jueves, 3 de octubre de 2013

¡A votar y… a botar…los!

Por Juan Gonza
La hora de las urnas

Con las esperanzas puestas en aquello que nos enseña que la democracia se perfecciona únicamente con más democracia, este domingo los ciudadanos volverán a expresarse en las urnas, en el marco de un calendario electoral que este año nos obliga a la friolera de cuatro elecciones, producto de la fiebre de poder que ha enfermado a la política y a los políticos de estos tiempos.

Pero más allá de la pérdida de los valores morales y éticos sustanciales de la política y de toda actividad del ser humano, lo cierto e ineludible es que para el hombre común la realidad hace que se redoble su compromiso para superar semejante crisis y con el sufragio obligue a recuperar el rumbo perdido en pro de una democracia por la que el país pagó un inconmensurable precio para recuperarla.

La “cesarización” de los gobernantes de turno, con su secuela inevitable de corrupción y sueños de ser eternos, tiene en la voluntad soberana de los pueblos siempre la posibilidad de castigo. Es lo que, sin rodeos se expresa en la consigna de ¡A votar! y, a la vez, ¡A botarlos!... a echarlos fuera… a despedirlos.

Pero conviene puntualizar, para evitar malos entendidos y reacciones previsibles de algún “afectado” por la dura palabra, que el voto entonces es la herramienta con la que primero y antes que nada se honrará a quienes merezcan ser consagrados como gobernantes, dirigentes, conductores. A la par, sí, estará siempre el sentido del castigo para otros. Para los que defeccionaron de sus promesas. Para los que lisa y llanamente traicionaron sus compromisos. Que es lo mismo que decir: traicionaron a sus pueblos.

Y obviamente para desechar a los oportunistas de turno que aprovechando la decadencia y deterioro de las instituciones básicas del sistema democrático creen que pueden sumarse al asalto a la política y a los gobiernos, alentados por el flagelo universal de la mayor impunidad de la historia ante la corrupción. Ante la verdadera subversión que existió en este país, que fue la de los valores.

He allí el sentido y la posibilidad inconmensurable de la hora de las urnas para la reconstrucción democrática. Para la construcción de una Democracia que para ser tal necesita el componente básico de la Justicia Social.

Si relacionamos semejante misión y objetivo superior de la vida en democracia con la presencia abrumadora de expresiones vacías de contenido y compromiso ideológico, filosófico, doctrinario –como patéticamente lo refleja una buena parte de la oferta electoral de hoy- comprobamos cómo se potencia al infinito la trascendencia del voto en libertad, sin tutorías, sin “césares”.

Y como en estos tiempos de vacuas campañas pletóricas de poses y jingles vergonzantes la generalidad de los precandidatos y/o candidatos se llenan la boca declamando virtudes propias, siempre aferrados por supuestos a los grandes políticos de nuestra historia, no vendría mal aconsejarles el repaso –o la primera lectura- de algunos pensamientos como el del párrafo siguiente, legado de un genial ex presidente, general él:

·                   “Un partido político cuyos dirigentes no estén dotados de una profunda
moral —que no estén persuadidos de que ésta es una, función de sacrificio
y no una ganga, que no estén armados de la suficiente abnegación, que no
sean hombres humildes y trabajadores, que no se crean nunca más de lo
que son ni menos de lo que deben ser en su función— ese partido está
destinado a morir, a corto o largo plazo, tan pronto trascienda que los
hombres que lo conducen y dirigen no tienen condiciones morales
suficientes para hacerlo.

·                   Los partidos políticos mueren así, porque ya he dicho muchas veces que los
pescados y las instituciones se descomponen primero por la cabeza.
El día en que nos descompusiéramos nosotros, no tardaría mucho en
descomponerse todo el Movimiento, disolverse y dispersarse.
Así mueren las instituciones.

Por esa razón creo que es una responsabilidad la que adquirimos los que
tomamos los puestos directivos.

Siempre que veo una orquesta, miro al que dirige y pienso: "Preferiría estar
tocando allí un instrumento y no ser el director que tiene que vigilar a los
que tocan y debe tener una capacidad superior". Es más cómodo tocar y
hacer lo que le indican.

En esto de la conducción es lo mismo.

Cuando uno conduce con verdadera pasión, lealtad y sinceridad, es mucho
más difícil el puesto del que dirige que el puesto del que ejecuta, y es para
eso que debemos formar y preparar, nuestros hombres.

·                   Algunas veces los conductores creen que han llegado al pináculo de su
gloria y se sienten semidioses. Entonces "meten la pata" todos los días. Los
conductores son solamente hombres, con todas las miserias, aun cuando
con todas las virtudes de los demás hombres. Cuando un conductor cree
que ha llegado a ser un enviado de Dios, comienza a perderse. Abusa de su
autoridad y de su poder; no respeta a los hombres y desprecia al pueblo.
Allí comienza a firmar su sentencia de muerte.

La hora de las urnas se repite.

Es celebrar nuestra propia Libertad.

En buena hora.

© Semanario Nueva Propuesta

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