Por Natalio Botana |
Dos procesos convergían en la Convención Nacional del
radicalismo que, hace una semana, adoptó decisiones trascendentes. El primero
-lo venimos apuntando- tenía que ver con la puja que se había desatado en el
país entre, por un lado, una democracia de candidaturas, atenta al sube y baja
en las encuestas de liderazgos con débil implantación territorial, y, por otro,
una democracia de partidos, cuyo eje giraba sobre organizaciones partidarias con
alcance nacional.
Si las candidaturas de Mauricio Macri y Sergio Massa daban
cuenta de la primera clase de democracia, la segunda representaba, en el campo
de la oposición, la tenaz persistencia de la Unión Cívica Radical. Una
persistencia de tanta duración como la Argentina moderna. En ese largo decurso
es posible advertir, casi desde el momento de su fundación, la presencia en el
radicalismo de dos líneas estratégicas: el impulso hacia la intransigencia y la
inclinación hacia la búsqueda de acuerdos. Ambas corrientes expresan tensiones
históricas que hoy paradójicamente, superadas las divisiones de antaño, hacen
más fecundo el diálogo tendido de la política.
Contra cuanto sepulturero pretende dictar acta de defunción,
la Unión Cívica Radical es, después de la Convención de Gualeguaychú, una
entidad viviente dispuesta a forjar consensos mediante la deliberación y el
debate civilizado. Segunda paradoja: en un mundo infectado de hegemonía y
verticalismo, este estilo, que para algunos resulta vetusto, significa en estos
días una rotunda novedad. Un partido de pie, exponiendo en público sus razones,
traza un camino para sacar a la Argentina del pantano de la declinación cívica
y del estancamiento económico y social.
El segundo proceso se inserta también en las tradiciones de
este partido. Aletargado en la Capital Federal y en la provincia de Buenos
Aires, el reto de levantar ese desafío lo asumieron, en los últimos
quinquenios, los radicales en el interior del país. Con ello pusieron en marcha
un movimiento que va de la periferia al centro de las decisiones nacionales, renovando
así otro de los atributos que, también con tensiones, siempre defendió la UCR:
el federalismo en tanto sustrato de la organización nacional, para conservar
una vitalidad que no decreció aun en los momentos más sombríos.
Las luces se apagaron en Buenos Aires y alrededores, pero
permanecieron encendidas en numerosos pueblos, municipios y ciudades
intermedias. Desde esos lugares se puso en práctica el arte, tan difícil entre
nosotros, consistente en discernir, en el seno de un partido político, las vías
posibles para establecer acuerdos amplios en varias direcciones. En estos años,
esa trama se ha difundido en casi todas las provincias con probabilidades de
éxito.
No en vano el liderazgo de Ernesto Sanz en el radicalismo se
formó inicialmente en la provincia de Mendoza tanto como el de su contendiente,
Julio Cobos . Esta simbiosis entre lo federal y lo nacional fue una de las
contribuciones de esta Convención. Lo subrayó con énfasis el presidente del
Comité Nacional en su discurso: a partir del federalismo, la UCR camina en
procura de una nueva inserción nacional.
Éste es el desafío de la participación en las PASO junto con
la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Pro de Mauricio Macri. Se trata de una
decisión que puso en juego dos expectativas: la de permanecer en condición
minoritaria, disuelta UNEN, con riesgo inminente de perder posiciones
parlamentarias y provinciales, y la de apostar a ganador en el próximo turno
presidencial, reforzando las posiciones adquiridas. La Convención optó por esta
última y designó candidato a Ernesto Sanz bajo el supuesto de que el
radicalismo es tanto un partido de control como de gobierno.
Si bien habrá que seguir de cerca el desenvolvimiento de
esta operación, nos basta con señalar, por ahora, que ese concurso de razones y
voluntades plantea un doble movimiento de resistencia y reconstrucción. Entre
otros motivos, el kirchnerismo creció por defecto de los contrarios y por una
fragmentación que se realimentaba con sucesivos fracasos. La participación
tripartita en las PASO viene a decir que no a este proceso sobre la base de un
pacto republicano capaz de dar aire a la insuficiencia institucional que nos
agobia. Responde de este modo a un extendido reclamo ciudadano.
Ésta es la condición necesaria de la reconstrucción, pero
podría ser una intención renga de una pata si no la acompaña un programa con
sustento parlamentario atento a las exigencias reales de la Argentina del siglo
XXI. Un régimen de republicanismo democrático, como lo llamó Sanz y al que
muchos aspiramos, corre el riesgo de ser una cáscara vacía en ausencia de una
determinación firme hacia nuevas metas de desarrollo. Ya no es posible -salvo
que sigamos engañándonos- continuar vegetando en medio de la inseguridad, la
ignorancia, la falta de trabajo genuino en la sociedad civil, la pobreza y el
bloqueo de la movilidad social.
Un reto semejante demanda cambiar la orientación de los
liderazgos políticos. La Argentina está enredada por una idea y una praxis
prepotente del liderazgo que reproduce en los debates los antagonismos del
pasado y la intolerancia e iracundia del presente. De este liderazgo de
confrontación debemos pasar a un liderazgo de concertación que reivindique el
sentido primordial de esta palabra: procurar la identidad de propósitos de
cosas diversas e intenciones diferentes.
Para cuajar, estas actitudes requieren fortaleza,
consecuencia en sostener la relación que se fija entre medios y fines, y una
modificación en el ánimo de cada uno. Todos ellos, en conjunto, van formando
nuestra conciencia cívica. En un ensayo publicado antes de ser presidente de
los Estados Unidos, John F. Kennedy destacó el comportamiento de aquellos
dirigentes que, en esa nación, no se contentaron con permanecer aferrados a su
propio pasado y pegaron el salto para retomar la trayectoria del ascenso.
Saltos, cambios de rumbo propios, en definitiva, de liderazgos con
"perfiles de coraje".
Estos perfiles hoy se están insinuando con vigor y lo hacen
no para verificar agonísticamente el coraje en la guerra, sino para concebirlo
como sustento de la paz y de una recuperación del nivel ético de nuestra
sociedad. Hay un hecho que nos impacta en América latina: es la presencia
maloliente de la corrupción. De Venezuela a la Argentina, de México a Brasil,
de Perú y Bolivia a Chile; por todos lados otro espectro recorre nuestro
continente y convierte el tema de la corrupción en asunto universal. Vamos mal
si no entendemos que la corrupción, o la descomposición de las instituciones
tras el magnicidio de Nisman, es uno de los factores más perniciosos para
socavar la legitimidad de las democracias.
Ésta es la cuarta pata del proyecto que lleva la UCR a las
PASO: republicanismo democrático; efectividad de la ley sin excepciones;
desarrollo inclusivo con la palanca de la inversión, la moneda estable y la
consistencia fiscal para garantizar bienes públicos y conquistas sociales;
incansable esfuerzo para reinstalar el valor de la ética pública. Habrá
entonces que navegar entre los escollos del faccionalismo (tal como muestran
algunas declaraciones emanadas de filas macristas) y nuestra recurrente
ineptitud negociadora. Pero ya se largó la carrera, mientras el Gobierno se
enoja. Buena señal.
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