Por Gabriela Pousa |
Pensar en un análisis político es reducir una
figura global, intensa, a una temática en demasía pagana y doméstica. Es
inmiscuir lo grande en pequeñeces aunque éstas, en la rutina de los simples mortales,
se torne tan excesiva muchas veces.
Lo cierto es que Jorge Mario Bergoglio siendo
ya no es. En lo sucesivo hay que hablar del Papa Francisco, y vaya
si es distinto…
Argentina trasciende en un hombre de Fe, se
descubre entonces que hasta aquí no se ha hecho lo suficiente. Lo que creíamos
era todo sabe a poco. En la historia grande estamos entrando por primera vez.
Todo el griterío de tribunas, las oratorias de
atril enmudecen frente al sonido apabullante de una voz que no se oye con el
oído sino con el corazón. Por eso, mi sentida pena por quienes no pueden oírlo. Por eso, decido hacer caso
omiso a la caterva de insensateces y escupidas al Cielo de tantos sordos
sumidos en el ruido. Ellos pasarán, el Papa ha de quedar hasta lo indefinido.
Aquello que la santidad elige, otros lo desdeñan y
atacan:
en definitiva, es el precio de ser tocado por la “varita mágica”, aún sin
magia. El repudio hacia esos ruidos es visceral, lo admito.
Jorge Bergoglio no se convierte en Francisco para
defenderse de nada ni de nadie, llega en todo caso para luchar en pro y a favor
de victorias colectivas, dimensionadas más allá de lo que pueda percibirse a simple
vista.
Un síntoma que preocupa o debería preocupar: la
posesión de apenas un par de zapatos, un viaje en tren, un boleto de
subterráneo surgen de pronto como algo destacable y quizás “impensado”.Entonces
cuesta entender que no es precisamente Jorge Bergoglio el que está
cambiando…¿Bajo qué parámetros juzgamos lo bueno y lo malo?
Hasta adónde se ha llegado que la humildad y el
recato aparecen en esta tierra nuestra, como conductas dignas de beneplácito y
grandeza. Hasta aquí, quién fuera cabeza del Episcopado no ha hecho
magnas proezas, fue simplemente un hombre justo, sensato. Un pastor con
proyección local de su rebaño. Si éste no es un momento para reflexionar qué
nos esta pasando, asumamos que estamos definitivamente acabados.
Aun cuando en estas horas – frente a una presencia
tan inmensa – se pretende dirimir la duda acerca de lo que pasará de aquí en
más con una Argentina perdida en una temible oscuridad, no hay
modo de hallar respuestas paganas.
Especulaciones sobran. Habrá quienes crean que su
trascendencia está en una pelea entre “K y anti K”. En algunos sitios se
festejará incluso haberle torcido el brazo al gobierno. Y es posible que así
fuera si acaso se toma en cuenta, únicamente, las antagónicas posturas
frente a la vida. Porque las diferencias no se limitan a un modo de encarar la
pobreza.
Si se abre perspectiva, hay una concepción de vida
muy distinta. Lo que unos miran en miniatura, del otro lado se observa
como si estuviese bajo una lupa. Frente a eso no hay análisis que
valga. Son los puntos de vista los que marcan la ruta.
Estamos frente a un triunfo individual que puede
redimir y oxigenar a una sociedad asfixiada de mezquindad y violencia. Desde el punto de vista fáctico, es
dable decir que este argentino se erige como la contra cara de quién conduce
los hilos desde la Casa Rosada. Nos da una imagen disímil a la que venimos
teniendo de la dirigencia en general.
Allí se descubre entonces que no es nimio el
mensaje, que no estamos frente a un Boca – River más como estábamos
acostumbrados hasta acá.
Hasta acá es posible que todo fuera blanco o negro,
en adelante el arco iris de esparce desafiante. Cada uno sabe qué es lo
que puede y quiere mirar. Condenarse al monocromático es una elección
personal.
En palabras de quien fuera cardenal de la
Argentina, debe aceptarse que “existe una fortaleza peculiar en esta
pequeñez, la fortaleza de la confianza en el poder de Dios sobre toda otra
posibilidad”.
Bergoglio asumió el desafío: “a veces este
abandono persistente y confiado puede parecer ridículo y hasta poco culto”;
ingrato agregaría. Mientras el mundo lo admira, hay diarios locales
blasfemando.
Estamos siendo bendecidos aunque no haya plena
conciencia de que así sea. Es lógico quizás que, en medio de esta batalla de
ignominias diarias, no se comprenda a ciencia cierta, de qué estamos siendo
protagonistas.
Inmersos en lo que él mismo llamara la “cultura
del volquete“, se tira a la basura todo lo descartable. Pero no es lo
descartable el único par de zapatos ni el boleto de subterráneo. Descartable
es la ambición desmedida y el aplauso de la obsecuencia, descartable es la
afrenta gratuita, el abuso, la soberbia. No se dan cuenta, pero el
inquilinato de Balcarce 50 tiene fecha de vencimiento puesta…
Ahora bien, para quienes solo pueden ver lo que
tienen en frente, es dable decir que no será el Papa quien “opere” en
‘contra de’, aún cuando desde el poder político se operó contra el Pontífice.
Francisco nace para construir, en eso también hay diferencia.
El soplido de aire fresco y cristalino llegó en el
momento preciso en que los argentinos estábamos necesitando un respiro.
Inhalarlo o no depende del compromiso que cada uno quiera asumir frente al
presente.
Es verdad que urge limitar un poder politico
avasallante y vergonzoso, es verdad que el gobierno ha puesto fin a tradiciones
centenarias en esta Patria, que reescribieron la historia en capítulos
arbitrarios, caprichosamente contados. Pero la respuesta nunca fue tan
contundente. “Quién quiera oír que oiga“, reza una canción que
justamente, entona un canta autor allegado a la Presidente.
Guste o no, hay que archivar lo que ya fue. Cristina
Kirchner, así como su fallecido esposo, tuvieron una relación tensa con el
cardenal Bergoglio, es cierto. La jefe de Estado despreció aquello que
ahora va a buscar denodadamente. Pero el problema de la mandataria no es con el
Papa, es con la verdad donde quiera que esta se encuentre, laica o con sotana.
Lo notable es que la Presidente no cruzó una calle para asistir a sus misas pero
ahora viajará kilómetros para hacerlo… Si no es hipocresía (porque
suena muy fuerte) será un tardío ‘darse cuenta’ o un alto sentido del
oportunismo. Para ser una redención es todavía muy breve el camino.
Dicen que Juan Pablo II con su
papado revolucionó a Polonia, inferir por eso que Francisco
puede revolucionar Argentina es cosa distinta. En
Argentina hay algo que en Polonia no había: argentinos. Lo mejor y lo peor de
nosotros mismos…
El Papa no cambia nada que no quiera ser cambiado.
No aplica políticas de Estado coercitivas ni firma decretos que obligan a
comportarse de tal o cual manera. La figura del Papa apenas abre
conciencias.
Es cierto que la paradoja surge virulenta: durante
el gobierno del agravio y la opulencia, nace el Papa de la humildad y la
pobreza. Convengamos que pocas veces como ahora, fue tan sencillo y
directo el mensaje para los argentinos. Preclaro y sin sutilezas.
En este contexto, queda en perfecta evidencia de que
carecíamos los argentinos. Repletos de ídolos estábamos faltos de ejemplo.
Jorge Bergoglio, hoy Francisco, es precisamente eso: Ejemplo.
Qué el resto se desgaste inútilmente y pelee por
pedestales con mármoles fríos y efímeros.
Habemus Papam y ‘habemus’ otra oportunidad para
redimirnos.
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