sábado, 14 de febrero de 2015

Marchas y contramarchas

Cómo el kirchnerismo pasó de sus planes de ganar la calle para respaldar a su Jefa 
a condenar el reclamo silencioso opositor.

Por Roberto García
Cuarenta y ocho  horas después de la denuncia de Alberto Nisman sobre el plan criminal que le atribuía a Cristina de Kirchner el rol de encubridora para otorgarle impunidad a terroristas iraníes, diversos grupos oficialistas planeaban una movilización para cuestionar esa imputación y defender a la Presidenta: protección para concluir el mandato, preservarse de la acción de sectores de Inteligencia que Ella acababa de desplazar (personificados en Antonio Stiuso) y que se servían presuntamente del fiscal, neutralizar la influencia de la Embajada de los Estados Unidos (y otras), bloquear a la oposición, desafiar a Clarín y a un rebelde Poder Judicial. 

Ganar la calle, en suma, para  contener el golpe blando, según la terminología de izquierda utilizada en los mediados del siglo pasado. Esa movilización, prevista y solventada por el Gobierno, constituía un acto legítimo, constitucional, popular y democrático contra los poderes concentrados. Pero ocurrió la dudosa muerte del fiscal Nisman.

Y cambió el rumbo del viento. Esa convocatoria en ciernes, oficial, se disipó; a cambio, se generó otra –para este miércoles 18– con propósitos diferentes. Según sus promotores (un núcleo importante de fiscales), se invita para homenajear al fiscal muerto, odiado y olvidado por el Gobierno, mantener sin interferencias la pesquisa sobre su trágico fin, y refrescar la denuncia que había propiciado contra la mandataria. Entonces, se modifica la interpretación y para el cantaclaro gubernamental, esta nueva cita se vuelve golpista, oligárquica, sectaria, repugnante para sus cinco sentidos. Además, como provocación superior,  los manifestantes se han impuesto el criterio de no hablar en ese acontecimiento, juran silencio, condición que rebela a ciertos habitantes de la Casa Rosada siempre enamorados de su verborragia.

Ni Cristina disimuló el disgusto: expresó su malhumor desde los balcones internos de la Casa Rosada –hacia adentro, al revés del tradicional peronismo– con una frase poco recomendable para la concordia, menos para el recuerdo de un muerto. Es que debe ser incómodo el flash de bajar 15 puntos en las encuestas, pasar de campeón a canillita en forma fulminante y, para colmo, en la gente de su edad y formación siempre está presente una emblemática marcha del silencio que alude a la Colombia de 1948, cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán encabezó una protesta de esas características contra la violenta actividad de la policía política de entonces y la falta de garantías constitucionales. Aquella formidable manifestación contra un gobierno conservador devendría, en pocos meses, en el asesinato del mismo Gaitán y el Bogotazo, un país sin paz por décadas.

Más miedos. No sólo se teme a los antecedentes históricos o a la dimensión del gentío del 18F. También subyacen otros miedos: el carácter de imputada a la mandataria que le otorgó el fiscal Gerardo Pollicita por el affaire Irán –demostrando, quizás, que lo anticipado por Nisman no eran solamente grabaciones exóticas con personajes de segunda mano– o la eventual llamada a tribunales de hijos famosos por casos de lavado (léase causa Báez, por ejemplo).

Tanto nervio desborda a los traductores presidenciales, de Capitanich a Landau, acompleja al propio Amado Boudou, quien se queda sin los abogados de la SIDE que le recomendó Cristina luego de haber denunciado, antes, a los abogados que –según él– le recomendaba el procurador Esteban Righi y el ministro porteño Guillermo Montenegro. Y altera, claro, la reflexión atinada en Casa Rosada: cuando se relevó a Stiuso de todos los secretos de Estado desde hace cuarenta años, en capacidad de exponerlos al aire libre, se determinó que ha sido inútil el cuantioso gasto del Estado en ese organismo de Inteligencia y en todos sus funcionarios. Un engaño al contribuyente que tampoco resuelve la dudosa muerte del fiscal, investigación que al menos debería recurrir a un axioma básico de Sherlock Holmes: Cuando elimines lo imposible, aquello que queda, por más improbable que parezca, debe ser la verdad.  

Tamaño desconcierto, gigantesco rating televisivo durante ya treinta días con el caso Nisman, al menos aceleró obviedades previstas. En su último discurso, la Presidenta pareció despedir a Daniel Scioli como  candidato propio –si es que alguna vez lo fue– y ungió a Florencio Randazzo, el hombre de los trenes (curiosa Argentina: dos candidatos avanzan como gestores en las encuestas, uno (Randazzo) por comprar vagones en China y el otro (Macri) por el metrobus. A Ella le gustó que su ministro se defendiera por la denuncia de los fondos buitre –bastante vieja, por otra parte– sobre un crecimiento singular y de proporciones geométricas de su patrimonio. Casi lo mismo que le ocurre a Cristina.

Lo felicitó y, en simultáneo, demandaron que otros candidatos presentaran su declaración jurada. Exigencia con nombre y apellido: Scioli dice haberlo hecho sin difusión pública porque el régimen provincial no establece esa norma para él ni sus ministros. Igual, esta semana quizás se anote con un proyecto de mayor “transparencia” para acondicionarse a los tiempos y, de paso, reparta su declaración de bienes en todos los medios. Cumple, obedece, se resigna, pero en apariencia ya llegó a un punto de no retorno con Cristina. Podría ser entonces que, a las PASO del Frente para la Victoria, Scioli no sólo confronte con Randazzo, a quien ni siquiera le responde. Su rival, de hecho, sería Ella y, lo que se decía que iba a ocurrir, se diría que ocurre.

Por otra parte, lo de cuentas, inversiones, depósitos y otras operaciones ocultas podrían dominar el camino electoral del año: lo anunció la propia Cristina en su discurso al recordar la denuncia de los cuatro mil y pico de clientes del perforado HSBC con dinero en el exterior, también señaló un generoso y cuestionado dador o extractor de sangre informática que la proveyó de material presuntamente sagrado. O negro. Para demostrar que en el país no sólo el oficialismo puede pecar.

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