Por Roberto García |
Quien aspiraba evitar cualquier contacto con Olivos en estas
horas, en rigor pretende zafar de la ira de Dios, sin saberse aún el género de
ese Dios, del luto, las maldiciones (¿por qué llovió ayer y no el jueves?,
¿quién se responsabiliza por la culpa del apagón del miércoles?), críticas y
acusaciones odiosas e inolvidables. Memorioso, apelaba al recuerdo de otro
particular momento, cuando el matrimonio oficial tropezó tercamente con la
crisis del campo, la 125 que el dúo bendijo y defendió sin haberla inspirado y
ni siquiera comprendido (procedente, además, de alguien que los intelectuales
del cristinismo ahora incluirían en el Consenso de Washington, Martín
Lousteau), el innecesario voto no positivo de quien era aliado pero no súbdito
(Julio Cobos) y, sobre todo, la lidia en la calle con los cortes de ruta,
algunas marchas y una concentración voluminosa en el Monumento a los Españoles.
Cuando la pareja creyó que el mundo se venía abajo porque un
gobierno popular sin gente movilizada no era gobierno, y cuando permitían o
alentaban enfrentamientos vía Moreno o D’Elía con riesgos de fatalidad, al revés de la inteligencia actual que
escondieron hasta al más inflamado militante para no incurrir en violencia (si
hubiese sucedido un episodio nefasto esta semana, ya se habría anunciado otra
marcha superior para los próximos días). Entonces, ese fantasma de perder las
masas que nunca tuvieron fabricaba otras
alarmas fúnebres y, de acuerdo a la leyenda urbana según Cristina,
alguien quemó papeles en la chimenea de Olivos, hubo diálogos de búnker previos
a una ocupación, se precipitó inclusive el propósito de desertar de la Presidencia que
abortó, dicen, el compañero Lula vía telefónica (de ahí que suene a
histrionismo consentido la reciente frase de la mandataria: “Aflojar nunca, ni
en los peores momentos, porque en los peores momentos es cuando se conoce a los
dirigentes de un país”). Tambien en ese instante se produjo la enojosa partida
del jefe de Gabinete Alberto Fernández y la introducción ipso facto de otro
preferido que más tarde también marcharía con patente de infiel, Sergio Massa.
Si todo esto ocurrió con una movilización que fue 20% o 30% de lo que cosechó
este jueves el ánimo opositor, se comprende la escasa voluntad de quien inició
esta nota para ir a tomar el té a Olivos el fin de semana, más allá de su
reconocida docilidad y sumisión. Ya que, además, a ver si en el rabioso revoleo hasta se produce algún
cambio.
Difícil, claro. Sería admitir una falla en la estructura
narcisista, confesar que el protagónico estaba ensimismado y desconocía el
medio ambiente que la rodea (en lugar de
ver tanto cine como Carlos Menem, ¿no vendría mal una vueltita por Florida,
Caballito o Puerto Madero, oxigenarse en un supermercado a riesgo de un
maltrato verbal pero salir de la humedad intelectual de La Cámpora o de la clase
pasiva que ahora se apodera en el relato de Leonardo Favio como si hubiera sido
montonero y no de Perón (por no señalar a Osinde), la CGT y Rucci, el mismo al que
los Montoneros asesinaron, justo en la semana de otro olvido fácil de esa
formación, cuando escabulleron al general Albano Harguindeguy del recuerdo, con
quien arropaditos desfilaron del brazo en el Operativo Dorrego diciéndole al
resto atónito de la gente que eran un solo corazón, mejores, únicos, más
patriotas. Si Cristina, como insinúa, no
cambia y se redobla pasional y épicamente tras la manifestación contraria, le
quedará quizás espacio para cambiar a otros. Sean sectores obedientes,
empresarios o miembros de la
Justicia , acomodaticios o no, gobernadores light tipo
Capitanich o Urtubey, o figuras más importantes como el intendente Massa o el
blindado Daniel Scioli, quien adherirá al proyecto, una vez más, con reservas
tan insondables de entender como la física cuántica. En febrero, por establecer
una fecha, cuando empiece la hora de confeccionar las listas electorales, se
sabrá cuál fue el impacto político en la interna justicialista de la
excepcional marcha del jueves.
Menos dudas para el cambio, sin embargo, ofrece Axel
Kicillof (un plazo fijo a vencer en seis meses para la tropa de Julio De Vido
que lo resiste y denuncia cuando puede), quien no necesitó de la marcha para
descubrir que los faquires comen partículas de vidrio en los espectáculos, pero
no desayunan con ese material. Y ha pegado, en apariencia, un giro que algunos
califican de ortodoxo y otros de racional, un ajuste machazo: trata de gastar
menos, devalúa más y contiene en parte la expansión monetaria. No se
enorgullece ni predica el Gobierno con estos datos parciales, tal vez insuficientes, pero el viceministro le saca a las provincias, suspende pagos y no
devuelve lo que corresponde a los privados, le quita a los gremios, recorta
presupuestos varios y, a través del presunto jefe de la banda que asalta a los
abuelos, Diego Bossio, hasta someten a los jubilados negándoles el 82%, le usan
los ahorros, no le ajustan los ingresos,
no les pagan lo debido y, lo último, le
bloquean casi el 4% que ordenó la
Corte que parece insignificante para un individuo, pero es un
inmenso tortazo de postre para el
Estado. Ni parece que vaya a cambiar siquiera el monto del Mínimo No Imponible
que reclama la CGT Rosada ,
más bien acepta que el aguinaldo se abone en diciembre y el sueldo en enero
para que los impuestos no arrasen a las familias, otra ficción contable. Quizás
tanta poda pseudo liberal no genere la actividad económica que se prometía,
pero sin duda impedirá agudizar la espiral inflacionaria, justo cuando la Argentina subiendo ya
superaba el índice de la
Venezuela bajando.
Y para tristeza de Kicillof,
en este ejercicio involuntario de faquir carece de la posibilidad de
echarle la culpa a los que lo precedieron. Tampoco Cristina. A veces, como
reclamó la multitud el jueves pasado, la alternancia hasta dispone de cínicas
ventajas.
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