viernes, 16 de enero de 2015

Creer o reventar

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Resulta notable cómo uno puede deschavarse solito cuando la imprevisibilidad del tiempo nos juega una mala pasada. Y hace poco pasó. Unos locos entran a los tiros a una redacción al borde de la quiebra y asesinan todo lo que tenga forma humanoide a su paso. El mundo occidental se paraliza, los líderes de Europa se movilizan sin importar su pertenencia partidaria y acá no supieron qué hacer. Que vamos, que no vamos, que Cristina no me atiende, que no sé qué hacer, que no fue nadie, que fui con unos amigos y se nos veló el rollo, que cualquier acto terrorista es condenable.

Si Héctor Timerman hubiera sabido la que le esperaba un par de días después, quizás habría dicho que no estuvo en la marcha porque Europa se la come y Mahoma se la da, o algo por el estilo. Tanto esfuerzo por no participar para no molestar determinados intereses, tanta energía puesta en decir que se participó para no joder a otros, y todo terminó un par de días después con el Canciller explicando ante los tres periodistas que concurrieron a su monólogo sin preguntas que es una falta de respeto hacia la figura de la Presidenta que los imputen a todos por el delito de encubrimiento del atentado a la AMIA de 1994.

Enojado, el pelado dijo que el fiscal Nisman debía investigar a los sospechosos, no a ellos. Tan mal les salió el cálculo que no pudieron disimular por televisión que pretenden que los fiscales cumplan sus órdenes. Para variar, el ex candidato del ARI apeló al desgastado “nos quieren devolver a las épocas más oscuras de la Dictadura”. Qué tendrá que ver un fiscal imputando por encubrimiento de un atentado a un Presidente de la Democracia con una junta militar dedicada al encubrimiento de sus propios delitos, sólo Timerman y el Círculo de Psicólogos de la Argentina lo sabrán.

Los militantes, siempre picando en punta a la hora de defender lo que no conocen con argumentos que no entienden y citas que nunca leyeron, apelaron a lo de siempre: que el acuerdo fue aprobado por el Congreso Nacional por lo cual es legítimo, con lo que podría llegar a asumirse que, si mañana el Congreso se empeda y saca una ley que obligue a la importación de minas para someterlas gratuitamente, la llamarán Ley de Democratización de la Prostitución, así violente toda normativa de esclavitud sexual y trata de personas. A este argumento le han sumado maravillosas carpetas como que Nisman es el marido de la jueza que cajoneó las causas por la identidad de los hijos de Ernestina Herrera de Noble. Chicos: a Nisman, que está divorciado de la jueza Sandra Arroyo Salgado, lo puso Néstor al frente de la investigación. Y Arroyo Salgado fue nombrada jueza en 2006 por ustedes en trámite express. Que tipos que deben tantos favores los imputen, no levanta sospechas sobre ellos, confirma lo impresentables que son ustedes. Por último, no falto la corriente infradotada que acusó a Nisman de judío sionista financiado por Estados Unidos sin detenerse a pensar que el apellido Timerman no es gallego y que antes de ser Canciller fue embajador en Washington.

Es difícil hablar de terrorismo cuando somos un país sin punto medio: acá a los terroristas se los desapareció, torturó, mató o indemnizó. Sin embargo, podemos hacer el esfuerzo de no quedar como unos tibios pelotudos, más que nada porque cuando se habla de muerte, cualquier frase puede derivar en “algo habrán hecho”.

Entre los que dijeron que el atentado a Charlie Hebdo tuvo su “contexto”, podrían haber hablado del clima, de que estaba nublado y hacía frío en el invierno parisino, o que se produjo de mañana. Ahora, dimensionar el contexto como una explicación de lo que pasó, es justificarlo aunque digan que no pretenden justificar la barbarie. No hay diferencia con el tibio que dice “yo no soy K, pero”.

Antes que nada, debo aclarar que Charlie Hebdo no es precisamente una revista que me cause gracia. No por el contenido polémico, sino porque no me resultan graciosos, más allá de la irreverencia. Pero el humor es tan subjetivo que, si todos los que hoy reivindican a Chachacha lo hubieran visto, la banda de Casero, Alberti, Capusotto, Alacrán y Briski habría roto todos los récords de rating y no habrían tenido que lidiar con los 2 puntos de promedio.

Sin embargo, más allá de que cause gracia o no, atentaron contra la revista por cuestiones que están por encima de una provocación. Atentaron porque la vieron como el punto más vulnerable para atacar a todo lo que representa occidente. Arrancaron por una revista minúscula porque no les dio el presupuesto para algo mayor. Es el primer punto en el que difiero con la columna de Jorge Asís, a quien admiro profundamente en casi todos los aspectos profesionales, pero que en este caso no coincido ni por asomo.

Cuando afirman que es una exageración comparar el ataque de París con el 11-S neoyorquino le pifian. Obvio, es mi punto de vista, pero lo sostengo desde la teoría de que el número no trastoca la realidad de las cosas. Tres mil muertos o doce no es diferencia si el mensaje y el motivo es el mismo. La cuantificación de cadáveres para aumentar o disminuir una tragedia es algo que acá tenemos sobradamente conocido, entre los que dicen que los desaparecidos fueron ocho mil, como si hiciera el hecho menos grave, y los que reivindican 30 mil, como si más fuera mejor.

Sí, coincido en que le tocó a la revista como le pudo haber tocado a cualquier otro. Pero es precisamente eso lo que hace a la gravedad del asunto: no fue un atentado contra un semanario satírico, fue un ataque contra el estilo de vida occidental. Un estilo de vida consumista, tecnócrata y burocrático, pero nuestro. Con todos sus defectos, es el mundo al que pertenecemos y en el que nos gusta vivir por decantación, porque el otro nos resulta insufrible. Quisiera ver a cada una de las castradas emocionales que defienden por antonomasia el accionar del terrorismo islámico al afirmar que la Iglesia Católica sabe lo que es matar en nombre de Dios –cuando hace siglos que salimos de esa barbarie– caminar en bikini por Raqqa y gritar sus derechos femeninos, libertarios y, fundamentalmente, occidentales. Quiero ver cómo les va. Y si Raqqa les parece un caso extremo, vayan a Dubai a caminar en minishort y me cuentan.

El choque de civilizaciones, les guste o no, tiene un contenido religioso de ambos lados, incluyendo a los ateos de este lado. Nuestro sistema de organización social es el de civilización greco-romana sincretizado con los valores judeo-cristianos. Los sistemas penales de occidente, en pleno siglo XXI, tienen por base los 10 mandamientos, sólo que evolucionamos lo suficiente como para poner a la vida en el pináculo. Sin ir más lejos, nuestro Código Penal pone los delitos contra la vida por encima de los delitos contra la propiedad, y a estos por encima de los delitos de corrupción. No matarás, no robarás, no codiciarás. Ahora, la cuestión del terrorismo extremista islámico no pasa por quién los financió o los traicionó. No quieren aniquilarnos por el pasado: para una porción del inmenso mundo musulmán, siempre seremos herejes.

Luego, no falta el que diga que si Charlie Hebdo hubiera hecho chistes sobre otra religiones, no hubiera ocurrido el atentado porque nunca hubieran vuelto a publicar la revista. Hablemos sin saber como dogma de opinión. Charlie Hebdo ha realizado chistes sobre el holocausto –un nazi viola a una judía y cuando se resbalan con el jabón se asustan por la venganza del marido– contra los católicos, contra los homosexuales y contra estos dos últimos juntos, cuando dibujaron en tapa al cónclave del Vaticano como una rueda de cardenales empernados unos a otros. Causa gracia, no causa gracia, pero todo termina en el mismo punto: justificar la muerte de un tipo porque no me resulta gracioso, porque me insultó, porque insultó mis creencias, porque es un pelotudo, porque algo habrá hecho.

No faltó quien consideró a la última tapa del semanario francés como una nueva provocación. Fue la más pacifista de la historia de la publicación, pero fue otro “acto inconsciente”. Lo dijo un Imán del Reino Unido y lo dijeron Juan y Juana en un bar de Congreso. Síndrome de Estocolmo al cubo: nos mataron a doce, pero mejor no hacer chistes para que no maten a más, como si eso nos fuera a salvar. A todos los biempensantes, les tengo una noticia espantosa: para los extremistas musulmanes, al igual que para cualquier extremista religioso, el que no cree en su dios arderá eternamente en el infierno y cuanto antes se lo envíe allí, más pronto tendrán el pasaporte al paraíso los despachantes de infieles.

Ese es el quid de la cuestión al que nadie presta atención. Entre los cultores de mezclar el pacifismo con prepararle el desayuno al violador, esta semana se sumó el mismísmo Papa, que tratando de poner un manto de piedad para calmar los ánimos de personas que ya lo condenaron a muerte por falso profeta, dice que “no se puede atacar las creencias de otro”. Maravilloso. Un grupo de bestias medievales puede condenarnos al infierno por no haber sido criados en una familia musulmana, pero no podemos hacer una humorada sobre nuestros potenciales asesinos porque “hay que respetar sus creencias”.

Somos un país que nunca dividió la forma de vivir la política de la forma de vivir la religión. Y es todo un drama. La imposibilidad de esbozar una crítica contra un gobernante radica en un dogma de fe. Cristina nunca se equivoca porque es infalible, así hoy presente como soberanía hidrocarburífera la estatización de lo que antes consideró lo mejor para el país al adherir a la privatización. Obviamente, todo lo que no comulgue con esa forma de pensar, merece la guerra santa y la incineración mediática en la cadena de templos que conforman el conglomerado de medios oficialistas. Hacer cola para escupir las fotos de periodistas que cometieron el pecado de preguntar no lo veo como algo muy respetuoso, pero así se expresa lo que ellos denominan bajo el abstracto “pueblo”.

El tamaño no hace a la esencia. Si al pensamiento de respetar la creencia del que nos somete le quitamos la magnitud de las muertes, y nos dedicamos a hablar sólamente de ideologías, pragmatismo y acciones, nadie se animaría a decir que deberíamos respetar a un Gobierno que, cuando ya no le quedaba billete por chorear, empezó a fabricarlos. El kirchnerismo cree en lo que hace. Al igual que los radicales, los socialistas, o los progres, que cambiaron a dios por lo que ellos creen que está bien hacer, pero mantienen al mango la defensa extrema calificando de inhumanos a todo aquel que no crea en el antojo del día, sea la legalización de estupefacientes o la tarifa social del subte.

Los montos creían en la Patria Socialista, los nazis en la superioridad aria y el problema judío, los comunistas en la revolución del proletariado por la fuerza, Videla en la necesidad de salvaguardar la Patria de la amenaza comunista. Al igual que los mártires de Roma muertos por adoptar las enseñanzas de Jesús, o Lutero que pensaba que la Iglesia era una joda castradora, todos coincidían en algo: realmente creían con todas sus fuerzas en que sus ideas eran las correctas. En el medio, algunos se cargaron unos cuantos millones de seres humanos porque no creían en lo que ellos creían. Supongo que habrá que respetarlos.

Soy católico apostólico romano. Me bautizaron en la parroquia de San Nicolás de Bari. Hice la primaria en un colegio de curas jesuitas y la secundaria en uno lasallano. Voy a misa cuando lo creo necesario, comulgo a pesar de estar divorciado y me confieso sólo con mi psicóloga. A veces, por culpa de leer tanto, creer en Dios me asusta. Y a veces, darme cuenta que no estoy creyendo me preocupa.

Creo en lo que hago, en lo que veo y en lo que siento. Creo en mis amigos, incluso a los que no veo tanto como quisiera. Creo en mi único hijo, que fue concebido por obra y gracia del matrimonio frustrado. Creo en la comunión del hombre, creo que ningún pibe nace chorro ni kirchnerista. Pero por sobre todas las cosas, creo en el valor de la vida y la libertad. Y al mismo nivel, porque de nada me sirve ser libre si estoy muerto, ni considero que se le pueda llamar vida a lo que hacemos sin libertad. Y si bien la mayoría de los derechos terminan donde empiezan los del otro, hay uno que no se discute y no tiene límites: el derecho a la vida no termina en el derecho del otro a creer algo distinto.

Por eso me causa gracia y me voy a seguir riendo del kirchnerismo y de cualquiera en el futuro que demuestre que no se imagina la vida sin la eternidad de un padre adoptivo perpetuo que los cuide, en vez de buscar el sentido de la vida mientras el gobernante se dedica tan sólo a cumplir con su rol de administrador temporal del Estado. Porque ahí nace todo fundamentalismo: en el miedo a ser libres.

Pero, claro, es mi creencia. Y la pueden discutir.

Viernes. “Desconozco si Dios existe, pero sería mejor para su reputación que no existiera”. Pierre-Jules Renard.

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