sábado, 14 de marzo de 2015

Dinosaurios modernos

Cómo duhaldistas y radicales llegan a sus reuniones. Las jugadas del Gobierno 
y el plan de ahorro político de Máximo.

Por Roberto García
Doble falsedad de los dinosaurios: no son lo que significan (se trata de reptiles de diverso tipo, no de lagartos terribles), mucho menos pesan como hace dos mil millones de años. En la balanza, las frágiles osamentas de los museos resultan incomparables con la masa de sus cuerpos de origen. Sin embargo, en la política, en formaciones tradicionales como el peronismo o el radicalismo –casi en extinción, también– los dinosaurios sobrevivientes constituyen un símbolo atendible, significan y pesan, como en las reuniones que ambos partidos organizan hoy para acomodarse a los nuevos tiempos. 

Un sábado diferente, o un sábado más. Sabrá Dios, si es que sabe. Una cita, sindicato del vidrio en Avellaneda, para despegar al peronismo del cristinismo imberbe –diría el General– que se empoderó del partido y otra, en Gualeguaychú, para determinar la conveniencia radical de aspirar a subirse al balcón del poder, aunque sea en segunda fila, o mirar tal vez los próximos cuatro años desde abajo. No parece que los dinosaurios se impongan en ninguno de los dos eventos.

Por un lado, torturado quizá porque “yo los puse” (para él, una desgracia el matrimonio Kirchner), Eduardo Duhalde y otros especímenes promueven recuperar el peronismo originario, evitar el despojo que ejercen los okupas kirchneristas. Casi sin dedicación a la poesía, igual recitan a Ovidio: “Se acercan a los pechos de la loba y se alimentan/ con la leche que no estaba determinada para ellos”. Asumen que el peronismo es la loba romana succionada por los infantes, quienes nunca habrán de protegerlos, menos respetarlos, inducidos por la otra loba del Frente para la Victoria, que los estimula con el “vamos por todo”. Y en cualquier lugar. Donde no gobierna el peronismo y donde gobierna el peronismo. Tanta avidez juvenil, sin embargo, sepultó a los jóvenes en Mendoza, pero a la agrupación oficialista le importa más participar que ganar. Solos, sin compañía, menos de peronistas. En Capital Federal, en otra muestra de facción, purgaron al candidato de Daniel Scioli (Gustavo Marangoni) como si fuera un odioso disidente y, manu militari, le impidieron ir a la interna, y ni lo compensaron con una migaja en la lista. Además, como si el peronismo fuera un virus, hasta despacharon de la cercanía presidencial a Juan Carlos Mazzón, sin gracias siquiera por los servicios prestados en estos años de enjuagues y triunfos. Igual que a Stiuso, como si hubieran hecho tareas innobles por su propia cuenta y no –como es público– por pedido de sus patrones en los últimos doce años.

Tanto gobernadores e intendentes como caudillos peronistas rumian su desconsuelo, babean rabia, pero les cuesta independizarse en el encuentro de hoy: no quieren perder favores, subsidios, obras, ni dejar de integrarse a los planes de campaña que anuncia la dadivosa Presidenta. Fantasean con una Liga de Gobernadores o elaborar sus propias listas, quedarse con el PJ –siempre y cuando los autorice la difícil María Servini de Cubría–, alejarse de la muchachada insolente. Aunque no cuentan con un protagonista que los unifique y presida: Scioli, un referente posible, ya dijo que se va a la casa antes de romper con Cristina. Aun si Ella lo aparta. Debe creer que “la doctora juega” –no sólo para preservar a la familia de entuertos judiciales, sino para mantener una democrática dinastía–, que se presenta como primera diputada bonaerense, al igual que su finado esposo, con cartel francés en la boleta y que, de ese modo, se ganará en Buenos Aires sin necesidad de porcentajes aplastantes (no hay segunda vuelta en la provincia). Bajo el lema: “Votamos, ganamos; si contamos, arrasamos”. Y supone que esa eventual victoria no sólo le garantizará un territorio clave a la dama, también completará en el país un paquete de 20 senadores y unos 70 diputados, suficientes para hacerle la vida imposible a él o a cualquier otro al que le toque la sucesión. Complejo entonces oponerse a quien, como Michelle Bachelet, sueña volver en cuatro años y convertir a su hijo Máximo –como lo dijo en un discurso reciente– de san Cayetano (por darles trabajo en el Estado a sus creyentes) en san Pantaleón, que no sólo sana a enfermos sino que convierte a los adictos de la droga en militantes políticos. Bueno, también es una ocupación.

Otros dinosaurios, en el radicalismo, hoy a su vez debatirán si se acoplan al PRO con la simple excusa de “ganar”, señuelo poco ideológico que hace más de un año acunó Enrique Nosiglia para diseñar la fórmula Macri-Sanz (incluyendo en la quimera a Elisa Carrió). Como la prioridad es echar al kirchnerismo, ni discuten lo que los trastornaba en tiempos de Raúl Alfonsín, cuando echó por liberales del partido a Ricardo López Murphy y Adolfo Sturzenegger (justamente ahora deberá marchar del brazo con su hijo Federico, también economista). Dispone este grupo de un fuerte sostén empresario y mediático, con respaldo en un cuadrado basal (Capital, Córdoba, Santa Fe, Mendoza). Se opone Sanz a su colega mendocino Julio Cobos, a Gerardo Morales y, por supuesto, a cualquier entente con Sergio Massa (quien los primereó en distritos como Tucumán, Jujuy y buena parte de Buenos Aires. Por asociarse con Macri y la presunta conveniencia de “ganar”, hasta se olvidaron de la “patria ladrillera” porteña y de ciertas denuncias sobre el apogeo del juego en el distrito capitalino. Sanz, Carrió; también Gabriela Michetti, la amiga de ambos. Es que para “ganar” o ser partenaire del show, la memoria no es buena consejera, es una práctica para ciertos dinosaurios menos propensos al rédito electoral y, por lo tanto, seguros perdedores.

© Perfil.com

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