domingo, 10 de agosto de 2014

El kirchnerismo ha entrado en una nueva fase política

Por Jorge Fernández Díaz
Los análisis políticos de Maradona causan tanta gracia como quedarse sin nafta a medianoche en el Camino del Buen Ayre. 

Debe reconocerse, sin embargo, que tuvo esta semana un acierto, cuando comentó el espectacular hallazgo del nieto perdido de Estela de Carlotto. "No sólo el fútbol puede unirnos", garabateó.

No es que vaya a ganar el premio Nobel por esta ocurrencia, pero admitamos que supo captar con rapidez ese extraño microclima de 48 horas durante el que los unos y los otros de este país dividido y fragmentado depusieron sus puñales para entregarse a una coincidencia: celebrar el desenlace de un caso humano con relevancia democrática y emoción universal. En ese instante único de la historia contemporánea, y quién sabe por cuánto tiempo más, Estela dejó de ser una militante del Frente para la Victoria y volvió a ser la incuestionable referente moral y ecuménica que alguna vez había sido.

De regreso a la dulzura y al sentido amplio, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo trae de pronto un raro alivio, aunque no logre borrar su acompañamiento a políticas autoritarias y escandalosas del cristinismo ni, por dar un ejemplo bien actual, la reivindicación pública de Amado Boudou ("yo le creo").

Envalentonada por la sorpresa de Guido Carlotto, que la Casa Rosada piensa capitalizar políticamente, Cristina Kirchner ordenó ese mismo miércoles la reaparición del vicepresidente y mandó "aguantar los trapos": no sólo lo vamos a proteger; hoy nos sentimos tan fuertes que hasta vamos a darnos el lujo de lucirlo.

Al igual que Estela, los senadores oficialistas procedieron a exculpar a Boudou, que al día de hoy está doblemente procesado por la justicia federal: ahora también lo abrocharon por truchar los documentos de un auto. Qué poco glamour institucional y emancipador, camaradas. Los alegatos oficiales en el recinto eran dignos de El Tony o D'artagnan: a Amado no le perdonan la estatización de las AFJP y otras patriadas por el estilo. Es como si en el juicio a Jack el Destripador sus abogados adujeran que su cliente es víctima injusta de las envidias y las conspiraciones soterradas de cirujanos y carniceros.

Se les notaba a los legisladores la incomodidad del cliché, el verticalismo de facción y la obediencia debida. En cambio, los izquierdistas de distinto pelaje que integran la Iglesia Kirchnerista de Realización Personal y que andan organizando actos de desagravio para el playboy de Puerto Madero, lo defienden gustosos y sin que nadie se los pida o sugiera. Una cosa es comer sapos, condición inherente a ser peronista, y otra muy distinta es servirlos a la provenzal y paladearlos a la vista del pueblo. Una cosa es que te den latigazos y otra muy distinta es ofrecer el lomo de una manera espontánea, orgullosa y sacrificial. Los ex stalinistas parecen, en ese sentido, monjes medievales que ofrendan el dolor de la autoflagelación a su diosa idolatrada. El fanatismo religioso tiene estas cuitas psicopáticas: ¿de qué vale apoyar lo que está bien? El verdadero valor de la fe se demuestra al reivindicar incluso lo peor, para salvarse por la ley de la inmolación y el goce del sufrimiento.

El fallo de Bonadio no cambia igualmente los planes de Cristina: ella considera que se trata de un costo hundido. El affaire Boudou ya le hizo perder todo lo que podía, y es un asunto que no tiene remedio. Mejor fijarse en los números que la cruzada nacionalista le sigue prodigando en las encuestas y vigilar, eso sí, que la estanflación no le incendie el rancho.

Es preciso comprender cabalmente que el Gobierno ha entrado en una nueva fase política. La torpeza de su propia gestión, la voracidad natural de los buitres y las inconsistencias del doctor Griesa (el juez ya parece un bailarín mareado en un baile de beodos) les han proporcionado a los kirchneristas una nueva épica, un verso para giles y un enemigo truculento, y por lo tanto, una razón de ser en estos tiempos en los que simplemente eran nada, o sea, deslucidos pagadores de su propia bacanal.

Esta nueva fase implica también el virtual lanzamiento de Axel Kicillof como precandidato presidencial por el Frente para la Derrota. No se pretende que el sex symbol de la patilla (Néstor decía que Cristina no elegía equipo, sino que hacía casting) se alce con un triunfo en la interna del año próximo, pero sí que contenga a la "juventud maravillosa" y a los "pibes para la liberación", y que debilite el proyecto de Scioli.

Cristina quiere, de máxima, ganarle al gobernador optimista y, de mínima, capturarle lugares en la lista de candidatos a legisladores: quizás incluso le exija su propia senaduría. El sueño de la doctora es que al final del probable ballotage Massa y Scioli sean liquidados, que la propuesta socialdemócrata haya quedado por el camino, que Mauricio Macri se encuentre con la sortija y que Cristina pueda erigirse como la nueva jefa de la oposición, con un robusto grupo de senadores y diputados cuidándole las espaldas y permitiéndole negociar su situación judicial. Y además, con algunos intangibles: ser la única referente peronista no derrotada en el contexto de un peronismo destrozado, defender la chapa progresista en un país donde el verdadero progresismo no levanta cabeza y, por supuesto, hacerle la vida imposible al que gobierna, como es de rigor cada vez que a los justicialistas les toca el llano.

Claro está que estas afiebradas partidas de salón prescinden de tres cosas: la porfiada imprevisibilidad de la vida, la accidentada evolución de esta economía esotérica y el hecho de que, como en todo ajedrez político, también mueven las negras. El bajísimo conocimiento popular de Kicillof se puede arreglar con un sketch de ShowMatch, pero difícilmente sobreviva al malhumor social si en efecto la crisis toca de lleno el empleo, algo así como cuando el dentista encuentra con su torno el nervio de la muela. El problema todavía no impactó demasiado en la estabilidad de los trabajadores privados, pero hay mucho susto en los empresarios argentinos. Y sabemos por experiencia que cuando los que pagan sueldos tienen miedo hay que abrocharse los cinturones, levantar la bandeja y rezar un Padrenuestro. La Presidenta, mamífero que percibe la tormenta antes de que llegue, trata de lanzar paliativos y sostener puestos de trabajo, al tiempo que vende una prosperidad inexistente. Ingresamos en la mishiadura, y es por eso que frente al dilema "ajuste o inflación", el Gobierno elige los dos y se encomienda a un Keynes inflacionario y ficcional, a quien no le importa la racionalidad de las cuentas, y que es capaz de despellejarse las manos con la maquinita de hacer billetes y de aumentar por decreto en 24.300 millones de dólares el gasto público. Perdónelos, milord, por usar su nombre en vano: a veces actúan como esos ricos venidos a menos que bailan claqué y siguen emitiendo cheques sin fondos en la esperanza irresponsable de que alguien alguna vez los salvará.

En este concierto desafinado, el kirchnerismo llama a la unidad nacional. La "escuelita de maldades" de Santa Cruz, experta en ningunear y dividir, pretende siempre la unidad bajo su mando y la unanimidad de prepo. Aún así, este llamado resulta notable como síntoma de debilidad y hace reflexionar acerca del milagro de Estela. Hay tanto que hemos naturalizado y perdido en estos años. Tanto, que un día sucede una gran noticia y nos encontramos de repente todos juntos, nos miramos a los ojos con asombro y nos preguntamos en silencio: ¿te acordás cuántas cosas nos unían?

© La Nación

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