Por Armando Caro Figueroa |
En ninguna de ambas versiones había lugar para disidentes,
indiferentes o críticos. Las aspiraciones en pugna soñaban con imponer una
sociedad uniforme, unitaria y vertical. Para unos, esta verticalidad conducía a
Perón, para otros, a Mario Firmenich.
Esta forma extrema de encarar la política marcó -a fuego y
hasta hoy- a la sociedad de los argentinos: persiste en no pocos activistas
maduros, y alcanza a muchos jóvenes que no habían nacido en aquellos años de
espanto.
Si se omite el recurso a las armas y al terror, las dos
versiones setentistas abrevan en consolidadas tradiciones argentinas que ven en
la política una suerte de guerra de posiciones irreductibles. La experiencia de
la primera década peronista (1945/1955) brinda antecedentes y argumentos a
quienes hoy preconizan la “patria kirchnerista”.
Si en aquel tiempo se trataba de peronizarlo todo
(sindicatos y patronales, ejército y marina, jueces y legisladores, medios de
comunicación y propaganda, universidades y cultura, pasado y presente, centros
vecinales y colegios profesionales, leyes y sentencias, deportes y
espectáculos, educación y acción social), los actuales protagonistas que se
dicen herederos del peronismo se proponen idéntico propósito.
En realidad, más que proponérselo, los nuevos cruzados
despliegan una incesante actividad para imponer esta nueva versión totalitaria
en donde Perón y Evita cumplen un discreto y simbólico papel. Esa matriz,
innegablemente peronista, con el concurso de todos los que propalaban la
necesidad de una “patria socialista” y de algunos que le oponían el destino de
una “patria peronista”, tiene nuevos héroes (Él y Ella) y casi los mismos
villanos (la oligarquía, el imperialismo, los liberales unitarios que, como se
sabe, son “salvajes e inmundos”).
Las inconsecuencias y contradicciones de los impulsores de
la forzada y forzosa kirchnerización de la Argentina integran también aquellas
tradiciones nacionales. Los seguidores del movimiento que -en los años de 1950
y de 1970- verticalizó las instituciones, estatizó la economía y controló las
organizaciones sociales no pueden ahora reprochar, por ejemplo, la designación
del nuevo Jefe del Ejército, el contrato con la Chevron, las confiscaciones, la
manipulación de los sindicatos y de las patronales, la muerte del federalismo o
la pretensión de sembrar el Poder Judicial de Jueces adictos.
En Salta los acontecimientos contemporáneos reclaman una
lectura más matizada; sobre todo si se toma en consideración el peso que en el
panorama local tienen la impostura y el culto a la personalidad. Aquí, por
debajo de las enfáticas proclamas peronistas, gobiernan los de siempre, en
beneficio de los de siempre y de los ricos fabricados por Decreto. Pero, los
salteños que conocen, entre otras, las experiencias de Joaquín Castellanos (1919/1921)
o de Carlos Xamena (1951/1952), saben de la fugacidad y de los riesgos que
amenazan a los gobiernos federalistas o volcados a la justicia social.
El mejor futuro se construye con libertad y pluralismo
El peronismo no kirchnerista (liderado por un joven de
formación neoliberal) se apresta a dar una batalla decisiva para cancelar la
fantástica década inaugurada por Eduardo Duhalde y elevada al paroxismo por sus
sucesores en la Casa Rosada.
Su triunfo abrirá nuevas expectativas y promoverá algunas de
las rectificaciones que demandan las mayorías y las minorías ciudadanas que no
logran influir decisivamente en el curso de la nación argentina.
Pero, a poco andar, esta cuarta versión del peronismo
(HOROWITZ, A. 2011) dejará patente sus limitaciones para recaer en sectarismos
y exclusiones. En este sentido, el esfuerzo autocrítico y renovador hecho por
Juan Domingo Perón en 1973 y sintetizado en su brillante mensaje a la Asamblea
Legislativa del 1° de Mayo de 1974, no dio los frutos esperados y duerme en las
bibliotecas y en la memoria de los pocos ortodoxos que resisten el paso de los
años.
Es prácticamente imposible construir los Programas y las
estructuras políticas y sociales que precisa la Argentina en su lucha por
alcanzar una sociedad libre y de iguales, sin abjurar de la idea de una
“patria” excluyente, sin remplazar el movimiento unificador por un sistema de
partidos, o sin reconocer los derechos de todas las minorías.
La única patria en condiciones de dar cabida a todos los
argentinos es la patria de la Constitución democrática, cosmopolita y
republicana.
Es esta patria pluralista el marco imprescindible para la
convivencia, para el progreso respetuoso del ambiente y de las futuras
generaciones, para la cohesión social y territorial, para la explosión de todos
los talentos en condiciones de gobernar, de crear, de emprender, de pensar.
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