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Por Jorge Fernández Díaz |
Los análisis políticos de Maradona causan tanta gracia como
quedarse sin nafta a medianoche en el Camino del Buen Ayre.
Debe reconocerse,
sin embargo, que tuvo esta semana un acierto, cuando comentó el espectacular
hallazgo del nieto perdido de Estela de Carlotto. "No sólo el fútbol puede
unirnos", garabateó.
No es que vaya a ganar el premio Nobel por esta
ocurrencia, pero admitamos que supo captar con rapidez ese extraño microclima
de 48 horas durante el que los unos y los otros de este país dividido y fragmentado
depusieron sus puñales para entregarse a una coincidencia: celebrar el
desenlace de un caso humano con relevancia democrática y emoción universal. En
ese instante único de la historia contemporánea, y quién sabe por cuánto tiempo
más, Estela dejó de ser una militante del Frente para la Victoria y volvió a
ser la incuestionable referente moral y ecuménica que alguna vez había sido.
De regreso a la dulzura y al sentido amplio, la titular de
Abuelas de Plaza de Mayo trae de pronto un raro alivio, aunque no logre borrar
su acompañamiento a políticas autoritarias y escandalosas del cristinismo ni,
por dar un ejemplo bien actual, la reivindicación pública de Amado Boudou
("yo le creo").
Envalentonada por la sorpresa de Guido Carlotto, que la Casa
Rosada piensa capitalizar políticamente, Cristina Kirchner ordenó ese mismo
miércoles la reaparición del vicepresidente y mandó "aguantar los
trapos": no sólo lo vamos a proteger; hoy nos sentimos tan fuertes que
hasta vamos a darnos el lujo de lucirlo.
Al igual que Estela, los senadores oficialistas procedieron
a exculpar a Boudou, que al día de hoy está doblemente procesado por la
justicia federal: ahora también lo abrocharon por truchar los documentos de un
auto. Qué poco glamour institucional y emancipador, camaradas. Los alegatos
oficiales en el recinto eran dignos de El Tony o D'artagnan: a Amado no le
perdonan la estatización de las AFJP y otras patriadas por el estilo. Es como
si en el juicio a Jack el Destripador sus abogados adujeran que su cliente es víctima
injusta de las envidias y las conspiraciones soterradas de cirujanos y
carniceros.
Se les notaba a los legisladores la incomodidad del cliché,
el verticalismo de facción y la obediencia debida. En cambio, los izquierdistas
de distinto pelaje que integran la Iglesia Kirchnerista de Realización Personal
y que andan organizando actos de desagravio para el playboy de Puerto Madero,
lo defienden gustosos y sin que nadie se los pida o sugiera. Una cosa es comer
sapos, condición inherente a ser peronista, y otra muy distinta es servirlos a
la provenzal y paladearlos a la vista del pueblo. Una cosa es que te den
latigazos y otra muy distinta es ofrecer el lomo de una manera espontánea,
orgullosa y sacrificial. Los ex stalinistas parecen, en ese sentido, monjes
medievales que ofrendan el dolor de la autoflagelación a su diosa idolatrada.
El fanatismo religioso tiene estas cuitas psicopáticas: ¿de qué vale apoyar lo
que está bien? El verdadero valor de la fe se demuestra al reivindicar incluso
lo peor, para salvarse por la ley de la inmolación y el goce del sufrimiento.
El fallo de Bonadio no cambia igualmente los planes de
Cristina: ella considera que se trata de un costo hundido. El affaire Boudou ya
le hizo perder todo lo que podía, y es un asunto que no tiene remedio. Mejor
fijarse en los números que la cruzada nacionalista le sigue prodigando en las
encuestas y vigilar, eso sí, que la estanflación no le incendie el rancho.
Es preciso comprender cabalmente que el Gobierno ha entrado
en una nueva fase política. La torpeza de su propia gestión, la voracidad
natural de los buitres y las inconsistencias del doctor Griesa (el juez ya
parece un bailarín mareado en un baile de beodos) les han proporcionado a los
kirchneristas una nueva épica, un verso para giles y un enemigo truculento, y
por lo tanto, una razón de ser en estos tiempos en los que simplemente eran
nada, o sea, deslucidos pagadores de su propia bacanal.
Esta nueva fase implica también el virtual lanzamiento de
Axel Kicillof como precandidato presidencial por el Frente para la Derrota. No
se pretende que el sex symbol de la patilla (Néstor decía que Cristina no
elegía equipo, sino que hacía casting) se alce con un triunfo en la interna del
año próximo, pero sí que contenga a la "juventud maravillosa" y a los
"pibes para la liberación", y que debilite el proyecto de Scioli.
Cristina quiere, de máxima, ganarle al gobernador optimista
y, de mínima, capturarle lugares en la lista de candidatos a legisladores:
quizás incluso le exija su propia senaduría. El sueño de la doctora es que al
final del probable ballotage Massa y Scioli sean liquidados, que la propuesta
socialdemócrata haya quedado por el camino, que Mauricio Macri se encuentre con
la sortija y que Cristina pueda erigirse como la nueva jefa de la oposición,
con un robusto grupo de senadores y diputados cuidándole las espaldas y
permitiéndole negociar su situación judicial. Y además, con algunos
intangibles: ser la única referente peronista no derrotada en el contexto de un
peronismo destrozado, defender la chapa progresista en un país donde el
verdadero progresismo no levanta cabeza y, por supuesto, hacerle la vida
imposible al que gobierna, como es de rigor cada vez que a los justicialistas
les toca el llano.
Claro está que estas afiebradas partidas de salón prescinden
de tres cosas: la porfiada imprevisibilidad de la vida, la accidentada
evolución de esta economía esotérica y el hecho de que, como en todo ajedrez
político, también mueven las negras. El bajísimo conocimiento popular de
Kicillof se puede arreglar con un sketch de ShowMatch, pero difícilmente
sobreviva al malhumor social si en efecto la crisis toca de lleno el empleo,
algo así como cuando el dentista encuentra con su torno el nervio de la muela.
El problema todavía no impactó demasiado en la estabilidad de los trabajadores
privados, pero hay mucho susto en los empresarios argentinos. Y sabemos por
experiencia que cuando los que pagan sueldos tienen miedo hay que abrocharse
los cinturones, levantar la bandeja y rezar un Padrenuestro. La Presidenta,
mamífero que percibe la tormenta antes de que llegue, trata de lanzar
paliativos y sostener puestos de trabajo, al tiempo que vende una prosperidad
inexistente. Ingresamos en la mishiadura, y es por eso que frente al dilema
"ajuste o inflación", el Gobierno elige los dos y se encomienda a un
Keynes inflacionario y ficcional, a quien no le importa la racionalidad de las
cuentas, y que es capaz de despellejarse las manos con la maquinita de hacer
billetes y de aumentar por decreto en 24.300 millones de dólares el gasto
público. Perdónelos, milord, por usar su nombre en vano: a veces actúan como
esos ricos venidos a menos que bailan claqué y siguen emitiendo cheques sin
fondos en la esperanza irresponsable de que alguien alguna vez los salvará.
En este concierto desafinado, el kirchnerismo llama a la
unidad nacional. La "escuelita de maldades" de Santa Cruz, experta en
ningunear y dividir, pretende siempre la unidad bajo su mando y la unanimidad
de prepo. Aún así, este llamado resulta notable como síntoma de debilidad y
hace reflexionar acerca del milagro de Estela. Hay tanto que hemos naturalizado
y perdido en estos años. Tanto, que un día sucede una gran noticia y nos
encontramos de repente todos juntos, nos miramos a los ojos con asombro y nos preguntamos
en silencio: ¿te acordás cuántas cosas nos unían?
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