jueves, 21 de marzo de 2013

Los caminos de Dios son insondables, los de Cristina no

Por Gabriela Pousa
Inevitablemente y con cierta lógica desde ya, la figura del Papa Francisco sigue dominando el escenario local. Cabe entonces destacar hasta qué punto llega la falibilidad de la política, y de qué modo el poder tiene limitaciones a simple vista imperceptibles.

Lo que hoy es mañana puede no ser aunque hay algo contra lo que no es factible luchar: las consecuencias. Por más que se produzcan cambios extraordinarios, por más “darse cuenta” que se puedan ensayar, la corrección del rumbo trae aparejados problemas inherentes al excesivo tiempo de insensatez y necedad.

Por otra parte, y frente a los acontecimientos que son de dominio público, el interrogante más generalizado que se plantea hoy en la calle apunta a desentrañar hasta cuándo durará la emoción de Cristina y la consecuente modificación de libreto entre sus funcionarios. Después de 10 años de sistematizar la mentira, la desconfianza se justifica.

La utilización de la figura papal adquiere ribetes grotescos y recuerda aquel viejo refrán que reza: “Cuando la limosna es grande, hasta los Santos desconfían“. Y grande es la vuelta de tuerca de un Luis D’Elia, una Hebe de Bonafini, y tantos otros más. No hace falta ser analista para prever detrás de este cambio una estrategia política.

Puede creerse que el nombramiento de Jorge Bergoglio al frente de la Iglesia mundial ha sido un golpe trascendente para muchos, también es dable aceptar que tanto la persona como el hacer de quien fuera arzobispo local recién se está conociéndose en toda su magnitud en estos días. Nunca como ahora se habían difundido sus obras, o quizás nunca como ahora la gente había prestado atención a ellas. Para reflexionar.

Sin embargo, eso es válido únicamente para aquellos que no están inmiscuidos en cuestiones de poder. Todo político que se precie de tal conocía perfectamente a Jorge Bergoglio, sus actividades y su prédica. Y a ese todos no escapa la Presidente y su entorno. No es necesario irse muy lejos. El actuar del Obispo Piña en la provincia de Misiones para frenar la reelección indefinida de Carlos Rovira era el actuar del ahora Papa. Los Kirchner lo sabían y de allí los ataques y las críticas.

Así es como se dificulta la posibilidad de otorgar verosimilitud a una conversión repentina, por alguna suerte de gracia divina. La credibilidad está justificadamente perdida. Si acaso sucedió así en alguna individualidad, ha de ser un caso aislado porque en Balcarce 50 tenían una radiografía exacta del pensamiento bergogliano. A ellos se dirigió en sendas ocasiones el ahora Sumo Pontífice al frente del Vaticano.

Posiblemente, el revuelo que género su entronización se origine en la soberbia característica de nuestra dirigencia. Las operaciones políticas que llevan a cabo, las extorsiones y aprietes dentro de la frontera le arrojaron y arrojan resultado. Basta observar de qué lastimoso modo, cierto empresariado ha dejado de publicitar sus productos en los diarios cuando no hay ley alguna capaz de prohibir dicha actividad. Cedieron derechos a voluntad, y de allí es muy difícil regresar. La soberbia oficial los ha hecho creer que idénticos métodos podían utilizarse intramuros de la Santa Sede.

El fracaso de gestiones políticas contra el ex cardenal fue un golpe fuerte. La metodología es meramente doméstica, casera. Ese es el aprendizaje que está conmocionando a los kirchneristas en la actualidad. El “papado” de Cristina es netamente local y consecuentemente limitado.

Alcanza también otro dato a la hora de desmitificar esta aparentemente repentina transformación del gobierno nacional: si algún miembro del empresariado se dignara mañana volver a anunciar sus ofertas en un matutino cualquiera, que no dependiera de la pauta oficial, inmediatamente se observaría el ataque visceral del kirchnerismo. Adiós emociones y religiosidad.

Es decir, todo está “en orden” y el Ejecutivo puede mostrarse místico gracias a la obediencia debida que le confieren otros sectores. Bastaría un díscolo para que el halo bonachón que quieren mostrar se esfumara con inusitada velocidad.

¿Hasta cuándo podrá la jefe de Estado mantenerse incólume y evitar la cadena nacional para desprestigiar y vender la “década ganada” como si el éxito realmente la acompañara?

Nadie lo sabe a ciencia cierta. Es verdad que los caminos de Dios son insondables, pero los del hombre son predecibles, máxime cuando durante tres períodos gubernamentales consecutivos han mostrado sus preferencias a la hora de accionar.

Por otra parte, para la mandataria argentina la única política válida a la hora de dar prioridad a los sectores más humildes estriba en subsidiar, es decir en transformar la pobreza en algo perpetuo y estructural.

De cambiar realmente su postura debería empezar por asumir que en el país se ha incrementado la miseria, es decir tendría que aceptar que los éxitos que proclama desde el atril son inventos de una estadística adulterada. No lo hará.

A su vez, un arrepentimiento acarrea el pago de las consecuencias, y el gobierno sigue rechazando hasta la existencia de estas. Dimas, el buen ladrón crucificado junto a Cristo se arrepintió e hizo callar a su socio, Cristina apenas se emocionó. Parecido pero no.

¿Salió acaso la Presidente a solucionar el conflicto docente? ¿Pidió perdón a la sociedad por el descaro con que se refirieron sus funcionarios hacia el nuevo vicario? Tampoco contó ni contará el contenido del libro que le obsequiara Francisco.

Allí se lee preclaro el menaje del Episcopado: “La República tiene su carta de navegación y el itinerario de la gestión política en la Constitución Nacional”. De hacerlo debería decir adiós a los sueños de eternidad.

Finalmente, el filósofo de su riñón, Juan Pablo Feimmann, fue claro por demás: “Cristina se está jugando la apropiación de Francisco“. ¿Qué agregar? No hay límite para la inmoralidad. Este acto de sincericidio deja en evidencia la falsedad de un arrepentimiento oficial. Nadie salió a desmentirlo.

De todos modos, será el tiempo quien hable y saque a la luz la verdad. Mientras, hay situaciones que se esclarecen de un modo proverbial. El Papa Francisco como objeto de deseo de dirigentes y políticos no hace sino demostrar que en el país había y sigue habiendo un espacio vacío: el de una oposición que vaya más allá de la indignación virtual.

Colgarse de una sotana para ocupar ese lugar habla de una inmoralidad que hace mella en nuestra sociedad. Para que pueda creerse en un cambio real, las palabras deben estar acompañadas de hechos, y hasta hoy, la conducta del gobierno y la de otros dirigentes sigue exactamente igual. Un par de lágrimas no sirven como parámetro para medir nada.

Otro análisis sería sólo una especulación a las tantas que hay dando vueltas. Se ha llegado demasiado lejos, tan lejos que el regreso únicamente es posible desde la más absoluta renuncia a perseverar en esa conducta, y la confesión pública de haber hecho las cosas en exceso mal.

Cristina no lo hará nunca, aún a su pesar…


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