A partir del 10 de
diciembre de 2015, el próximo presidente se encontrará
con un panorama
complicado.
Por James Neilson |
Sergio Massa, Mauricio Macri y la gente de UNEN coinciden en
que el próximo gobierno heredará un desaguisado económico fenomenal, ya que
antes de irse, Cristina se las habrá arreglado para vaciar la caja. Es más que
probable que Daniel Scioli piense lo mismo, aunque por razones comprensibles el
aspirante a recibir la bendición de la señora ha preferido no decirlo en
público.
Sería de suponer, pues, que los presidenciables estarían preparándose
anímicamente para enfrentar una emergencia casi tan grave como la que siguió al
colapso de la convertibilidad.
¿Lo están? Claro que no. Por entender que sería suicida
hablar de cosas tan feas como un ajuste, todos se han esforzado por brindar la
impresión de que los problemas nacionales tienen más que ver con el inverosímil
relato kirchnerista que con la realidad concreta, que en el fondo las mentiras
del INDEC importan más que la suba constante del costo de vida, que la recesión
se debió exclusivamente a los errores perpetrados por “Chiquito” Kicillof, que,
si bien hubo una década desperdiciada, pronto habrá otra igualmente generosa
que un gobierno menos excéntrico que el actual estaría en condiciones de
aprovechar.
Es como si los presidenciables confiaran en que, sin
Cristina en la Casa Rosada, la Argentina no tardaría un solo minuto en
transformarse en el niño mimado de todos los inversores del planeta. Sucede
que, con la ayuda de un pequeño ejército de gurúes nacionales e
internacionales, hace un par de años se convencieron de que en Vaca Muerta
encontrarían la solución para cualquier problema económico o social que podría
surgir, ya que el yacimiento contenía bastante petróleo como para hacer de la
Patagonia una nueva Arabia Saudita.
Por desgracia, sólo se trataba de un espejismo que se esfumó
al decidir los sauditas que les convendría permitir caer el precio del crudo,
en parte para disuadir a los norteamericanos a continuar aumentando su propia
producción con métodos “no convencionales” –o sea, con el fracking– y también
porque les permitiría asestar un golpe demoledor contra sus enemigos en Irán,
Rusia y Venezuela. No les resultó difícil. Cuando dijeron que el asunto
quedaría en manos del mercado, este reaccionó dejando caer el precio a la
mitad.
En el corto plazo, la Argentina importadora figurará entre
los beneficiados por el desplome vertiginoso del valor de un barril de
petróleo, el que a mediados del año que acaba de terminar se acercaba a los 120
dólares blue pero que en la actualidad se aproxima a los 60. En el mediano
plazo, sin embargo, se hallará entre las víctimas principales, ya que hasta que
aumente mucho el precio del “oro negro”, Vaca Muerta no será más que una
formación geológica interesante. Lo entiende muy bien el hombre a cargo de YPF,
Miguel Galuccio; la semana pasada advirtió que “se nos viene una tormenta de
afuera y la vamos a tener que capear”.
A los tres centristas pragmáticos que desde hace meses
lideran la carrera presidencial, les costará adaptarse a las nuevas
circunstancias. Esperaban que el país, luego de una etapa relativamente breve
de penurias atribuibles a la beligerancia antibuitre de Cristina y la ineptitud
politizada de su favorito, Axel Kicillof, podría reintegrarse casi
instantáneamente al sistema internacional en condiciones privilegiadas.
Mientras duró, era un lindo sueño, pero tal y como están las
cosas, se ven frente a la probabilidad de que estemos al comienzo de un período
prolongado de estanflación agravada por la escasez extrema de recursos
financieros. ¿Estarán dispuestos los presidenciables a correr el riesgo de
indignar al electorado hablándole de la necesidad ingrata de soportar meses,
tal vez años, de austeridad como la sufrida últimamente por los griegos,
españoles, portugueses e italianos? ¿O preferirán dar a entender que no hay por
qué preocuparse, que todo seguirá más o menos igual?
Mal que le pese, el sucesor de Cristina se verá ante un
panorama similar al enfrentado por Fernando de la Rúa cuando, con el precio de
la soja por el suelo sin que hubiera señales de que estaba por levantarse, no
tenía más alternativa que la de procurar manejar una realidad decididamente
antipática. Desde el punto de vista del ocupante de la Casa Rosada y sus
anexos, gobernar con la ayuda de un viento de cola muy fuerte es relativamente
fácil, puesto que la mayoría le perdonará virtualmente cualquier barbaridad,
pero no lo es en absoluto hacerlo en una coyuntura menos favorable en la que
abundan los proclives a imputar todo lo malo a las deficiencias personales del
mandatario de turno.
Sea como fuere, por lo pronto los precandidatos están más
interesados en las vicisitudes de la competencia electoral en que están
participando que en lo que tendrían que hacer en el caso de que se alzaran con
el premio. Con espíritu más deportivo que estratégico, están maniobrando con el
propósito de conseguir el respaldo de distintos sectores sin preocuparse
demasiado por los, para ellos, insignificantes detalles ideológicos. Cada uno
quiere dotarse de una imagen ganadora, por entender que aquí, como en otros
países supuestamente más sofisticados, la mayoría propenderá a votar por el
candidato que le parezca destinado a triunfar.
Para que haya más confusión, la carrera presidencial está
celebrándose en una pista envuelta en neblina. Algunos encuestadores dicen que
Massa se ha distanciado un poco de sus rivales, otros afirman que Scioli ha
mantenido la delantera, y los hay que aseguran que Macri está pisándoles los
talones y podría estar por superarlos. ¿Habrá un tapado que, para desconcierto
de los ya acostumbrados a creer que uno de los tres llegará primero, logre
salir de la bruma de UNEN para cambiar todo? Los centroizquierdistas esperan
que sí, pero no hay indicios de que uno de los cuatro o cinco pre-precandidatos
de la agrupación esté por destacarse de sus congéneres quisquillosos. Acaso sea
mejor así: los tiempos que se aproximan no serán aptos para un gobierno más o
menos socialdemócrata.
Además de confiar en que, merced a Vaca Muerta, la Argentina
podría saltar por encima de las imponentes barreras económicas que obstaculizan
el camino hacia un futuro mejor, la mayoría se aferra a la esperanza de que no
suceda nada que la prive de la estabilidad política. Hasta los críticos más
feroces de la gestión kirchnerista juran querer que termine el 10 de diciembre,
ni un día antes ni, es innecesario decirlo, uno después. No es que todos
entiendan que hay que respetar el calendario constitucional pase lo que pasare,
sino que a juicio de la oposición los kirchneristas, encabezados por Cristina,
deberían pagar todos los costos políticos e ideológicos del desastre económico
que han confeccionado.
De modificarse repentinamente el statu quo, no sería a causa
de una conspiración destituyente urdida por los “poderes concentrados” y sus
aliados. Sería de resultas de un acontecimiento imprevisto que obligara a los
dirigentes políticos a barajar y dar de nuevo. Es lo que sucedería si por algún
motivo Cristina se viera incapaz de seguir protagonizando el gran drama
nacional, dejando a Amado Boudou en un papel que no estaría en condiciones de
desempeñar.
La salud de Cristina es frágil; la fractura de un tobillo
que la ha puesto en una silla de ruedas es sólo el más reciente de una serie de
percances que la han afectado. Con toda seguridad, el que otra vez haya tenido
que guardar reposo ha incidido en su estado de ánimo y por lo tanto influirá en
su forma de hacer frente al acoso judicial del que se cree víctima.
Desgraciadamente para la Presidenta, y para muchos otros
integrantes del Gobierno, son cada vez más los fiscales y jueces que quieren
investigar la llamada “ruta del dinero K” que, muchos creen, abrió Néstor
Kirchner para que llegaran a las bóvedas de la familia presidencial los
millones de dólares, euros y así por el estilo cobrados por personajes como
Lázaro Báez a cambio de los contratos lucrativos que funcionarios kirchneristas
les otorgarían.
Aun cuando los políticos opositores quisieran demorar las
investigaciones para que culminaran en lo que para ellos sería el momento
oportuno, no les sería dado frenar la ofensiva judicial. Es tradicional que
“los tiempos de la Justicia” sean muchísimo más lentos que los de la política,
pero se han acelerado tanto en los meses últimos que han comenzado a asustar
hasta a los habituados a reclamar la puesta en marcha inmediata de un operativo
manos limpias criollo. De más está decir que a Cristina no le haría ninguna
gracia que un juez se atreviera a citar a declarar a Máximo o Florencia por su
eventual papel en los negocios de sus progenitores.
En otros países democráticos, a nadie se le hubiera ocurrido
vincular algunos cambios en la cúpula de los servicios de inteligencia con los
problemas legales de ciertos integrantes del gobierno nacional, pero no bien
decidió Cristina reemplazar a los antiguos jefes del SI (ex SIDE), con hombres
que en su opinión le serían más leales, entre ellos el jefe del Ejército, el
teniente general César Milani, virtualmente todos lo achacaron a su deseo de
defenderse de sus enemigos judiciales. Parecería que el consenso es que, si
bien la Argentina aún es una democracia, es una sui generis en la que el espionaje
militarizado sirve para mantener a los poderosos fuera de los alcances de la
ley.
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