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Por Roberto García |
Aunque la maestra partió, y no dejó sustituta, los alumnos
del curso se han comportado modosamente. Más los de otros grados, que respetan
la ausencia. Casi no hay reyertas en el elenco oficial, ninguno se queja, no
atacan a nadie, evitan porfías. Temen el puntero lejano o están aliviados de
que nadie lo utilice. Consecuencia: vacaciones pacíficas. Para todos y todas.
Claro que el niño Randazzo heredó alguna obligación transportista, y requiere
de cierta notoriedad para vestirse de candidato en la provincia de Buenos
Aires, protagonismo que no debe encandilar a Julián Domínguez, otro que se mira
en el mismo espejo de una gobernación futura.
Son dos del oficialismo que han empezado a arar porque La
Cámpora no provee aspirantes de nota y la tía Alicia no prospera a pesar del
apellido, lo que indica que no todo subsidio garantiza votos y que el linaje no
se transmite con la sangre.
Otro que rumia sus desgracias es el niño Boudou, casi una
anécdota repetida: supone que el periodismo lo eligió como muñeco de circo
porque le envidia sus proezas (que no han sido pocas, claro). Y una que también
busca un espacio es la niña Conti (le vence el mandato): reitera el mensaje de
la re-reelección para que no se olviden de que su cuerpito deberá respirar
después de octubre.
Poco movimiento entonces y, volviendo al principio, el
colegio bucólico, jovial, seguramente extrañándola, pero sin fiestas
grandiosas, épicas, ni convocatorias contra otras escuelas de distinta
formación. Debe ser el verano, se supone, no las vacaciones de la maestra en
tierras lejanas y hasta exóticas.
Como no es Suiza y nada dura demasiado, habrá que esperar el
regreso. También la tensión. ¿O se supone que no habrá respuesta a una
declaración de Daniel Scioli, quizás la más fulminante de un político, cuando
antes de partir Cristina –y cuestionarlo porque atesora dólares– él contestó:
yo necesito dólares para curarme el brazo y, por otra parte, la plata que tengo
no la hice con la política. Ni Ricardo Darín se atrevió a una insinuación tan
penetrante y deliberada, aunque debe admitirse que provocó más escándalo que el
propio gobernador con un simple pedido de informes de ciudadano común. Para
algunos, a la vuelta, habrá un sosegate a Scioli, un somatén para usar
terminologías tétricas de Perón en los años 70. Ya que, para Cristina, se ha
vuelto obsesivo frenar las suspicacias que suelen rodear a los gobernantes en
materia de fortuna personal. Mucho más en tiempos de elecciones.
Ya lo probó en su momento, cuando una espinosa reunión con
Hugo Moyano terminó en un desencuentro inolvidable y poco conocido, ya que aún
hoy –a pesar de los años– se insiste en que nadie sabe lo que ocurrió entre
ella y el gremialista para que se pelearan como Capuletos y Montescos. No venía
bien la relación, Moyano temía por un posible encarcelamiento de su esposa, se
habían cruzado epítetos telefónicos con el propio Néstor y, en el encuentro de
marras, Ella con colaboradores de un lado y Moyano con tres sindicalistas del
otro, le hizo al sindicalista una advertencia poco feliz: “Mirá, no exijan
tanto porque a ustedes no los quiere la gente, piensan lo peor de sus bienes y
propiedades, la prensa los combate y los denuncia”. Algo sorprendido, más bien
alelado, Moyano respiró profundo y respondió: “No me digas vos eso porque la
gente piensa que ustedes, con tu marido, se han llevado todo”.
Desde entonces, claro, nunca más se vieron y, según mentas,
luego de ese cruce, Ella ni siquiera lo volvió a mirar a los ojos. Ni a él ni a
los otros tres gremialistas. Ninguna de las partes reveló el episodio y fácil
resulta entender la formación posterior de dos CGT por lo menos, cuyos
intereses no son diferentes (reclaman lo mismo) y juegan la misma partida que
ya ejercitaron en el pasado con otros gobiernos. Con una ventaja: el mandato de
cada uno de ellos supera al que la Constitución le otorgó a Cristina. Y van a
quedarse después, como la Policía.
Antes de marzo, cuando se acelere la discusión salarial con
los sindicatos –que singularmente encabezará la CGT oficialista, hoy de
contacto permanente con sus otros pares–, habrá en el plan oficial otra
batalla: la Corte Suprema. Nueva casualidad: también sus miembros disponen de
mandatos más extensos que el de Cristina. A menos, claro, que avance una
ofensiva total para desalojarlos, hacerlos renunciar, campaña ya publicitada y
que parece inspirarse en la que desarrolló Eduardo Duhalde contra el cuerpo que
había heredado de Carlos Menem. Entonces fracasó Duhalde, no así Néstor
Kirchner unos meses después, cuando tuvo la prudencia de conservar a los recomendados
de sus amigos (sobre todo una garganta profunda) y a otro cuyo límite de vida
parecía cercano.
En el caso actual, no se sabe de discriminaciones, la
protesta es contra todos y, seguramente, porque parece de manual la respuesta
del instituto al conflicto con Clarín. Hay más de una alternativa:
1) Quizás la Corte,
aunque parezca improbable, no se ocupe del tema.
2) Después de varios
meses, engorrosos y discutibles trámites mediante, quizás se expida a favor de
la constitucionalidad de la Ley de Medios. Con uno o varios aditamentos, entre
ellos el cumplimiento de plazos y concesiones otorgados por el mismo Gobierno.
Para Cristina sería como ganarse el Loto y no poder cobrarlo.
Hay otras variantes posibles, más o menos dilatorias, de ahí
la furia contra un organismo que amparado en las bibliotecas no parece
dispuesto a conceder lo que exige el Gobierno contra el Grupo Clarín. De ahí
que sus miembros quizás padezcan lo que algún fanático oficialista propone:
ponerlos en comisión, forzarlos a renunciar.
Parece demasiado, pero resulta que, si no hay reelección,
los sindicalistas se quedarán en el poder después que se vaya Cristina, lo
mismo ocurrirá con los magistrados y, también, con las normas que determinarán
el fin del cuasi monopolio de Clarín.
© Perfil
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