Por Martín Rodríguez
Scioli está en tiempo de descuento. Tendrá que subirse al
techo de una cupé más modesta de campaña que pase a paso de hombre por todos
los barrios y gritar que es el soldado de cada una de las guerras privadas que
se libran entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte.
Se dijo que iba a
traer un plus de votos. Se dijo que él dijo que traería un plus de votos. De
ser verdad ese “plus”, hubiera sido un caso de cautiverio electoral inédito.
Más realista sigue siendo decir que Scioli significa un plus ideológico que
permite volver a ampliar la base electoral del FPV. Ese sigue siendo su
desafío.
Scioli debe volver a arrimar, tentativamente, lo que se
perdió desde 2011. Aquellos que ya no votan al “modelo”, los golpeados de una
economía que no crece y de una inflación intensa, y de una inseguridad urbana
real. Pero eso tampoco es magia. Hay que hablarles a esos, entender quiénes
son, dónde están. De las últimas elecciones (2013) la lectura oficial fue
achicar la cancha al máximo: no perdimos porque somos primera minoría. Una
fiesta del consumo de un poder construido entre 2003 y 2011 que derivó en
confundir obsecuencia con lealtad, valentía con disciplina, y derivó en ubicar
a CFK como la electora. Nadie produjo poder en 4 años. Ni Scioli.
Scioli hasta el domingo 25 confió que su presencia
garantizaba votos, tranquilizaba a los dueños de la economía, contenía al
peronismo corrido de escena por “Unidos y Organizados”, pero tuvo como sola
fórmula hacer un playback cada vez más gastado del kirchnerismo con alguna
dosis franciscana como novedad (las famosas “3 T”). Hizo la plancha, y aceptó
además la condición de ser rodeado por un vice ultra y una lista de diputados
en la CABA y la PBA también ultras. Es decir, Scioli era el nombre de una
suerte de lista sábana ideológica de kirchneristas puros que también hacían la
plancha porque confiaban que él los mantendría en el poder. No harían ningún
esfuerzo, pero serían los guardianes ideológicos. La cosa salió mal. Era un
esfuerzo sin esforzados: Scioli hacía de kirchnerista, los kirchneristas
cruzaban el río a upa… ¿y quién laburaba? La paradoja es que se trabajó mucho
tiempo para que Scioli NO sea, se lo tuvo contra las cuerdas fiscales (¿alguien
recuerda la huelga docente de 17 días?, genuina por cierto, pero también
política), se lo trató como un “infiltrado”, es decir se quiso durante mucho
tiempo que sea nada. Y después se esperó sentado que la Nada se convierta en
Todo.
El conteo completo dice que la cosecha de DOS fue de 37.04%
de votos contra el 34.15% de Macri. Son prácticamente 3 puntos de ventaja.
Macri usó una palabra que fue su talismán electoral: escuchar. Y afinó virtualmente
su versión del cambio, mutó a sus economistas, presentó una lista de continuidades
que lo presentaron como un socialdemócrata prometiendo ampliar asignaciones y
salvar indios, de modo de tranquilizar la inquietud y desconfianza legítima
sobre su “sensibilidad social”... y fue creído. ¿Por qué? En parte porque hay
un aspecto de déficit oficial totalmente diluido entre analistas afines: la
decadencia de las estadísticas públicas carcomió una noción de verdad. ¿Existe
una verdad, una referencia pública, que pueda ser dicha oficialmente? Decir el
número de la inflación o la pobreza se convirtió en un debate técnico e
ideológico largo de resolución imposible: como lo primero para discutir es
“desde dónde habla cada uno”, es decir, un debate sin clausura, no llegó nunca
el momento de la verdad. La vieja astucia popular de no creer en las “verdades
oficiales” se reactualizó a pesar de las propias versiones de cada gobierno. A
pesar de los “buenos gobiernos”. A pesar de estos doce años. Macri se mostró
como el político pastor de la “escucha”, frente a un gobierno sobrenarrado.
Scioli viene tentando una afinación de su versión de
continuidad (proponiendo cambios en retenciones y estadísticas) que rompen el
credo cristinista. ¿Le alcanza? Los votos “propios” los tiene. Sucede que la
debacle electoral de los puros (la derrota en PBA, La Cámpora sin el esplendor
prometido, un Axel que sacó 22% en la CABA) le convulsionó al kirchnerismo un
horror al vacío. El problema es que una parte de los votos que disputa Scioli
lo hace sobre la base de una economía golpeada. Cristina en su discurso post
elecciones volvió a enredarse contra la “clase media”. Como si la campaña se
basara en hacerle ver al electorado lo que no puede ver, lo bien que está y no
sabe que está. Nadie vota en su contra.
Massa tuvo razón sobre la existencia de una avenida del
medio, y su campaña hecha de cosas concretas como la impunidad de los narcos en
los barrios pobres, la inseguridad cotidiana, las huelgas docentes que atan a
los papás que mandan sus hijos a la escuela pública, la supuesta
discrecionalidad en el reparto de planes sociales (planes que no existen más,
pero bueno, dejemos eso al costado), etc., conformaron una versión del
ciudadano metropolitano inseguro lejísimos del supuesto glotón de clase media
que cambió el auto o la casa (como si los créditos o el ahorro fueran papita
pa’l loro) y ahora “quiere más”. Massa es el nombre de la disputa encarnizada y
es un político taxi driver, el ex combatiente de una guerra que no ocurrirá,
con estilo afrikáner, subido al techo de una camioneta alzando los brazos,
mientras la postal de su campaña bonaerense, hecha en municipios pobres del
Gran Buenos Aires, nos muestra que este país es todavía de campaña, que es
desolado, que si agitás el miedo se enciende una luz (“¡no quiero que maten a
los míos, no quiero que me saquen lo que es mío!”).
De Scioli no se esperaba que sea más kirchnerista, sino que
fuera capaz de reencauzar la representatividad peronista perdida. Porque el
consumo, las 12 cuotas, la economía subsidiada hicieron mejor pero no más fácil
la vida de este país. El sueño del consumo engendra monstruos. Scioli es un
solo, y le toca la pelea final. Como dijo Marcelo Bielsa: “En las peleas
callejeras hay dos tipos de golpeadores. Está el que pega, ve sangre, se asusta
y recula. Y está el que pega, ve sangre y va por todo, a matar. Muy bien,
muchachos: vengo de afuera y les juro que hay olor a sangre”.
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