martes, 22 de marzo de 2016

Neopopulismo: El Plan Cóndor del siglo XXI

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Todo el combo al que llamamos “Proceso de Reorganización Nacional” se replicó en la mayoría de los países de la región, con resultados menos violentos, pero igual de catastróficos en materia de derechos humanos y matrices productivas. 

No fue coincidencia: la coordinación y cooperación para que nadie se escapara se disfrazó de “colaboración diplomática y económica” entre países aliados, algo que se vistió de Plan Cóndor, mediante el cual aunaron esfuerzos para destruir la subversión en el continente y, de paso, llenarse los bolsillos de muchos billetines.

Para los más grandes, los que padecieron en mayor o menor medida la última dictadura militar, quedarse en aquellos años es comprensible. Para los que integramos el remanente de la Generación X, la percepción es distinta: nacimos en dictadura, crecimos en una democracia frágil, con padres temerosos, clima de posguerra malvinense y tanques en la calle cada dos por tres, transcurrimos nuestra adolescencia con estabilidad económica y terrorismo internacional, y salimos a la vida adulta con una crisis institucional disruptiva. A nosotros la dictadura puede dolernos o no, pero por una cuestión cronológica nos dolió más la democracia, donde nos desarrollamos y donde formamos nuestras ilusiones y aspiraciones para la vida.

El Plan Cóndor del siglo XXI incluyó una red sistemática de contribuciones y protecciones locales disfrazadas de patriotismo y referencias a la preservación de la voluntad popular frente al ataque interno y cultural de infiltraciones extranjeras. Podrá no haber tenido la planificación del Plan Cóndor original, pero no podíamos esperar menos de estos chapuceros. Hugo Chávez picó en punta, y en tan sólo un lustro se sumaron Lula en Brasil, Néstor Kirchner por estas tierras, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia. Si bien podríamos meter en el combo a Michelle Bachellet en Chile y al Frente Amplio de Uruguay por sus tendencias ideológicas, lo cierto es que no da, ya que fueron cómplices por omisión, por hacerse los boludos, pero no por prestar consentimiento para el vaciamiento en conjunto.

Definir “populismo” es difícil. Probablemente se deba a que la Real Academia Española sólo la reconoce como término despectivo, pero convengamos que tampoco acepta “kirchnereo” como sinónimo de robo descarado en todas sus variantes, a pesar de que desde estas columnas lo solicito hace años. Sin embargo, creo que el verdadero motivo por el cual “populismo” no figura en el diccionario se debe al hecho de que son tantas las variables, y tan incoherentes sus máximos exponentes, que es casi imposible efectuar una definición.

Históricamente, los populistas no se dividieron en izquierda y derecha, mucho menos en los países al sur de los Estados Unidos. En esta inmensa Latinoamérica, el reparto planteado por la Revolución Francesa existe sólo en la cabeza de quienes quieren enfrentarse a un razonamiento contrario recurriendo al simplismo de auto encasillarse para llenar el vacío de argumentos, o también para encasillar al otro con el fin de desacreditarlo. El neopopulismo toma esta cualidad de discusiones de sobremesa de año nuevo y hace ambas cosas: se encasilla y acomoda a los demás a su conveniencia.

El primer planteo en común de todo populismo que se precie de tal radica en la ausencia de una ideología concisa y coherente. Es cierto que en el siglo XXI es al pedo y peligroso gobernar desde la ideología, pero el populista no es muy de ir a la vanguardia, aunque diga lo contrario. Todos afirman que tienen una ideología fuerte, pero la misma es tan vaga que, dependiendo de las circunstancias, puede ir del capitalismo “con consciencia social”, al socialismo “democrático del siglo XXI”.

Al igual que la naturaleza, la política no admite vacíos. Ante la notable ausencia de ideologías, el lugar es suplido por la dicotomía “Pueblo-Antipueblo”, en la cual el primero son los que acompañan, quedando el “antipueblo” para todo lo demás. También existe el término “patria-antipatria”, muchas veces reemplazado por “cipayo” o “vendepatria” en un claro exceso de vanidad, como si alguien quisiera comprar un país con esa mentalidad. Bajo el amparo de la premisa “el pueblo nunca se equivoca”, se permite cualquier cosa en una suerte de legitimación del absolutismo por vía de una mayoría tan superflua que, cuando ganan por más de la mitad de los votos emitidos, “tienen el pueblo a su favor”, pero cuando pierden por un punto o por paliza, “el pueblo ha sido derrotado por los intereses de los vendepatria”. Si ganan, ganan ellos. Si pierden, pierde el pueblo. Porque se la darán de omnipotentes, pero la inseguridad les brota por los poros y no pueden tolerar un rechazo.

Así como no importan izquierdas ni derechas más allá de lo discursivo, el concepto de pueblo es tan sólo un recurso del cual se desprenden subclasificaciones que dependen del momento. O sea: se puede hablar de pueblo como sinónimo de “los más humildes”, o “los más necesitados” ante el aplauso emocionado de los acólitos que no pueden ver a un pobre ni aunque se tropiecen con él, aunque también es aceptable la comparación de pueblo con “todos los que apoyan al gobierno”. Sí, también asombra que digan que se sustentan en la fuerza de los más necesitados mientras afirman que ya no quedan personas infelices económicamente.

En cambio, la diferenciación que hará la Historia (siempre tan necesitada de clasificaciones) radicará en si a los pobres los escondieron físicamente al echarlos de las ciudades, o si los borraron del mapa con deseos realizados por la magia de las palabras en algún discurso. La legitimación popular es el pase VIP para la ilegalidad, porque el pueblo así lo quiso, así lo quiere y así lo querrá, aunque no vuelva a consultársele.

No importa de cuál populismo hablemos –puede elegir el que quiera, de cualquier país, idioma, color o época–, todos hacen culto al líder mientras hablan de un proyecto, modelo, programa o plan que nadie leyó. El líder, como corresponde, disfrazará la carencia de contenidos detrás de ese proyecto justificando que hay que hacer más y hablar menos, o que mejor que decir es hacer, o que no hay tiempo de explicar cuando se están solucionando los problemas “del pueblo”.

Esta ausencia de programas es la que hace que, con el pasar de los años (a veces meses, otras días, mayormente minutos en un mismo discurso) cambien radicalmente de actitud sin plan a la vista. En el neopopulismo latinoamericano se acercan al capitalismo, viran al socialismo, hacen negocios con enemigos históricos de la Patria en nombre de la Patria, están en contra de las corporaciones, se hacen amigas de las corporaciones, niegan que una crisis pueda afectarlos porque sus políticas que nos presentan como fundacionalistas –recetas aplicadas hasta el hartazgo siempre con el mismo resultado pedorro–nos blindaron, y terminan promocionando el consumo de calefones, bañarse en un minuto, o limpiarse el culo una vez al mes.

Lamentablemente, y al igual que hace tres milenios, cuando fue descrito por Aristóteles y Platón en una predicción que se cumple perversamente a cada rato, el caldo de cultivo para que nazca el populismo es el colapso del sistema racional, eso que nos jodió tanto la vida que preferimos cualquier cosa, cualquiera, mientras nos de tranquilidad. No interesa la verdad, con la ilusión de que son distintos, alcanza.

Conceptos como “división de poderes” son lujos burgueses que la Patria no puede permitirse mientras “el interés del pueblo” esté en riesgo, salvo que hayan logrado cooptar a la Justicia y al Poder Legislativo, claro. Porque esa percepción extrasensorial que les permite decodificar lo que el pueblo quiere, les permite “democratizar” las hamacas de una plaza, y todo en honor al porcentaje que votó un programa que nunca se mostró, o al apoyo popular expuesto en una manifestación que, si realmente consistiera en la mayoría del pueblo, generarían un terremoto al saltar.

Otra bella característica de los movimientos populistas radica en la supuesta ruptura con el statu-quo que les precedió. Pueden decirle al pueblo que no provienen de la política o que entraron a la política para cambiar las cosas desde adentro, como los Kirchner, Rafael Correa o Lula. Esta aparente “no pertenencia” les da el aire de no tener que hacerse cargo de ninguna herencia y, cuando conviene, usar el pasado como cuco. No olvidemos que estábamos mal hasta que llegaron ellos. Y acá apuntan a un juego sádico en el que mueven simultáneamente las piezas “pueblo”, “patria” y “pasado”. O sea: son ellos o volver a cuando nos comíamos los piojos para matar el hambre. Básicamente, que nosotros somos los responsables de una crisis que en realidad fue generada por la política. Eso es lo pesado: con son “distintos”, alcanza retóricamente para no ser políticos tradicionales, situación que aprovechan para ser lo peor de la política clásica. Así, el clientelismo pasa a ser “organización”, la corrupción son maniobras desestabilizadoras, la eliminación física o tácita de la oposición que pudieron comprar es “el debate y el diálogo constructivo”, y el sometimiento a otros imperialismos es un “cambio de paradigmas”.

Son solidarios en el reparto de amigos. O sea, el enemigo de ellos, es en realidad el enemigo del pueblo. La elección de un némesis antipueblo y vendepatria único tiene sus contras: eliminado, aislado o repelido, hay que buscar un nuevo culpable físico. Curiosamente, cuando ya se han robado todo salen a tranzar con el primer postor que, a esta altura, nunca, pero nunca es el mejor. Nunca.

Así es que terminamos teniendo líderes que acaban en seco sólo con pisar Miami, París o Roma, pero que critican el consumo de culturas ajenas a la nuestra, mientras nos hablan de patria grande y son capaces de obligarnos a ver canales de noticias de países culturalmente tan distintos como los del primer mundo. Estos socios gozan de un raro privilegio que los conciudadanos contreras jamás tendrán, que es la “excepción de ideología”. Si el populismo parece de derecha y siente el mandato divino de combatir la insurrección del zurdaje que atenta contra los valores del Pueblo, no tiene drama de rosquear con el comunismo cubano para tener el beneplácito comercial de la Unión Soviética de la Guerra Fría. A los de acá se los desaparece, a los de allá de los abraza. Si los populistas, en cambio, se auto definen como progresistas –como si pudiéramos encontrar algo de progreso en un régimen hiperpersonalista sin chance de disidencia– sus opositores puede ser calificados de fachos, homófobos y estar a favor de la supresión de los derechos humanos aunque se trate de un Nobel de la Paz, mientras hacen negocios con países antidemocráticos, encarceladores de opositores, mataputos, o donde las mujeres son lapidadas por coger.

Lo curioso es que para ellos nada de lo que hagan es antidemocrático ya que se autoconvencieron de la misma locura que nos impusieron: que democracia es lo mismo que república y que, en caso de tener que elegir, vale más la primera, confundiendo “voluntad popular” con el sentido de bien superior nacional, al que apelan cuando les conviene. Y si alguien llegara a plantear que no todo votante sabe de qué carajo le están hablando, será señalado de querer suprimir la democracia, mientras ellos buscan la eliminación de la república. Curiosidades de la vida: la mayoría de las Constituciones modernas plantean la destitución como mecanismo legal y afirman que el enriquecimiento en el Estado es un atentado a la democracia. Pero bueno, cosas que se pueden pasar por alto en defensa de una causa superior.

Lo que nadie se imaginaba es que pudieran llegar a convivir tantos populismos juntos en una misma región y que coordinaran las estrategias para saquearnos mientras se forran en guita. Ni siquiera en la Europa de la primera mitad del siglo XX hubo tamaño alineamiento ideológico, dado que les podían más los egos. Los discursos y las acusaciones contra los adversarios se homogeneizaron en Sudamérica, como si el Foro de San Pablo se hubiera tratado de un curso de capacitación y coordinación para el choreo sistemático. En 2002, Chávez sufrió “un golpe de Estado” cuando en medio de un quilombo después de voltear todo resorte republicano, presentó la renuncia generando un vacío de poder. Tres días después volvió al Poder con más fuerza que nunca y con 19 muertos a cuestas. Culpó a los medios, a la oposición y a Estados Unidos. En 2008 Evo Morales denuncia un golpe de Estado. Mueren 29 personas en una fantochada que duró 14 horas de tiros entre campesinos instigados por el oficialismo. Evo se apuró y denunció la oposición, a los medios de comunicación y a los Estados Unidos por desconocer la voluntad popular. La Unasur respaldó el accionar de Evo en salvaguarda del estado de derecho. Los 29 muertos no importaron.

En 2010, Rafael Correa decide su intentona golpista, cuando denunció el intento de la oposición, los medios de comunicación y la embajada de Estados Unidos de querer voltearlo y matarlo. El conflicto consistió en un acuartelamiento de una parte de la Policía que estaba en llamas después de un recorte en el salario real. No pasó nada. En 2010 mueren seis policías paraguayos emboscados por una facción de la subversión de aquel país, cercanos al entonces presidente Fernando Lugo. El exobispo de los mil hijos culpa a la oposición, a los medios y a los Estados Unidos por desconocer la voluntad popular. Es sometido a un juicio político que, según la constitución paraguaya, es bastante legal, aunque exprés. Es destituido. El Mercosur no quiere reconocer al nuevo presidente por “golpista”. El tipo concilia el sueño de todos modos. En 2012 la Gendarmería Nacional se autoacuartela en reclamo de mejoras salariales y condiciones laborales. El Estado como empleador les paga menos que el salario mínimo. No tienen sindicato. El oficialismo afirma que es un intento de Golpe de Estado contra la voluntad popular –al igual que el paro agropecuario de 2008 o la huelga policial de 2013– y, para no romper con la originalidad, con complicidad de los medios de comunicación y los Estados Unidos. En 2016 Dilma Rousseff demuestra que no aprendió nada a lo largo de todos sus años en el poder y le dice a Lula que tiene un decreto para hacerlo zafar. Lo hace por teléfono, que es igual a que un sicario despache un muerto por encomienda. La oposición le quiere iniciar juicio político, los manifestantes se la quieren comer entre dos panes, y mientras le toma juramento al sospechado de megacorrupción, afirma que “esas manifestaciones no son del pueblo, sino un murmullo golpista”, recuerda todo lo conseguido por sus dos mandatos y el de su predecesor y mentor, y en las calles reparten panfletos en los que piden cuidar a Dima, ya que podrían “perder la casa, el trabajo y los planes sociales”.

Lo increíble del caso de Lula es que los negocios que le imputan tienen relación directa con la Argentina. Es la tercera vez que me llama tanto la atención la reacción de un mandatario sudamericano respecto a sucesos que ocurren en nuestro país. Primero, Evo que viene a la Argentina a jugar un partido y comerse una asado con Macri. Después, Nicolás Maduro llamando a resistir al nuevo presidente argentino. Ahora, el kirchnerismo residual defendiendo con uñas y dientes a Lula y Dilma. ¿El motivo? El mismo por el cual utilizan las mismas estrategias de lástima, amedrentamiento y discursos: que no se descubran los negociados entre los países. Porque detrás de la fantasía de la Patria Grande, un delirio pannacionalista que supera con creces al hipernacionalismo de cualquier populismo que se precie de tal, está la firme convicción de quedarse en el poder para siempre, llenarse de guita para toda la eternidad y vivir con lujos burgueses e hipercapitalistas mientras le tiran un par de migajas al “pueblo” que tanto dicen representar.

Decía al principio que el Plan Cóndor jodió a toda una generación antes de que la mía naciera. Y lejos estoy de querer desmerecer o igualar el daño humano en costo de vidas. Pero la expulsión del sistema, la condena al hambre de millones en nombre de la bonanza, y el choreo sistemático, coordinado y encubierto entre las naciones, es la gran tragedia de mí generación. Y de los millenials, pero ellos están en otra. Por suerte.

Martedi.

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