo
porque a los gobernadores provinciales peronistas no les gustaría verse sin
dinero para pagar salarios. Como señaló Prat-Gay, se trata de elegir entre
regresar a los mercados de capitales por un lado y, por el otro, resignarse a
sufrir un ajuste tremendo, alternativa esta que encantaría a “la resistencia”
pero que tendría consecuencias devastadoras para millones de familias.
Tiene razón el ministro de Hacienda: para la Argentina,
insistir en mantenerse aislada del mundo desarrollado por orgullo o, en el caso
de Cristina que, apoyada por sus incondicionales, decidía absolutamente todo
mientras estuvo en la Casa Rosada, por vanidad, significaría morir por
inanición. En teoría, es factible que haya algunos países que podrían darse el
lujo de vivir con lo suyo sin sufrir calamidades, pero sucede que a los
presuntamente capaces de hacerlo nunca se les ocurriría intentar algo tan
excéntrico. Sea como fuere, nunca será posible computar con precisión los costos
para el país del default por ser una cuestión de oportunidades perdidas, pero
no cabe duda alguna que han sido enormes; decenas, tal vez centenares, de miles
de millones de dólares que, manejados con sensatez, le hubieran permitido salir
del atraso en que, por sus propios motivos, sus gobernantes lo han mantenido
atrapado.
El consenso parece ser que la gestión de Macri fracasará a
menos que consiga frenar la inflación sin que nadie se sienta perjudicado. De
ser así, le convendría asegurar que funcione bien el helicóptero con el que
fantaseaba Cristina antes de transformarse en una calabaza, ya que la razón por
la que todos los gobiernos del mundo civilizado reaccionen frente a un brote
inflacionario que aquí motivaría risas tomando medidas drásticas es que saben
muy bien que, si tardan en domar la bestia, pronto comenzará a provocar
destrozos irreparables. Por desgracia, sería un auténtico milagro que Prat-Gay
y sus socios lograran la cuadratura del círculo inflacionario tal y como les
exigen opositores que dan por descontado que hacerlo debería ser
maravillosamente fácil. ¿Lo creen de verdad? ¿O es que están preparándose para
sacar provecho de las dificultades que están por surgir?
Son muchos los políticos que adhieren a la teoría económica
papal, o sea, a la convicción, sincera o no, de que siempre hay que subordinar
todo a ciertos principios morales. Atribuyen la tan comentada “frialdad” del
papa Francisco hacia Macri cuando los dos se encontraron en el Vaticano al
disgusto que le ocasiona la negativa del presidente de los argentinos a
combatir el capitalismo, el que para buena parte del clero católico es
“salvaje” por antonomasia, y otras manifestaciones del liberalismo contra el
cual la Iglesia está librando una guerra cultural desde hace por lo menos un
par de siglos.
No se equivocarán quienes piensan así. Como cardenal y
después, como papa, Jorge Bergoglio siempre ha hecho gala de actitudes
decididamente populistas, cuando no peronistas. Puede que no sea un
kirchnerista, ya que habla en contra de la corrupción y el narcotráfico que
florece en sociedades con muchos políticos, policías y magistrados venales,
pero claramente cree que la mejor forma de ayudar a los pobres consiste en
estimularlos a rebelarse contra el único sistema económico que ha resultado ser
capaz de permitirles salir de la miseria. Es como si el pontífice amara tanto a
los marginados que quisiera que se multiplicaran, mientras que Macri, el malo,
se ha propuesto transformarlos en burgueses.
Por fortuna, es muy poco probable que el gobierno macrista
preste mucha atención a la prédica económica papal. Lo mismo que todos los
mandatarios del Occidente y del Oriente de raíces confucianas, el Presidente y
sus funcionarios entienden que si tomaran en serio las advertencias sobre los
peligros espirituales del consumo, el motor económico más poderoso de todos, el
resultado sería con toda seguridad una recesión profundísima. Como sus
homólogos de otras latitudes, a lo sumo Macri felicitará a quien llama el
“santo papa” por su sabiduría celestial, ya que no sería de su interés perder
el tiempo en polémicas inútiles, para entonces dedicarse a resolver o mitigar
los muchos problemas concretos que, en su condición de gobernante terrenal, le
aguardan. De todos modos, puesto que sus propias creencias religiosas parecen
deber más al budismo new age que al catolicismo, no le preocupará demasiado que
Francisco lo considere un hereje.
La “frialdad” papal no obstante, las semanas últimas han
sido buenas para Macri. Ha logrado conseguir el apoyo decidido de Barack Obama,
François Hollande y Matteo Renzi, y ha podido destrabar el embrollo que fue
creado por su antecesora y los buitres. Aún faltan las inversiones torrenciales
que necesitará para amortiguar el impacto de los ajustes que tendrá que
aplicar, pero los presagios son promisorios.
Asimismo, ha instalado el tema de la herencia maldita que,
con alevosía, le entregaron los kirchneristas con la esperanza de provocar un
estallido social casi inmediato. Las palabras contundentes que Macri empleó
para calificar lo que recibió de manos de los militantes del gobierno anterior
no podrán sino repercutir con fuerza en los círculos judiciales, donde abundan
los deseosos de saldar cuentas con aquellos kirchneristas que humillaron
sistemáticamente a los reacios a prestarse al “proyecto” kirchnerista con miras
a garantizar la impunidad de Cristina y otros miembros de su gobierno si les
tocara pasar una temporada en el llano. Si el kirchnerismo ya es “residual”,
como muchos dicen, no es sólo por haber perdido algunas elecciones que
esperaban ganar o por haber demolido la economía de que todos dependen, sino
también porque hasta los corruptos mismos saben que la corrupción como tal es
indefendible.
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