Por Álvaro Abós |
Nisman muerto. Esa idea, esa representación mental, pues no
se conocen imágenes del cadáver, es un mensaje intimidatorio. La intimidación
suele ser el objetivo, a veces secundario, a veces principal, de ciertos
crímenes. En el caso del fiscal, el mensaje dice: "Nisman se atrevió a
acusar judicialmente a Cristina. Ahora yace en la morgue". La palabra
"intimidación" viene de "in", hacia dentro, y
"timare", tener miedo.
El presidente de la Asociación de Fiscales y
Funcionarios del Ministerio Fiscal explicó que muchos de los fiscales sienten
miedo. Es como si leyeran lo sucedido en el país a partir del 14 de enero de la
siguiente manera: "El fiscal Nisman está en la morgue, ¿quién de nosotros
será el próximo?". Nisman debió ser custodiado porque su seguridad era la
garantía de que el Estado de Derecho impera en el país. Sabemos que lo dejaron
solo e inerme. Lo sucedido el domingo 18 de enero en Puerto Madero nos trae la
reminiscencia de una frase que todo argentino de cierta edad escucha con
horror: "zona liberada".
La muerte de Nisman le da cuerpo a la promesa que, a los
gritos, vociferan las manifestaciones de La Cámpora: "Si la tocan a
Cristina, va a haber quilombo". Nisman la había tocado con palabras, no
con gestos, como la tocan los demás magistrados que cumplen su deber
investigando en un país donde no hay privilegios, o como lo hacen los medios de
comunicación que ejercen la crítica o como lo hacen miles de ciudadanos que se
manifiestan u opinan. La tocan porque, según la Constitución, en este país no
hay "intocables". Como decía Artigas, "nadie es más que
nadie". Fuere quien fuere quien haya apretado el gatillo, Nisman muerto es
el transmisor de esa amenaza de La Cámpora.
Otra cosa sería si el Estado hubiera manifestado alguna pena
por la desaparición del fiscal. Ésa era una de las razones por las que se
esperaban las palabras de la Presidenta, máximo representante del Estado y
único vocero, ya que el resto de los oficialistas se limitan a repetir como
loros. Pero no hubo pésame. El discurso presidencial (o mejor dicho la pieza
autocelebratoria) del lunes no contuvo ningún sentimiento por la pérdida que
sufrió el país en Puerto Madero. Importaron más las argumentaciones facciosas
sobre un tratado diplomático ya sin vigencia en la práctica que algún
sentimiento relativo a las hijas, a la madre, a la ex esposa u otros parientes,
amigos o compañeros del muerto. Importaba más la propia inquina y los
pergaminos de quien peroraba que la angustia que oprime a millones de
argentinos y argentinas. El Gobierno ni siquiera pronuncia los títulos que
alguna vez la Nación le dispensó: "Doctor Alberto Nisman, fiscal de la
Nación". Es sólo y simplemente, Nisman. El apellido desnudo, no como señal
de que era un ser humano más allá de títulos. No, el apellido desnudo como
negación de todo honor.
En la íntima convicción de casi toda la población del país,
incluida la propia Presidenta, según sus especulaciones escritas, la muerte
violenta del fiscal federal fue un asesinato. Pero para el Estado ese hecho no
mereció duelo ni bandera a media asta. No hay homenaje para quienes disienten
del poder. Por eso, como lo señalan las encuestas, el país descree que el
Estado dispense alguna vez justicia. No hubo homenaje y no habrá justicia.
La madrugada del 4 de julio de 1976 un Falcon verde se
detuvo en la rotonda del Obelisco; unos hombres armados bajaron a un prisionero
y lo fusilaron contra el monumento diseñado en 1935 por el arquitecto Alberto
Prebisch, que es símbolo cívico de la ciudad. Se fueron y dejaron el cadáver
expuesto por unas horas. Para que todos lo vieran y sacaran conclusiones. No
era necesario agregar una palabra. En el corazón mismo de la ciudad se
"ajusticiaba" a los opositores o a cualquiera que le tocara. Como más
de un siglo antes, se ahorcaba a los condenados en la Plaza de Mayo y luego se
exhibían sus cuerpos colgados durante horas o días. Lo sucedido en el Obelisco
aquel 4 de julio de 1976 no era solamente un acto persecutorio que buscaba la
eliminación de un adversario de la Junta Militar. Era también un acto de
intimidación, una forma de pedagogía bárbara, cuyo fin era grabar en la mente
de todos esta noción: he aquí el precio que se paga por disentir.
En la historiografía, en la literatura y el cine sobre la
mafia, esa institución siciliana cuyo patrón criminal se ha extendido por todo
el mundo, abundan los crímenes intimidantes. Cabezas cortadas, mutilaciones o
manipulaciones de cadáveres se convierten en misivas dirigidas a los
sobrevivientes.
La Presidenta, haciendo de la necesidad virtud, anunció que
disolverá la SI (para todos, la ex SIDE) y creará otro organismo de
Inteligencia. ¿No es a las claras un intento de cambiar el eje de lo sucedido?
Desde 2003, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Kirchner usaron lo que
la calle llama "los servicios" para numerosas
"operaciones". No será con reformas tardías y apresuradas como se
pagará la deuda que el Gobierno tiene con la sociedad, una deuda que episodios
como el de Puerto Madero ponen en evidencia.
La muerte de un fiscal de la República hace revivir a los
argentinos episodios de una época de terror. El gobierno constitucional debería
borrar, de hecho y de palabra, cualquier rastro de esas equivalencias,
presentes en la cabeza de muchos argentinos. Ello hubiera sucedido si, ante
Nisman muerto, el Gobierno hubiera depuesto la belicosidad con la que hostigó
al fiscal. Pero no ha sido así. Nisman era un contradictor y, por lo tanto, un
enemigo. Persisten la hostilidad y la calumnia, mientras se insinúa ya otro
típico mecanismo con el que se difuminan tantos crímenes de Estado: la
aparición de un chivo expiatorio.
Esa imagen mental (Nisman muerto) seguirá grabada en la
mente y el corazón de los argentinos mientras la espesa urdimbre del tiempo
(lentitudes burocráticas y judiciales, vacilaciones, mentiras, imposibilidades,
el paso desgastante del tiempo) borra minuto a minuto las huellas del crimen, y
éste ingresa en el oscuro pantano de la impunidad.
A pesar de todo, debemos seguir manifestándonos sobre Nisman
e insistir en el homenaje que el Estado nunca le brindará. El homenaje que le
debemos. Rendir ese homenaje, a pesar de todo. Rodear a los fiscales y
funcionarios judiciales, para que sepan que no estarán solos.
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