Por Gabriela Pousa |
Una coyuntura signada por operaciones políticas de
todo tipo, desde detalles insignificantes hasta las bajezas más extremas. La
impunidad sigue, sin embargo, siendo la causa que explica todas ellas. Entre
el relato y la realidad la brecha es cada vez más amplia.
A la división social se suma hoy como nunca una interna
periodística repulsiva. No se trata de sutilezas a la hora de informar sino de
tergiversar los hechos, y atacar a quienes dicen la verdad. Y es que el relato
no se condice con la libertad.
Derechas e izquierdas han puesto de manifiesto las
trampas de la oratoria oficial: Cristina no es la abanderada de los
humildes ni tampoco la benefactora de las clases privilegiadas. Sólo se
beneficia a sí misma y hasta ahí no más porque antes o después, la taba se da
vuelta y la verdad se revela sin sutilezas. Cuando eso suceda, otra
será la suerte de Cristina. De nada han de servirle las obscenas cifras ni todo
el lujo que ostenta.
La crisis ética y moral que subyuga a la Argentina
ha permitido este desorden de cosas donde las voces que predican se venden y
compran como una mercancía. No interesan las evidencias de ayer cuando de
idénticas bocas salían críticas hacia aquello que ahora idolatran y veneran. El
juicio social parece no importar. “Nadie resiste un archivo”, pero el archivo
tampoco resiste este hastío.
Es cierto que la sociedad argentina es muy
peculiar. Suele olvidar con facilidad. Sin embargo, la memoria del hoy
se está construyendo de un modo literalmente distinto a como se edificó el
recuerdo de antaño. En el pasado se era meramente espectador de lo acontecido,
hoy el protagonismo es indiscutido. Quién más, quién menos ha sido, es
o será víctima directa de este gobierno donde el único “ismo” es del
oportunismo.
Inútil es analizar el eufemismo oficial que habla
de la “década ganada” por razones tan simples y sencillas que enumerarlas
resulta una subestimación al lector de estas lineas. Pensemos, sin ir
más lejos, que la década se inició con un recambio de miembros de la Corte
Suprema de Justicia.
La mentada “mayoría absoluta” menemista fue
reemplazada por lo que entonces se llamó “la mejor Corte de la historia
argentina”, independiente, proba por donde se la mirara, un orgullo sin
discusiones posibles, la jactancia eterna de la “magna gesta”.
Ahora bien, en medio de los actuales festejos por
el aniversario del gobierno, el máximo tribunal ha dejado de ser lo que
antes fue. Si acaso no falla acorde al deseo de la Presidente, toda su
idoneidad e independencia serán apenas una vieja anécdota. Son las paradojas de
la era kirchnerista: todo es depende.
Otro ejemplo azaroso si se quiere, lo registra el
“éxito económico” atribuido a Néstor Kirchner cuyos embanderados eran los
superávit gemelos. ¿Qué se celebra hoy: haberlos tenidos o haberlos perdido
impunemente?
No cabe duda que el tango sigue dando en la tecla a
la hora de graficar esta maniquea existencia porque 10 años después, apenas si
queda la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Dudo que algún argentino decente quiera recordar
que estamos sometidos a esta insensatez cotidiana por el furtivo romance de
gran parte de la población con una semana de vacaciones en la costa atlántica,
una convertibilidad artificial, y las cuotas para un plasma. En parte,
el cantautor se equivocó: aunque no tenga remedio, la verdad es tristísima.
El tiempo es el único recurso no renovable, y 10 años
en la vida de cualquiera debería ser un lapso destinado a crecer y superarse,
más que una prueba de supervivencia a modo de un reality filmado en la selva.
No tienen sentido los balances porque hemos llegado
a Mayo de 2013 con blancos y negros, sin matices entre medio. Se es o no se
es kirchnerista. Una letra o su ausencia nos determina.
La “transversalidad” fue una estrategia para dejar
sin capacidad de reacción a los partidos políticos tradicionales, que tras los
estallidos de principios de siglo habían logrado sobrevivir a duras penas. El socialismo
quedó paralizado al perder elementos sustanciales de su discurso en la retórica
oficialista.
A su vez, a parte del radicalismo se lo cooptó con
la vicepresidencia. La irrupción de Julio Cobos en sus filas fue otra táctica
perversa, y tras ella se inauguró el fatídico verbo: “borocotizar” que
marcará a fuego la conciencia de muchos hombres ligados a la política. Y todo
se hizo a fin de fortalecer el poder absoluto del kirchnerismo. No hubo otro
objetivo.
Poco puede decirse del peronismo que ha quedado
reducido a una intriga desmedida, cercenado, inefable… Mutilado diría, como las
manos mismas del líder justicialista. Así, sin estructuras partidarias
concretas, la democracia es apenas una anatema.
Lo cierto es que aquellas asonadas del comienzo hoy
no existen en el escenario político. Y la estrofa del viejo tango, en este
análisis, se torna estribillo: “la vergüenza de haber sido y el dolor de
ya no ser”
En 10 años, el país ha quedado aislado con dos
socios que para lo único que sirven es para terminar de definir a dónde se ha
llegado: Irán y Venezuela. Regímenes con tinte fascista uno, y el otro ligado
al terrorismo más sanguinario.
Ciertamente no todo es obra kirchnerista, hay
antecedentes que gravitan pero el ahondamiento de esta política internacional
se produjo en la “ganada” década de Néstor y Cristina.
Antes, al menos, la Argentina era una curiosidad
intelectual: ¿cómo se lleva a la decadencia a quién fuera granero del mundo,
economía competitiva, tierra bienaventurada que abrigaba el mito de la América
soñada? Hoy ni siquiera eso queda, en el mejor de los casos gracias si
despertamos “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Una pena.
En lo social está quizás el legado más siniestro de
10 años de ignominia disfrazada de modelo. La división de los
argentinos es desde todo punto de vista una realidad insoslayable. Nadie
discute eso, ni la mismísima Cristina.
En ese contexto, ser objetivo en un balance resulta
la utopía más supina. Nadie escapa al Boca-River que se juega desde el
comienzo de cada día, continuamente en esta geografía. Se está a favor o se
está en contra. Se ha llegado a instancias de romperse familias. El fanatismo
ha cegado razones y borrado de plano todas las contemplaciones. Como en las
peores épocas de la historia, la tibieza resulta vomitiva.
Y es que ya no se trata de una simple concepción
política, ni de una gestión más de izquierda o de derecha, más o menos
estatista. Después de 10 años, el kirchnerismo ha devenido, sin eufemismos,
un modo de concebir la vida.
Y aunque la Biblia llore contra un calefón, hay
quienes no están dispuestos a aceptar mansamente la igualdad entre el decente y
el ladrón.
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