domingo, 23 de noviembre de 2014

Peronismo cool para españoles calientes y argentinos tibios

Por Jorge Fernández Díaz
Para acabar con lo malo miles de españoles parecen dispuestos a dinamitar lo bueno. 

O como dicen los franceses, son capaces de arrojar al bebe con el agua del baño. Entre los grandes inspiradores de este malentendido que impulsan nuevos dirigentes y viejos indignados, están el feudalismo kirchnerista y la revolución bolivariana. 

Como todo el mundo sabe, nada mejor que la Argentina y Venezuela para dar cátedra sobre el combate contra la corrupción, la lucha contra las castas y, sobre todo, la buena gestión económica. Durante años la España moderna, ejemplo progresista del Estado de Bienestar y del respeto por las libertades individuales, fue un faro para los argentinos. Su sistema bipartidista, imperfecto como toda empresa humana, pero esencial para la cohesión y el rumbo de cualquier país, le permitió alcanzar esa gloria que admirábamos desde nuestra eterna impericia financiera y desde nuestra decadencia institucional de partido único.

Sin comprender del todo que la economía está formada también por malas rachas, como un niño rico a quien le han rayado el coche y monta en la histeria de incendiarlo, muchos españoles tienen decidido que el culpable de sus desgracias no es la economía (estúpido) sino el sistema de partidos políticos. Ni es el laberinto tiránico del euro (pernicioso cambio fijo) en el que se metieron alegremente sin medir las consecuencias, sino la democracia tal y como se concibió en el Pacto de la Moncloa. Para subirse supersticiosa y sentimentalmente a la novedad, muchos artistas españoles ya han comenzado a proclamar que todo fue un fraude, y es difícil encontrar ciudadanos públicos capaces de admitir hoy que con ese sistema aberrante España vivió décadas de esplendor.

Los conservadores y los socialistas no son, por supuesto, inocentes del mal momento que atraviesa la Madre Patria. Unos por mediocridad y los otros por cobardía, y ambos por venalidad escandalosa y endémica, son responsables de esta crisis y del crecimiento de Podemos, que está al tope de todas las encuestas. Pero negar los años de bonanza y anatemizar a toda la política con la palabra "régimen", hace acordar a lo peor del populismo bananero. Claro, ese discurso demagógico y tajante resulta mucho más cómodo que entrar en los partidos, dar las batallas internas necesarias y alumbrar un plan coherente para detener los desahucios, generar empleo y revitalizar el consumo. Nadie tiene allí un programa creativo y consistente, y millones de españoles siguen sufriendo.

Miembros de Carta Abierta y dirigentes del cristinismo (gracias a la mediación de Facundo Firmenich) son consultados por la cúpula de Podemos. Su líder es un politólogo bienintencionado que se llama Pablo Iglesias. No se sabe cómo logrará hacer populismo con las arcas vacías, puesto que España ni siquiera cuenta con soja y petróleo, y tampoco se sabe cómo Iglesias conseguirá practicar kirchnerismo sin caer en los pecados de su praxis. Tarde o temprano sus asesores sudamericanos le irán explicando que hablar de honestidad es de derecha, que para sostener los ideales hay que financiarlos como sea, que es necesario formar una casta propia para evitar que el enemigo arme la suya, y que la única manera de librar esta lucha es formando caja, comprando voluntades, dividiendo al país en pueblo y antipatria, y destruyendo a los medios de comunicación. Tengamos esperanzas: tal vez Iglesias no escuche estos cantos de sirena, abandone los libros de Laclau que tanto admira y finalmente imponga una variante eficaz del estilo democrático europeo. Habrá que abrirle un crédito y ver qué pasa. Pero lo real es que los argentinos queríamos subirnos al tren español que nos llevaría a la victoria, y que al final nos quedamos en esta triste estación de la chapucería nacional. Y que ahora los españoles quieren imitarnos en el fracaso creyendo absurdamente que obtuvimos un gran éxito.

Mientras tanto, el ejemplar paraíso del 40% de inflación y de la marginalidad creciente, nueva plataforma de los narcos y reino impune de corruptos, gastadores compulsivos y violadores seriales de las reglas, escapa a todo galope del peligroso bipartidismo. Dicen en el planeta peronista que mis ideas son crepusculares, y que nuestra sociedad seguirá siendo inmune a una democracia moderna. Aseveran también que Scioli está eufórico por estas horas, que tiene un imaginario altar y que prende distintas velas cada día. Lo curioso es que el Barbudo parece oír sus plegarias.

La primera vela que enciende es para que el radicalismo y los macristas no lleguen a un acuerdo, ni ahora ni después de las PASO, única jugada que realmente desvela al afortunado motonauta. Que evalúa como muy positivas las hemorragias que viene registrando Massa (a quien compara con el fugaz fenómeno De Narváez), aunque también le prende una vela al hombre de Tigre para que no se caiga y se mantenga en el terreno, fragmentando en tres partes a la oposición. El titán naranja piensa que con este escenario puede ganar en primera vuelta. Pero que en un ballottage está destinado fatalmente a perder con Macri. También prende velas para que Randazzo le presente pelea interna: necesita un rival fácil a quien ganarle. Y no le molesta que se instale la consigna "Scioli al Gobierno, Cristina al poder". Quiere aprovechar a su favor la imagen positiva que todavía tiene la Presidenta, aunque todo el mundo sabe en el peronismo dos cosas: el dirigente que se siente en el sillón de Rivadavia será automáticamente reconocido como el único macho alfa de la manada. Y tendrá a su disposición los dos objetos preciosos que terminan convenciendo a todos: la pluma y la chequera.

Cristina pasó de considerarse poco menos que una Evita rediviva a verse como una especie de Bachelet. Pero Scioli no es Piñera, la Argentina no es Chile y la Presidenta no es esa socialdemócrata eficiente que dejará una economía ordenada. Las fantasías del poder se van redimensionando a golpes de realidad. Scioli le prende una vela a Cristina para que tenga el mejor año posible (gestionan una ayuda de Brasil), aunque algunos muchachos de su entorno están convencidos de que finalmente no habrá arreglo con los holdouts, puesto que la guerra con los buitres le permite a ella sostener su relato épico y además porque tiene pruritos de quedar escrachada como alguien que cedió al chantaje de una pesquisa por corrupción. Quizá Singer, en ese sentido, se haya equivocado al escudriñar los negocios de la familia presidencial: Cristina puede estar obligada ahora a no dar el brazo a torcer precisamente para no delatar su miedo y por lo tanto su culpabilidad.

Estas son las últimas delicias del peronismo, que no termina de comprar a Massa aunque le teme, y que va articulándose detrás de quien encarna en los sondeos una cierta idea de "cambio con concordia", gracia que parece inscripta en las beatíficas facciones del gobernador. Hay en la sociedad una exigencia de bajar el ruido y la lidia, y también de licuar el narcisismo leninista que tanto Cristina como Lilita encarnan. Igualmente, admitamos que Carrió pone el dedo en la llaga al advertir que la única chance de un triunfo en segunda vuelta consiste en construir un frente que borre las derechas e izquierdas, y que reúna por fin a todo el institucionalismo contra la oligarquía peronista. Porque esa oligarquía se dispone a un nuevo turno. Todo, como se verá, bastante lejos de la distinguida democracia europea, que ahora los españoles quieren kirchnerizar. Oremos para que Dios, que es argentino, los ilumine.

© La Nación

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