sábado, 19 de octubre de 2013

Candidatos espejo

Por Roberto García
Toman la elección próxima como el inicio de campaña 2015. Se espían, se copian y trazan estrategias parecidas.

Actúan como si supieran el resultado del domingo 27. Como si ningún episodio numérico fuera a sorprenderlos dentro de ocho días. Al margen, inclusive de que a uno le vaya mejor que al otro. Son Delfos y otros oráculos redivivos, en apariencia. Creen tanto en las encuestas que la contingencia electoral ya les parece un trámite, apenas la estación transitoria desde la cual empieza la campaña presidencial para 2015.
Al menos, para los dos, y a pesar de que suelen expresar que ese interés común no los domina. Tanto obsesiona a Sergio Massa y a Daniel Scioli esa alternativa, sin embargo, que hasta se copian y espían para no otorgar ventajas, como esas revistas que dicen competir y siempre venden las mismas notas. Mientras sus mujeres, claro, Malena y Karina, ya deben revolver metafóricamente el vestuario de Cristina probándose la ropa que va a dejar. Como dice el tango.


Corresponde tamaño atrevimiento por la sepultura de la re-reelección: si  hasta Scioli, autodenominado custodio de la herencia kirchnerista, cometió la osadía de hablar de un tema prohibido que se supone no lo ha descubierto ahora: la inflación creciente y el fracaso de la Casa Rosada para contenerla. Si no fuera que a la Presidenta la aislaron del mundo exterior y sólo le deben leer Platero y yo, esta confesión del gobernador –basado en que ese tema de campaña no puede ser patrimonio exclusivo de Massa– le hubiera provocado un arrebatado soponcio. Superior inclusive al generado por otro redivivo,  Herminio Iglesias, esta vez en la piel de Juan Cabandié, autor de una escandalosa secuela de impunes dislates ante una agente de tránsito y lenguaraz irresponsable que dinamitó hasta el propio grupo que lo auspicia, La Cámpora. Ni siquiera aprendió de la conveniencia del silencio, esa condición tan sabia en algún momento del ser humano y al que, por ejemplo, fue obligada por los médicos su propia jefa espiritual. También hubo silencio, discreción y secreto cuando estuvo internada Cristina en la clínica Favaloro. Por ejemplo, el personal debía entregar sus celulares al ingresar al sanatorio y retirarlos cuando abandonaban su horario laboral. Más que temer comunicaciones improcedentes, los responsables de la seguridad presidencial intentaron bloquear cualquier posibilidad de que un insolente se permitiera tomar una fotografía o filmase la intimidad de la protagonista. Lo que vendría a indicar que una imagen preocupa mucho más que un comentario. Ese hermetismo en la corte de la Rosada sobre el reposo estricto de la mandataria, aparte de abrigar dudas desestabilizantes sobre su evolución y la inquietud familiar de no someterla a un estrés galopante como el que complicó al difunto Néstor, priva de certezas sobre ciertas decisiones a ocurrir luego del 27 de octubre. Nadie ignora la presión para aliviar al gobierno de Guillermo Moreno –hoy en camaleónica sociedad con Axel Kicillof–, convertido en la bestia negra de la administración que determinó el último desgarro electoral. Va a padecer, como Cabandié, si se confirma la próxima derrota, culpable de cuanto crimen no se haya resuelto, incluyendo el fusilamiento de Dorrego. Mientras, Moreno no sólo resiste: también hace daño, descalifica sucesores y figuras ascendentes, sea bajo imputaciones de corrupción (el apelativo de “chorro” es una constante en su boca) o disminuciones tipo “ése no puede ir al Banco Central porque no terminó el secundario” (en obvia alusión al titular de un banco del Estado). Ni hablar de las penurias internas, por ejemplo, en el núcleo de Débora Giorgi, quien reemplazó estrepitosamente a uno de sus más fieles asistentes –por lo menos, es lo que se decía– hasta inhibiéndolo para ingresar a su despacho (se trata del funcionario que tuvo un incidente famoso, cuando casi se trompea con un piloto de avión). Parte de este cotilleo se escuchó en la reunión de IDEA, donde ahora los empresarios no sufren lipotimias como en tiempos de Néstor.

Como en las copias o coincidencias de Massa y Scioli, ahora entusiasmados con excursiones al exterior, también para disfrutar de vacaciones. Entienden vital para sus carreras hacerse conocer en los Estados Unidos y Europa, realizar entrevistas, buscar asistencias, conciliar con empresas y predicar con una futura política diferente a la que caracteriza al kirchnerismo. Massa delegó en principio la tarea del periplo norteamericano a Martín Redrado. No es el único. Para España, eligió a otro economista menos mediático. A su vez,  Scioli apunta en la misma dirección estratégica y ha movilizado a una dama bien formada para sondear compañías petroleras en Houston, lugar al que ambos aspirantes presidenciales piensan visitar para desconectarse de la política energética que condenó a la Argentina al desabastecimiento. Claro, en la emergencia se nutren con las sugerencias de empresarios locales, tradicionales del sector como los Bulgheroni, u otros que ascendieron en tiempos de la década ganada, de Alejandro Ivanissevich (del gas pasó a los recursos eólicos) a Cristóbal López, incluyendo quizás a Eduardo Eurnekian.

Aunque la piedra angular de estos viajes diferentes empieza en Roma, con la consecuente visita al Papa (Massa tendría agendada una cita sin confirmar para los primeros días de noviembre, debido a la suspensión deliberada de otra, previa a las elecciones, que se canceló por el impacto negativo que produjo el encuentro fotográfico de Martín Insaurralde con Francisco). En la misma línea avanza Scioli –con la asistencia de Aldo Carreras, uno de los tantos peronistas que  antaño requerían del obispo en la Catedral porteña– con la misma pretensión de su rival: lograr que el Papa no sólo los atienda y bendiga, sino que además les facilite una venia para lograr la unidad sindical, propósito que siempre le interesó al ex cardenal Jorge Bergoglio. Tropiezan, claro, con otras iniciativas. Una, de escasa incidencia en el ranking vaticano, impulsada por el mismo gobierno a través del ministro Carlos Tomada junto al titular de una cámara empresaria, Daniel Funes de Rioja, y el acompañamiento del metalúrgico Antonio Caló. Y la otra, menos contaminada por la política, estrictamente gremial, en la que se anotó el propio Hugo Moyano, dispuesto inclusive a cualquier tipo de resignación si el Papa lo pide. Sostienen que sólo ellos, los sindicalistas, deben participar de la celestial unidad. Una argentinada total: suponer que Francisco debe resolver problemas internos que todos ellos causaron.

© Perfil

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