viernes, 20 de marzo de 2015

La persistencia tenaz de los radicales

Por Natalio Botana
Dos procesos convergían en la Convención Nacional del radicalismo que, hace una semana, adoptó decisiones trascendentes. El primero -lo venimos apuntando- tenía que ver con la puja que se había desatado en el país entre, por un lado, una democracia de candidaturas, atenta al sube y baja en las encuestas de liderazgos con débil implantación territorial, y, por otro, una democracia de partidos, cuyo eje giraba sobre organizaciones partidarias con alcance nacional.

Si las candidaturas de Mauricio Macri y Sergio Massa daban cuenta de la primera clase de democracia, la segunda representaba, en el campo de la oposición, la tenaz persistencia de la Unión Cívica Radical. Una persistencia de tanta duración como la Argentina moderna. En ese largo decurso es posible advertir, casi desde el momento de su fundación, la presencia en el radicalismo de dos líneas estratégicas: el impulso hacia la intransigencia y la inclinación hacia la búsqueda de acuerdos. Ambas corrientes expresan tensiones históricas que hoy paradójicamente, superadas las divisiones de antaño, hacen más fecundo el diálogo tendido de la política.

Contra cuanto sepulturero pretende dictar acta de defunción, la Unión Cívica Radical es, después de la Convención de Gualeguaychú, una entidad viviente dispuesta a forjar consensos mediante la deliberación y el debate civilizado. Segunda paradoja: en un mundo infectado de hegemonía y verticalismo, este estilo, que para algunos resulta vetusto, significa en estos días una rotunda novedad. Un partido de pie, exponiendo en público sus razones, traza un camino para sacar a la Argentina del pantano de la declinación cívica y del estancamiento económico y social.

El segundo proceso se inserta también en las tradiciones de este partido. Aletargado en la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires, el reto de levantar ese desafío lo asumieron, en los últimos quinquenios, los radicales en el interior del país. Con ello pusieron en marcha un movimiento que va de la periferia al centro de las decisiones nacionales, renovando así otro de los atributos que, también con tensiones, siempre defendió la UCR: el federalismo en tanto sustrato de la organización nacional, para conservar una vitalidad que no decreció aun en los momentos más sombríos.

Las luces se apagaron en Buenos Aires y alrededores, pero permanecieron encendidas en numerosos pueblos, municipios y ciudades intermedias. Desde esos lugares se puso en práctica el arte, tan difícil entre nosotros, consistente en discernir, en el seno de un partido político, las vías posibles para establecer acuerdos amplios en varias direcciones. En estos años, esa trama se ha difundido en casi todas las provincias con probabilidades de éxito.

No en vano el liderazgo de Ernesto Sanz en el radicalismo se formó inicialmente en la provincia de Mendoza tanto como el de su contendiente, Julio Cobos . Esta simbiosis entre lo federal y lo nacional fue una de las contribuciones de esta Convención. Lo subrayó con énfasis el presidente del Comité Nacional en su discurso: a partir del federalismo, la UCR camina en procura de una nueva inserción nacional.

Éste es el desafío de la participación en las PASO junto con la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Pro de Mauricio Macri. Se trata de una decisión que puso en juego dos expectativas: la de permanecer en condición minoritaria, disuelta UNEN, con riesgo inminente de perder posiciones parlamentarias y provinciales, y la de apostar a ganador en el próximo turno presidencial, reforzando las posiciones adquiridas. La Convención optó por esta última y designó candidato a Ernesto Sanz bajo el supuesto de que el radicalismo es tanto un partido de control como de gobierno.

Si bien habrá que seguir de cerca el desenvolvimiento de esta operación, nos basta con señalar, por ahora, que ese concurso de razones y voluntades plantea un doble movimiento de resistencia y reconstrucción. Entre otros motivos, el kirchnerismo creció por defecto de los contrarios y por una fragmentación que se realimentaba con sucesivos fracasos. La participación tripartita en las PASO viene a decir que no a este proceso sobre la base de un pacto republicano capaz de dar aire a la insuficiencia institucional que nos agobia. Responde de este modo a un extendido reclamo ciudadano.

Ésta es la condición necesaria de la reconstrucción, pero podría ser una intención renga de una pata si no la acompaña un programa con sustento parlamentario atento a las exigencias reales de la Argentina del siglo XXI. Un régimen de republicanismo democrático, como lo llamó Sanz y al que muchos aspiramos, corre el riesgo de ser una cáscara vacía en ausencia de una determinación firme hacia nuevas metas de desarrollo. Ya no es posible -salvo que sigamos engañándonos- continuar vegetando en medio de la inseguridad, la ignorancia, la falta de trabajo genuino en la sociedad civil, la pobreza y el bloqueo de la movilidad social.

Un reto semejante demanda cambiar la orientación de los liderazgos políticos. La Argentina está enredada por una idea y una praxis prepotente del liderazgo que reproduce en los debates los antagonismos del pasado y la intolerancia e iracundia del presente. De este liderazgo de confrontación debemos pasar a un liderazgo de concertación que reivindique el sentido primordial de esta palabra: procurar la identidad de propósitos de cosas diversas e intenciones diferentes.

Para cuajar, estas actitudes requieren fortaleza, consecuencia en sostener la relación que se fija entre medios y fines, y una modificación en el ánimo de cada uno. Todos ellos, en conjunto, van formando nuestra conciencia cívica. En un ensayo publicado antes de ser presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy destacó el comportamiento de aquellos dirigentes que, en esa nación, no se contentaron con permanecer aferrados a su propio pasado y pegaron el salto para retomar la trayectoria del ascenso. Saltos, cambios de rumbo propios, en definitiva, de liderazgos con "perfiles de coraje".

Estos perfiles hoy se están insinuando con vigor y lo hacen no para verificar agonísticamente el coraje en la guerra, sino para concebirlo como sustento de la paz y de una recuperación del nivel ético de nuestra sociedad. Hay un hecho que nos impacta en América latina: es la presencia maloliente de la corrupción. De Venezuela a la Argentina, de México a Brasil, de Perú y Bolivia a Chile; por todos lados otro espectro recorre nuestro continente y convierte el tema de la corrupción en asunto universal. Vamos mal si no entendemos que la corrupción, o la descomposición de las instituciones tras el magnicidio de Nisman, es uno de los factores más perniciosos para socavar la legitimidad de las democracias.

Ésta es la cuarta pata del proyecto que lleva la UCR a las PASO: republicanismo democrático; efectividad de la ley sin excepciones; desarrollo inclusivo con la palanca de la inversión, la moneda estable y la consistencia fiscal para garantizar bienes públicos y conquistas sociales; incansable esfuerzo para reinstalar el valor de la ética pública. Habrá entonces que navegar entre los escollos del faccionalismo (tal como muestran algunas declaraciones emanadas de filas macristas) y nuestra recurrente ineptitud negociadora. Pero ya se largó la carrera, mientras el Gobierno se enoja. Buena señal.

© La Nación

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