Gente o vecinos, a quienes los candidatos se niegan
a llamar ciudadanos,
protagonizan los principales spots de los presidenciables.
protagonizan los principales spots de los presidenciables.
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Por Beatriz Sarlo |
Menos mal que a Dorrego lo ascendieron a general.
Menos mal que Pettinato nos recuerda que estamos todos con Julián Domínguez.
Así podemos confiar tanto en las resoluciones del Gobierno como en la
publicidad de sus candidatos. Y, con el aviso bizarro de Pettinato en
camisón, por un rato zafamos de los planos de políticos hablando con vecinos,
que es el old new style de la publicidad electoral.
No puedo recordar una campaña más dispendiosa y más
aburrida. El mayor debate que se produjo fue si Verbitsky observó
con ojos malévolos el clip en el que Macri trataba dulcemente a una
nenita, mientras le informaba a ella (y a todos los que vimos el producto)
que él, con su hija, jugaba a la “carrera de besos”. Hay que tener un corazón
de piedra para no emocionarse con el sentimentalismo de Mauricio, que parece
entrenado en el Actors Studio.
Se salvan las publicidades cómicas de
quienes no tienen nada para perder y todo para ganar, sea cual sea el
porcentaje de ese todo: mi premio, en ese rubro, al aviso de los tres chiflados
que terminan pasándole al pueblo la cuenta de los disparates que han hecho.
Pero, de todos modos, demasiado chiste para anotar el lugar común de que los
platos rotos los paga el pueblo. Es una verdad tan conocida que no necesita
amplificación. El chiste vale mucho más que lo que comunica.
Como sea, la cuestión no es que los avisos sean una
serie de idénticas reuniones truchas de vecinos con gente
poderosa, como Macri y María Eugenia Vidal, hoy Mariu para todos. Scioli
también frecuenta esos escenarios de casas típicas de las capas medias bajas.
¿No sienten ni por un instante la diferencia que los separa de esos a quienes
“escuchan”? El casting de las expediciones al suburbio es bueno y el estilo
evoca el costumbrismo romántico. La campaña política es eso:
políticos que van a visitar vecinos. Los avisos de campaña son, mayormente, lo
mismo: políticos que hablan con vecinos en la vereda. Los llaman vecinos o
gente y no ciudadanos, como si la palabra fundadora de la identidad republicana
estuviera contaminada de una seriedad antielectoral.
Padres. Hay que reconocerles a Daniel Scioli y
a Horacio Rodríguez Larreta la paternidad de la idea. Se podrá
responder que son padres de tal criatura porque ambos prefieren no
debatir ni argumentar. Pero poco importa si el género “reunión en la cuadra
donde vivo” se debe a los límites de ambos candidatos o a su astucia. Importa
en cambio la forma en que se impuso ese teatro “a domicilio”.
Razones: es difícil y complicado movilizar
gente para un acto. El justicialismo corre con algunas ventajas, pero
calcula reservarlas para el final, ya que no se puede estar pidiendo a los
compañeros que armen un cortejo todos los días. Además, si el acto no tiene
cuatro horas de festival y un poco de Fuerza Bruta, si no se ocupa Tecnópolis y
no hay régie de Javier Grosman, es difícil asegurar la asistencia. Por otra
parte, con el uso de las cadenas nacionales como si fueran tan suyas como los
hoteles de Calafate, la Presidenta encontró un medio de propaganda del que sólo
ella puede servirse, llevando a los otros como acólitos. Por menos que se vean,
están allí, para ser tuiteadas, colgadas en YouTube, fragmentadas,
redifundidas. Ella estableció el monopolio del discurso como
estableció el monopolio de las decisiones que no consulta, sino con el fiel
compañero de armas de Scioli, Carlos Zannini.
Dueña la Presidenta del discurso político, a los
demás les queda o repetirla o innovar. Eligieron con buen criterio lo segundo,
porque no tienen cadenas nacionales a su disposición, y porque
la mayoría de los candidatos no puede competir con la Presidenta en el
ejercicio de un discurso fluido y pintoresco, afectivo y sarcástico; en fin,
una ensalada de tonos que distrae, indigna o divierte. Ese terreno es de
Cristina.
Sería injusto atribuir la pobreza de ideas sólo a
este monopolio cristinista. Se comienza desconfiando de que exista un tipo de
votante que pueda interesarse en el contenido político de su voto, y se termina
jugando al oficio mudo con los vecinos. En la mayoría de los casos son videos
de imágenes con sonidos agregados en la posproducción (excepción fatal la del
videíto que muestra a Macri con las dos nenas). Estamos bien abajo.
Factores. La publicidad política no es causa, sino
consecuencia. Pero habría que ver de qué es consecuencia. Doy varias opciones:
1. De la situación actual de desinterés por cualquier tema que exceda lo cotidiano.
2. De la imposibilidad de vincular un tema público con los problemas concretos y por lo tanto todo se convierte en queja.
3. De lo que dicen los “expertos” que le interesa a la gente, trabajando con lo que llaman focus groups.
4. De una estrategia que aconseja ocultar qué se va a hacer en caso de ganar las elecciones.
5. De que todos harían más o menos lo mismo.
1. De la situación actual de desinterés por cualquier tema que exceda lo cotidiano.
2. De la imposibilidad de vincular un tema público con los problemas concretos y por lo tanto todo se convierte en queja.
3. De lo que dicen los “expertos” que le interesa a la gente, trabajando con lo que llaman focus groups.
4. De una estrategia que aconseja ocultar qué se va a hacer en caso de ganar las elecciones.
5. De que todos harían más o menos lo mismo.
Los asesores técnicos de los políticos pueden
equivocarse y seguir cobrando. La responsabilidad no es de ellos. La
responsabilidad es de quien les paga. Si un asesor de Macri se equivocó, es
poco importante en lo que concierne al asesor, pero es significativa la falta
de criterio del político para elegirlo y conservarlo. Lo mismo puede decirse de
los publicitarios. Si un político compra lo que le ofrecen, no voy a cargar la
banalidad en la cuenta de la agencia, sino en la falta de ideas y de autoridad
del político.
Respecto de los encuestadores: la noche
de las elecciones porteñas un miembro de ese grupo profesional enmudeció en
pantalla como si le hubieran comido la lengua los ratones. Al día siguiente intentaron
hipótesis explicativas que, antes, deberían haber sido normas de
cautela metodológica, cuando iban de aquí para allá con los resultados de sus
mediciones, como si fueran la versión aritmética y en fascículos de un Gallup
posnuclear.
Todo lo que sucede le sucede a la política y la
responsabilidad es de los políticos. Los contratados estarán listos
para la próxima elección, en caso de que los vuelvan a llamar.
© Perfil
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