Por Tomás Abraham |
El tema de la semana es el presupuesto, más silencioso que
otros pero más determinante. La seguridad y las bravuconadas de nuevos
funcionarios son fuegos de artificio en una sociedad donde la violencia y las
fuerzas del orden están fuera de control. Los pases y las alianzas de una clase
política deteriorada poco interesan.
Los anuncios de golpes de Estado y maniobras destituyentes acentúan este deterioro.
Los anuncios de golpes de Estado y maniobras destituyentes acentúan este deterioro.
Lo que vale son los números.
El documento financiero del Gobierno prevé para 2014 un crecimiento del 6,3%, una inflación del 10%, un gasto del 18% con una recaudación del 27% del PBI, un saldo comercial favorable de 10 mil millones de dólares, un dólar a 6,30 pesos y una tasa de inversión del 20%.
El documento financiero del Gobierno prevé para 2014 un crecimiento del 6,3%, una inflación del 10%, un gasto del 18% con una recaudación del 27% del PBI, un saldo comercial favorable de 10 mil millones de dólares, un dólar a 6,30 pesos y una tasa de inversión del 20%.
Sería un milagro si se hiciera realidad sin un nuevo 2001,
con todo el país cortado y paralizado. ¿Por qué no esperarlo –el milagro, no el
2001– si, como se anticipa, el papa Francisco nos visita el año que viene? ¿Qué
podemos pedirle los argentinos? Para comenzar, que rece por nosotros para que
luego de un año de una inflación del 25% o más el gremio de los docentes
acepte, para bajar el índice 15 puntos, un aumento salarial anual del 11%, UPCN
lo mismo, que haya un incremento menor para los jubilados, exigua actualización
de los planes sociales, reducción en la asignación por hijo, y que el
Ministerio de Trabajo convenza a todas las CGT y CTA de que la lucha contra la
inflación merece un sacrificio patriótico aunque fuere en nombre del Señor. Una
restricción que debería coordinarse con una quita gradual de subsidios y
aumentos en el transporte y los servicios para equilibrar las cuentas públicas.
Son medidas realistas que, al decir de los economistas, equilibran el
desbalance de los precios relativos.
Hay epopeyas que tienen sus antecedentes. En el Antiguo
Testamento hay un libro, Los Números, escrito durante el cautiverio de otro
pueblo elegido, que demuestra la importancia de lo cuantitativo.
Para que la realidad encaje en el presupuesto, ¿acaso es un
ruego desmedido para un papa argentino solicitarle con humildad que nos ayude
con el milagro de un acontecimiento sobrenatural? ¿Cómo podríamos retribuirle?
¿Con goles de Martín Cauteruccio? ¿Con otro mate?
Voy a decir algo nuevo que poco tiene que ver con lo que
sucedió esta semana, porque se repite todas las semanas desde hace décadas;
diría que es un pensamiento revolucionario: la Argentina tiene problemas
estructurales. Así es, con un agregado: el capitalismo nacional tiene problemas
estructurales e históricos. Busca altas rentabilidades, es cortoplacista, fuga
divisas y evade impuestos. Es así desde tiempos inmemoriales, y para sus
personeros no hay gobierno que les venga bien.
Para que nadie se dé cuenta de esta realidad, los dirigentes
de las cámaras empresariales siempre dicen que no hay inversión de riesgo
porque no hay confianza, pero, a pesar de sus quejas, los líderes del mercado,
los empresarios amigos, no han perdido la fe, claro, si nada cambia y todo
sigue igual.
¿Acaso hemos olvidado que entre los primeros fondos buitre
participaban argentinos en el momento en que Menem privatizó las empresas
estatales al aceptar a precio nominal bonos de deuda que se compraban al 15% de
su valor? Doble regalo, ya que poco tiempo después los mismos capitalistas las
revendieron a sus socios extranjeros.
Por lo general, el Estado argentino colabora con esta
política. Como si le gustara. Lejos de revertir este proceso, lo profundiza.
Desde 2008, en el comienzo de la segunda fase del kirchnerismo, la estatización
de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, y la guerra contra la Mesa de Enlace y el
grupo Clarín, entonaron las almas de casi todos los argentinos, y mientras
cantábamos las estrofas que dicen “juremos con gloria”, se iban los dólares, de
a miles de millones, y cuando terminaba el himno, antes de cantar “morir”,
pusimos el cepo.
Es una victoria, que le dicen, frente a todos y todas.
El resultado es que, desdichadamente, este gobierno no nos
ha liberado. Somos tan poco soberanos como siempre. Elaboraron un relato que se
excedió en entusiasmo militante. Dicen que nos dejan un país mejor del que
recibieron. Nadie lo duda. El problema es la extrema vulnerabilidad de las
conquistas logradas. No sólo no nos han liberado, sino que dejan el país en una
total dependencia de factores externos. Somos habitantes de un territorio que
desconoce su integración al mercado mundial con discursos de corte chavista que
profetizan, si no el fin del capitalismo, al menos una agonía terminal. Pero
antes de que desaparezca el mundo tal como es, nuestro país pende de un hilo de
lo que hagan potencias financieras, económicas y políticas. Una sentencia en
Nueva York, una sequía, un nuevo rumbo comercial en China, una fuerte recesión
en Brasil, una crisis petrolera, y el mazo hecho un castillito frágil, naipe
sobre naipe, se cae al piso con millones de argentinos asistidos y mejorados
detrás. Entonces, el país que entregarán no es mejor que el que recibieron sino
igual. Y dos veces igual en el desastre es todavía peor.
Es cierto que tenemos menos deuda en dólares –y quieran Dios
y la Corte Suprema de los Estados Unidos que las cosas no cambien– después del
default. También es una verdad que las consultoras internacionales, tan
desacreditadas, siguen siendo fuentes de consulta, y que un triple C como
calificación hace que las tasas a las que nos puedan prestar cierren
definitivamente las posibilidades de financiación de obras de infraestructura.
No es consuelo que la enorme deuda interestatal en pesos pueda solventarse con
la impresión de billetes devaluados. Es una bomba de tiempo.
Hay gente que aún cree que las deudas no se pagan sin
castigo, o que las paga Dios o la Casa de la Moneda. No es así; alguien puso
plata real en el Banco Nación, en el Central y en la Anses para que financien
el Tesoro, que no es divino.
No se puede jugar con los números. Desde Pitágoras se sabe
que el orden cósmico es numérico y que los misticismos, desde el hermético
hasta la Cábala, los respetan con veneración.
Los custodios de la santa verdad y de los pensamientos que
la expresan protegen nuestras almas de la blasfemia y de las trampas del
lenguaje. Para salva+-guardar su pureza, la Santa Iglesia tiene un índice de
libros prohibidos, el Index –en latín, Index librorum prohibitorum et
expurgatorum–, por el que únicamente las palabras benditas están permitidas.
Oremos para que no sólo las palabras sino los números estén
con nosotros, Dios salve al Indec… perdón… me equivoqué por una letra.
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