lunes, 17 de agosto de 2015

De Marte a Buenos Aires

Una coyuntura política crucial, pero vacía de contenido. La Argentina se reitera 
a sí misma. Y el poder también.

Por Carlos Gabetta
Acudamos a una remanida alegoría: un marciano curioso instalado en Argentina desde los 90. El país nadaba entonces en la abundancia, al punto que su moneda equivalía a la de la primera potencia de la Tierra.

El nuevo gobierno peronista –así, sabría, se denomina el populismo argentino– privatizaba empresas, los prestamistas internacionales le otorgaban dólares y sus ciudadanos se desparramaban por el mundo “de compras” y en vacaciones.

Luego asistiría a un recambio gubernamental democrático. Un gobierno de “centroizquierda”, también integrado por peronistas, se hacía cargo. Le sorprendería que el presidente nombrase al mismo ministro de Economía de la dictadura militar y del menemismo (así se llamaba entonces el peronismo), pero acabaría por comprender: el peronista y el radical-peronista aplicaban en democracia la política económica liberal que la dictadura había tratado de imponer por el terror.

Enseguida hubiese asistido a un derrumbe económico y financiero colosal, a una revuelta social en regla, a la huida de un presidente, a otros cuatro ungidos en un mes –todos peronistas– hasta que el cuarto se asentó, tomó algunas medidas sensatas y llamó a elecciones, en las que triunfó un peronista apellidado Kirchner, con lo que el peronismo pasó a llamarse kirchnerismo.

Luego, el presidente cumplió su mandato y lo reemplazó democráticamente su esposa Cristina. Un Papa argentino y peronista fue ungido en Roma y el país pasó de superar la crisis gracias a algunas medidas enérgicas y altos precios internacionales de sus productos, a la inminencia de un nuevo caos.

El retorno kirchnerista al “relato” nacional y popular del peronismo desconcertaría a nuestro visitante: la nacionalización de lo que el peronismo anterior había privatizado supuso el pasaje de esas empresas al déficit millonario crónico. El país perdió su autonomía energética, la deuda tornó a ser astronómica, la inflación está entre las cinco primeras del mundo, la economía lleva tres años en recesión, hay “cepos” cambiarios y comerciales, las reservas se agotan y el déficit del Estado es endémico. En este contexto, verificaría que la pregonada gestión social progresista es en realidad descarado clientelismo.

También que la corrupción abarca al Estado y las instituciones –sindicatos, corporaciones y buena parte de la sociedad– y ahora suma el narcotráfico, las “barras bravas” del fútbol y los talleres de explotación laboral clandestinos. Sólo en Buenos Aires habría más de tres mil. (https://es-la.facebook.com/alamedafundacion); algo de lo que el Gobierno y los sindicatos parecen no enterarse. El vicepresidente en funciones está multiprocesado ante la Justicia y el actual jefe de Gabinete seriamente sospechado de narcotráfico. Verificaría así que la democracia argentina ha tornado a ser puramente formal: las estadísticas están falseadas, la Justicia cooptada o amenazada, el Congreso es reverencial y el uso que hace el Gobierno de los medios de comunicación oficiales representa una forma grave de censura.

Y por último, las inundaciones: entre veinte y treinta mil afectados y unos 4.400 desplazados en Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba. Dos informes de la Auditoría General de la Nación, de 2011/13, ignorados por el Congreso, dan cuenta de “irregularidades, demoras, debilidades operativas y de rendición de cuentas” en las obras encaradas por el Fondo Hídrico de Infraestructura, dotado de 16.288 millones para la tarea (Clarín, 14-8-15). En medio del desastre, el gobernador de Buenos Aires y candidato peronista a la Presidencia, Daniel Scioli, partió a Italia de vacaciones.

Nuestro extraterrestre concluiría que los argentinos son marcianos y se refugiaría en Uruguay.

Vacío político. Aceptemos que esta alegoría es banal –aunque los datos son ciertos y verificables– pero se justifica por la necesidad de resumir un cuadro de situación muy grave y de subrayar la hueca campaña electoral que precedió a las PASO. Este dato, la hueca campaña electoral, es más importante que las perspectivas para octubre que se desprenden del resultado de las primarias. Cifras y especulaciones sobre el ganador que todos los medios de comunicación ya han sopesado, pero un vacío total de propuestas concretas.

La ausencia de debate y contenido de la campaña ha puesto en evidencia que la política argentina ha devenido un confuso entramado que se justifica a sí mismo, indiferente a la moral social y cuya relación con la estructura económica es meramente utilitaria; en el mejor de los casos, de emergencia. Una colega lo resumió así: “Si la confrontación peronismo-antiperonismo fue válida en el siglo pasado, en éste ha dejado de serlo. Primero porque el antiperonismo no es garantía de nada especial ni tiene patente de superioridad moral y luego porque el peronismo ha traspasado el tejido social de manera transversal y hoy sobrevive en todos los partidos políticos sin excepción” (María Zaldívar, El País, 13-8-15). El árbitro de una eventual segunda vuelta será el casi 21% obtenido por Sergio Massa, un peronista de origen liberal, cuyos votantes son esencialmente peronistas.

O sea, que hay una nueva crisis en gestación, agravada por la situación internacional. Rusia y China, los dos socios alternativos de Argentina, están en problemas. El primero entró en recesión y el segundo ha devaluado su moneda y reducido sus importaciones (http://www.perfil.com/columnistas/Socorro-Help-Aiuto-20150705-0027.html).

Ante este panorama, por no haber, no hay siquiera una alternativa socialdemócrata. Después de prácticamente disolver el Frente Progresista, al renunciar Hermes Binner a la candidatura, los socialistas apenas acompañaron a Margarita Stolbizer, una eficaz militante que se sorprendió candidata a poco de las elecciones. Así, el programa del Frente Progresista tampoco existe. La “salida” será pues liberal, peronista… o liberal-peronista.

Como diría Francesco I: Dios nos coja confesaos.

© Perfil

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