Por Carlos Ares
De fondo, en esta conversación, se escucha un tema de Los
Redondos, Nuestro amo juega al esclavo, en el que el Indio Solari canta, a modo
de estribillo “violencia es mentir”. Usted, señora, dice que no miente, pero
negar es una forma de mentirse a uno mismo y a los demás.
Por ejemplo, señora, su patrimonio. Si un ciudadano quiere
que se lo explique, usted tiene que hacerlo. Se llame Darín o Clarín, si es un
medio el que pregunta. Tiene, señora, tanta experiencia en la función pública
–tanta que casi no trabajó en otro lugar que no sea el Estado– que seguro
comprende los motivos. Y entiende, señora, que no basta con la declaración
jurada, porque en esas planillas usted dice “qué” tiene en bienes y dinero pero
no cuenta “cómo” logró semejante aumento, de seis millones a ochenta en sólo
diez años. No hay otro empleado público en la historia que haya alcanzado
semejante fortuna en tan poco tiempo. Ni Manzano ni Menem.
La duda es: ¿por qué no revela los detalles y da una lección
de trasparencia que sirva de ejemplo a todos los que la sucedan? ¿Por qué no,
señora? En estos casos, señora, negar información es ocultar, y sólo oculta el
que no quiere revelar la verdad. ¿Será que la verdad resulta indecible?
Y usted sabe, señora, que no alcanza con enojarse y
remitirse a la Justicia cuando, por otra parte, es usted misma, señora, quien
día por medio dice que la Justicia no responde a los intereses del “proyecto
nacional y popular”. ¿Por qué, entonces, debería creer un ciudadano de a pie lo
que dice un juez como Oyarbide sobre su patrimonio?
Le cuento otro caso, del que seguramente usted no está
enterada, porque si no ya habría tomado medidas. Se trata de su vicepresidente,
Amado Boudou. Al parecer, por su inexperiencia o por su formación en un partido
de la “derecha”, el muchacho cometió, digamos, “algunas irregularidades”
administrativas. Nada importante, según él, pero por las dudas hizo echar al
jefe de los fiscales, al juez y al fiscal que lo investigaba, y el expediente
pasó a manos más confiables.
Y así, señora, podría hacerle una larga lista de
“contradicciones” con la verdad. Esta semana nos conmovió usted con el
encendido discurso sobre la “liberación” de la fragata Libertad, pero no dedicó
un párrafo a contarnos por qué arriesgamos el navío en un puerto que no debió
incluirse en el recorrido, y por qué nadie pagó con su cargo por eso.
Ni por los 51 muertos en la estación de Once. El ministro
responsable sigue ahí. Pero ahora, a casi un año de la tragedia y después de
diez de gobierno, usted anuncia un plan de inversión para los trenes.
¿Comprende por qué resulta cada vez más difícil creerle?
Le doy un último ejemplo. Con la excusa de la “guerra” que
estamos ganando a los fondos buitre, decía usted que padecimos dos períodos de
endeudamiento provocado por ellos, con la ayuda de los “caranchos” de adentro.
Recordó los años del ‘76 al ‘83, cuando los militares asaltaron el Estado, y
luego los años del llamado “menemismo”, de 1991 a 2001, y de la
convertibilidad, que concluyó con el estallido de la Alianza y de la sociedad.
Pues bien, señora, no quiero obligarla a negar o a mentir
nuevamente, pero si alguien se lo preguntara, ¿podría decir dónde estaban
usted, su marido y su cuñada Alicia, y qué hacían en cada uno de esos períodos?
Fue su marido, señora, el que consagró a Menem como “el mejor presidente de la
historia”. Fue su marido, señora, el que aprovechó para depositar a su nombre
los mil millones de dólares que recibió Santa Cruz por la privatización de YPF
y que ya se esfumaron. Era su marido, señora, el que compró dos millones de
dólares una semana antes de que aumentara el precio.
El mal, señora, que contamina desde hace años al
kirchnerismo , al menemismo y a todas las versiones de lo mismo, y lo que
violenta, es la mentira sistemática desde el poder. Eso, al cabo de los años,
es lo que indigna. El “relato”, escrito y sostenido por los fanáticos o
beneficiarios de turno, o por los intelectuales del “proyecto”, capaces de
envolverlo y protegerlo en el “espesor” de las palabras, no resiste la confrontación
con los protagonistas y los hechos.
¿En qué “proyecto nacional y popular” se puede creer,
señora, cuando el que lo quiere vender es Boudou? ¿En qué bandera de los
“derechos humanos” se quiere envolver usted, señora, si se saca fotos con Gerardo
Martínez, el secretario general de la Uocra que fue un comprobado informante de
la dictadura? ¿En qué “defensa de los trabajadores” se puede confiar, señora,
si sus aliados son Cavalieri, Lezcano y el resto de “los gordos” que se
hicieron multimillonarios al frente de sus sindicatos? ¿De qué “juventud
maravillosa” hablamos, señora, si los responsables políticos de los Montoneros
que usted tiene de asesores no se hacen cargo de los pibes que mandaron a
morir?
¿De qué “patria” habla, señora, en discursos que recuerdan a
Galtieri? ¿Por qué citar en vano a próceres austeros y modestos, como Belgrano
o San Martín, que se sentirían avergonzados frente a las fortunas personales
que ostentan usted y sus ministros?
De eso se trata, tal vez, señora: de dejar de simular
sacrificio. De dejar de hacer asados en la ESMA, conferencias en cadena para
anunciar promesas, de pagar por los aplausos, y de ver, mirar, reconocer,
aceptar, bajar el tono, callar, pensar, hacer un minuto de silencio y acompañar
en el dolor a los que padecen y a los que sufren por sus muertos.
Y haga a la vez, señora, el esfuerzo para dejar de fumarse a
los que ya se sabe quiénes son, de vender humo, de negar y de mentir.
© Perfil
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