Por Alfredo Leuco |
Nunca antes la presidenta de la Nación tuvo que enfrentar
simultáneamente dos rebeliones de tanta magnitud. Son los desafíos de la Corte
Suprema, que va a guillotinar toda posibilidad de “cristinizar” la Justicia, y
de los intendentes de Buenos Aires, que con Sergio Massa a la cabeza están
redactando el certificado de defunción de la reelección indefinida.
Son batallas titánicas que todavía no terminaron. El estilo
de Cristina es atacar de sorpresa, aunque ya trascendió el tipo de munición
gruesa que está dispuesta a descargar sobre los supremos conducidos por Ricardo
Lorenzetti y los barones bonaerenses que lidera el intendente de Tigre.
Lo más peligroso institucionalmente es el choque brutal de
poderes que se viene y el intento de instalar, una vez más, que quienes se
oponen a los deseos de Cristina impulsan un golpe de Estado. Utilizan con tanta
frecuencia y frivolidad semejante acusación que han banalizado las palabras que
remiten al infierno del terrorismo de Estado. Vacían de contenido el genocidio
que padecimos. Cualquier disidente es descalificado como parte de una
conspiración destituyente.
Sienten que son la encarnación de la patria y el pueblo, y
que toda mirada crítica debe confinarse a la Siberia. Alejandra Gils Carbó,
como una cruzada, apeló a lo inapelable de Víctor Hugo: “No se puede detener
una idea cuando su tiempo ha llegado”. Autoritario serial, Luis D’Elía llegó a
decir que si los gorilas fueron capaces de bombardear la Plaza de Mayo, tanto
Pino Solanas como el Pollo Sobrero pueden haber ordenado a los maquinistas del
Sarmiento que chocaran a propósito los trenes para erosionar la precandidatura
de Florencio Randazzo. Los fundamentalistas creen que todos son de su condición.
Varios voceros K hablaron de “dictadura de los jueces”. Julio Alak caracterizó
a la Justicia como “corporativa, aristocrática y predemocrática”. El senador
Marcelo Fuentes también comparó la actualidad con el odio del ’55, que antes se
expresaba con el golpe de Estado y ahora con las sentencias.
La Presidenta ordenó aumentar el fuego cruzado sobre la
Corte, intensificar las operaciones de desprestigio que ella misma inició
discriminando al “centenario” Carlos Fayt y enviar al Congreso una ley para
aumentar la cantidad de miembros del máximo tribunal. Pretenden una mayoría
kirchnerista, que quiebre la resistencia del cuerpo. Y si es necesario,
utilizarán jueces subrogantes. Escrúpulos, cero. Menemismo básico. O
kirchnerismo fundacional.
El objetivo siempre es el mismo: que Cristina sea la
conductora de la próxima década por ganar. Igual que en la Formosa de Insfrán o
la Venezuela chavista. La jueza Servini de Cubría no casualmente citó en su
fallo a Zaffaroni. Con perdón por la autorreferencia, copio y pego un fragmento
de mi columna del 23 de octubre de 2011: “Los Kirchner ya lo hicieron en Santa
Cruz en 1998. Carlos Zannini fue el ideólogo que forzó un argumento para
utilizar el mecanismo de la consulta popular. Hubo apelaciones de varios
opositores, pero ya tenían casi colonizada a la Justicia provincial. En aquel
momento, dos legisladores nacionales del Frepaso viajaron a repudiar la reforma
y rechazar la posibilidad de la reelección indefinida del gobernador Néstor
Kirchner: Nilda Garré y Eugenio Raúl Zaffaroni. Néstor nunca olvidó aquellas
acusaciones de cuasinazismo que hizo Zaffaroni, y el día que le ofreció
integrar la Corte Suprema de Justicia sacó de un cajón la tapa del diario La
Opinión Austral donde Zaffaroni fustigaba a Néstor y hablaba de la República de
Weimar y el advenimiento de Hitler”.
A estas horas, Cristina enfrenta el paro de un campo unido,
el costo político de haber completado el “ferrocidio” de Carlos Menem y de
proteger en el Senado al ex presidente condenado a siete años por contrabando
de armas, y la posibilidad de perder la elección en Santa Cruz por primera vez.
Se nota la ausencia del pragmatismo de Néstor. Las reacciones espasmódicas
llevan a Cristina del día a la noche. Pelea a muerte por expulsar a Cristóbal
Colón para reemplazarlo por Juana Azurduy sin siquiera estudiar la posibilidad
de la convivencia pacífica y, al mismo tiempo, ningunea a los pueblos
originarios que le están pidiendo audiencia. Horas de cadenas nacionales para
hablar de la soberanía gloriosa de la pesificación y el traje a rayas para los
evasores y, de pronto, da una vuelta de campana en el aire con un blanqueo
derechista e inmoral y con la insólita aventura de un sueño que puede ser
pesadilla: la emisión de cuasidólares.
Estos comicios son clave para lograr la “eternización” de
Cristina. El obstáculo más novedoso es la silenciosa insurgencia de un grupo de
intendentes bonaerenses que son muchos más de los que parecen. Más que el amor,
los une el espanto de perder el poder en sus distritos. Entendieron que si los
concejos deliberantes se les llenan de camporistas serán destituidos de
inmediato. Hay hartazgo frente al verticalismo implacable que decide si les
manda obras públicas con coimas incorporadas o tormentas perfectas, de acuerdo
con el nivel de sumisión de cada uno. Creen haber encontrado en Sergio Massa la
figura taquillera que los defienda de las patoteadas del poder central. Todavía
falta comprobar la real envergadura del fenómeno político, porque depende casi
exclusivamente del protagonismo de Massa, pero algo inédito se está gestando en
el subsuelo sublevado de la patria bonaerense que explica el 40% del padrón
nacional.
Massa duda respecto de ser un opositor rabioso. Ya se
encargará Cristina de convencerlo con sus ataques. Por ahora, Randazzo sirvió
el aperitivo al decir que nadie sabe lo que piensa. Massa aspira a nuclear
alcaldes con votos y gestión de matriz peronista, vecinalista, radical y
macrista. No es sectario ni excluyente. Ni Darío Giustozzi (el intendente más
votado) ni Jesús Cariglino (está invicto ante el kirchnerismo) son nenes de
pecho ni suicidas. Son peronistas de libro, de estilos y generaciones distintos
que acaban de sumarse al mayor proyecto presidencial del post kirchnerismo que
existe hasta ahora: Massa 2015.
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