Por James Neilson (*) |
Un par de años atrás, contar con la aprobación de
Cristina garantizaba al así privilegiado una carrera política brillante aun
cuando se tratara de un personaje tan rocambolesco como el actual
vicepresidente Amado Boudou. Pero los tiempos han
cambiado. El dedo de la señora ya no obra milagros. Por el
contrario, está propagándose con rapidez la sospecha vil de que Cristina se ha transformado en un piantavotos, mientras
que los oficialistas calificados de “ultra K” corren el riesgo de verse
condenados a una eternidad de ostracismo, aunque sería de suponer que, como
sucedió con los menemistas, luego de dejar pasar un lapso adecuado la gente
optaría por indultarlos.
Lo entiende muy bien Martín Insaurralde. Con miras
a sacar el máximo provecho del papel de cabeza de la lista oficialista en la
Provincia de Buenos Aires que le dio Cristina, el intendente de Lomas de Zamora
no ha vacilado en diferenciarse tanto de su benefactora como de los militantes
apenas presentables que la rodean.
Lo mismo que Daniel Scioli, Insaurralde se
ha deslizado hacia “la derecha” del espectro ideológico, acompañando de tal
modo al grueso del electorado bonaerense que está manifestándose cada vez más
harto de la sensiblería progre frente a la delincuencia. ¿Y Cristina? Mal que le pese, no tiene más alternativa que la de
apoyarlos y exhortar a sus soldados a encolumnarse detrás de la
pareja de herejes irrespetuosos.
Insaurralde es un intendente, uno de los “barones”
del conurbano, y por lo tanto está más interesado en aumentar su propio capital
político que en hacer gala de su “lealtad” hacia una presidenta cuya gestión tiene fecha de vencimiento o
en fortalecer sus lazos con una corriente política cuyo futuro le parece
incierto. Es probable que, de no haberlo elegido Cristina para ser su paladín
en la lid provincial, el lomense ya se hubiera sumado a las huestes de Sergio
Massa, ya que sus eventuales discrepancias con el intendente de Tigre tienen
poco que ver con los aburridos temas ideológicos o narrativos que fascinan a la
presidenta y sus acólitos.
Como Massa y, huelga decirlo, Scioli, Insaurralde
es con toda seguridad un pragmático reacio a subordinar hechos que le parecen
indiscutibles a cualquier “relato”, por agradable que fuera, de ahí su negativa
a cohonestar los intentos oficiales por ningunear la inflación y su voluntad de
tomar en serio el desafío truculento planteado por la proliferación de
delincuentes jóvenes brutales.
Aunque Insaurralde y Scioli parecen
dispuestos a hacer un esfuerzo por adaptar su retórica a las exigencias del kirchnerismo, no lo están a inmolarse en aras de
una causa perdida. Saben que el mundo continuará existiendo después del 10 de
diciembre de 2015. Por lo demás, ambos son conscientes de que la balanza de
poder en la Argentina ha cambiado mucho en el transcurso de los meses últimos.
Están preparándose, pues, para enfrentar una nueva
etapa en la que sus vínculos anteriores con Cristina podrían jugarles en
contra, razón por la que les conviene dar a entender que se sienten tan
preocupados como los adversarios declarados del kirchnerato por los estragos
que está provocando la inflación y por las actividades sanguinarias de
criminales violentos que están azotando extensas zonas del país, en especial
las del superpoblado conurbano bonaerense en que muchos municipios son más
grandes, en términos demográficos, que algunas provincias: con sus más de 616 mil habitantes, el partido de Lomas de
Zamora es mayor que nueve de ellas.
Estos barones no se sienten obligados a ser
Chirolitas de nadie. Mientras
tenía en sus manos las llaves de una caja bien provista de fondos frescos,
Cristina estaba en condiciones de disciplinarlos, pero parecería que aquellos
días felices ya pertenecen al pasado, de ahí la migración de tantos bonaerenses
en busca de lugares menos inhóspitos. Pase lo que pasare en octubre, el
Poder Ejecutivo nacional tendrá que cuidar los centavos, repartiendo plata
entre los fieles con parsimonia antipática, lo que, claro está, privará al
kirchnerismo de lo que para muchos es su atractivo principal.
De forma más implícita que explícita, Scioli e
Insaurralde, con Cristina a la zaga, están siguiendo las huellas de Massa,
alejándose del país del relato absurdamente triunfalista en que el producto
bruto crece con un grado de exuberancia que hasta los chinos envidiarían y la
inflación sólo molesta a ricos con ideas extranjeras ajenas al ser nacional,
con la esperanza de aproximarse a aquel en que vive el grueso del electorado.
Dadas las circunstancias, no les queda otra opción.
De limitarse la dupla presuntamente oficialista a reiterar las extravagantes
verdades kirchneristas, afirmando con la vehemencia indicada que la tasa de
inflación está por debajo del once por ciento anual y que el delito es sólo una
sensación difundida por los odiosos medios concentrados, en octubre la lista
del lomense sufriría una derrota aún más espectacular que la prevista por los
encuestadores.
Puede que logren minimizarla, conservando el apoyo
del aproximadamente treinta por ciento de muy pobres que se aferran al statu
quo, además de una franja conformada por creyentes en el evangelio K, pero en
tal caso lo harían apartándose de la ortodoxia gubernamental y acercándose
peligrosamente a la reivindicada por distintas facciones opositoras.
Al proponer bajar la edad de imputabilidad a 14
años, Insaurralde disparó un misil contra el ala progre del kirchnerismo que,
si bien intentó reaccionar, no pudo recuperarse del choque que le produjo.
Tampoco le está resultando fácil soportar las maniobras en el mismo sentido de
Scioli que, para indignación de los aún convencidos de que Cristina es una
progresista de izquierda, puso a cargo de la seguridad provincial a otro
intendente, en esta ocasión el de Ezeiza, Alejandro Granados, un hombre de
armas llevar que hace tres lustros gozó de un momento de fama mediática al
enfrentarse a los tiros con una pequeña banda de delincuentes, a los que
“quería comer crudos”, un episodio que le mereció la reputación de ser un duro
entre los duros que, por cierto, no le ha perjudicado.
¿Ordenará Scioli a la Bonaerense “meter bala” a los
malhechores, como recomendó Carlos Ruckauf en vísperas de las elecciones de
1999? Tal
vez no sea para tanto, pero no hay duda de que, luego de una etapa
supuestamente signada por el garantismo, el péndulo está moviéndose hacia el
otro extremo. De confirmarse el cambio así insinuado, sería una mala noticia no
sólo para las víctimas en potencia del “gatillo fácil” sino también por muchos
otros que se verían atrapados en un campo de batalla infernal.
Por desgracia, en este ámbito no hay soluciones
sencillas. Aun cuando la Argentina tuviera los recursos económicos que
necesitaría para invertir muchísimo dinero en seguridad, reclutando y
adiestrando a decenas de miles de policías o gendarmes, además de construir más
cárceles, el delito no dejaría de plantear una amenaza terrible a todos los
habitantes del país.
Tampoco sirve para mucho la apuesta progre a “la
inclusión”; a esta altura, quienes hablan así deberían entender que es una cosa
emplear dicha palabra en los discursos y otra muy distinta instrumentar las
medidas sociales y económicas que serían necesarias para que fuera algo más que
una aspiración.
Al celebrar su triunfo sobre su rival kirchnerista
–mejor dicho, sciolista– el ex deportista acuático Carlos “Camau” Espínola, el
gobernador reelecto de Corrientes, Ricardo Colombi, se quejó de la llegada a su
provincia de “camiones de caudales” repletos de plata, además de cantidades
impresionantes de zapatillas, bolsas de alimentos, electrodomésticos y vaya a
saber qué más con los que los kirchneristas trataron de comprar los votos de
los correntinos.
En comparación con Buenos Aires, Corrientes es una
provincia chica, de menos de un millón de habitantes, y nadie ignora que el
impacto de las elecciones que acaban de celebrarse será menor que el que dentro
de poco asestarán las bonaerenses. Si tienen suerte, pues, quienes malviven en
el conurbano pronto podrían conseguir no sólo un montón de billetes Evita sino
también regalos de todo tipo, pero no habría garantía alguna de que los
favorecidos por la generosidad K la retribuyeran votando jubilosamente por la
lista encabezada por Insaurralde, por mucho que los operadores oficialistas
procuraran ayudarlos en el cuarto oscuro y advertirles que, si no gana por
nocaut el candidato de Cristina, les aguardaría el horror de un ajuste
neoliberal.
Al difundirse por el país la convicción de que un
ciclo está por terminar y que el siguiente será muy distinto, los viejos trucos
suelen resultar contraproducentes como, según parece, sucedió en Corrientes. Es
que, cuando un gobierno antes hegemónico se cree constreñido a hacer un esfuerzo
hercúleo y extraordinariamente costoso por seducir al electorado, muchos lo
toman por un síntoma de debilidad, no de fortaleza, lo que a su juicio es
motivo suficiente como para comprometerse emotivamente con la alternativa más
promisoria que, por ahora al menos, en Buenos Aires está encarnada en Massa,
con la esperanza de que el salvador sea capaz de protegerlos de los malos
tiempos que ven aproximándose.
(*) PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos
Aires Herald”.
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