viernes, 9 de noviembre de 2012

Queridos kirchneristas: Olviden la revolución y pónganse a trabajar

Por Ignacio Fidanza
Es una revolución extraña la que sueñan los Unidos y Organizados. Mientras ellos acarrean a fuerza de aparato y contratos públicos a unos miles, las calles se les llenan de las manifestaciones populares más grandes y espontáneas que se recuerden en democracia.

Curiosa inversión de deseos y realidad. Los revolucionarios sin gente -o con poca gente- y las mayorías movilizadas sin líderes visibles y con una agenda que interpela y contradice a la pretendida vanguardia.

La Presidenta agravó este año una serie de equivocadas decisiones estratégicas que ayer le presentaron todas las facturas acumuladas. Se embarcó de la mano de La Cámpora en un incomprensible proceso de radicalización que concluyó con Unidos y Organizados, en esa foto de profundo aislamiento político que representó la imagen "épocal" de Larroque, D´Elía, Pérsico y Milagros Sala, como etapa superior del kirchnerismo.

Convirtió así su merecido liderazgo de un movimiento de mayorías pragmático y popular como el peronismo, en la conducción de un marginal nucleamiento pretendidamente de izquierdas, que para mayor confusión se cree estar protagonizando una revolución, medio a la bartola, pero revolución al fin. Se aisló así la presidenta, acaso el peor pecado que puede cometer un líder.

Todavía está a tiempo de corregir, pero las oportunidades perdidas no son gratis. En el camino de su largo viaje a la noche revolucionaria los kirchneristas acaso hayan sacrificado su más profundo programa político: una reforma constitucional que habilitara la continuidad de Cristina en el poder.

Se manejaron con torpeza, agredieron en lugar de seducir y ofendieron a la sociedad planteando una agenda que apuntaba a su ombligo en vez de centrarse en las angustias de aquellos a los que necesitaban sumar.

El desenlace era obvio, el peronismo dio dos silenciosos pasos hacia atrás y los dejó hacer. Después de todo, la realidad tiene la mala costumbre de corregir con especial precisión a aquellos que la ignoran.

El momento de cambiar

Los chinos suelen mencionar como una de las supremas virtudes el don de la ubicuidad, esa especial sensibilidad para entender el signo del momento, lo que se puede hacer y lo que se debe evitar en determinada época y lugar. Es decir, olfato político. Algo que faltó, y en grande, en el gobierno. Faltó antes, pero sobre todo después, del primer cacerolazo. Hubiera sido tan sencillo corregir, tirar algo de lastre. Pero no, se optó por profundizar el ensimismamiento.

Es extraño, pero no imposible, que algo así suceda en profesionales muy competitivos de la política como es Cristina. El poder aísla y el poder concentrado aísla aún más. No es un secreto que un coro permanente de obsecuentes, finalmente logra penetrar hasta el corazoncito de los más templados. Después de todo, ¿a quién no le gustan los halagos? Pero estando en el poder, el riesgo y las consecuencias de dejarse arrumar por ese murmullo de auto complacencia, es demasiado alto.

Llegó entonces la hora de cambiar. De ponerse a trabajar en serio. De llamar a las cosas por su nombre: inflación, déficit, ausencia de inversiones, reapertura del problema de la deuda, inseguridad, corrupción, Oyarbide, colapso del transporte, obra pública semi paralizada, corralito del dólar, conflicto desbordado y contraproducente con el periodismo no oficialista.

Son problemas serios que requieren de gente seria. Es decir o Cristina cambia el gabinete o los deja gestionar; o un poco y un poco. Hay muy buenos funcionarios en este gobierno, que tienen las manos atadas. Aunque acaso sea tarde incluso para ellos. Llevan tanto tiempo asustados, resignados, más pendientes del humor de la presidenta que de sus saberes y convicciones, tanto tiempo sin atreverse a mantener con su líder una honesta discusión política, que acaso ya no sirvan para encarnar el cambio que requiere la hora.

El tiempo de los obsecuentes parece haber terminado. Es decir, por supuesto que la presidenta puede optar por evitar todo cambio, apelando al siempre listo argumento de que bajo presión no se hacen los cambios. Y como la Argentina vive bajo presión, estos nunca llegan.

Pero tome la decisión que tome, lo que es evidente es que su equipo y su estilo de conducción están siendo disfuncionales para abordar la agenda de hoy. Porque se trata de eso, del infinito presente, que se impone desconsiderado, entre el recuerdo de la época de gloria del kirchnerismo y los sueños de ese mañana de redención que los encontrara en el Olimpo de los revolucionarios, junto al Che y Evita. Se trata de lo que irrumpió con la fuerza de lo largamente ignorado, en una noche de jueves.

© LPO

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